Unamuno y la libertad
Reflexiones en el aniversario de su muerte
En la noche del 31 de diciembre de 1936 moría, en Salamanca, don Miguel de Unamuno.Unamuno fue un hombre de palabras vivas y no de letras muertas, por eso su obra tiene absoluta vigencia y permanente actualidad. Creyó en unas ideas y pretendió plasmarlas en sus pensamientos. Comprendió y sintió. Por eso nos dice: «¿Es verdad que los hombres buscan la paz? ¿Es verdad que los hombres buscan la libertad? No; los hombres buscan la paz en tiempo de guerra, y la guerra en tiempo de paz; buscan la libertad bajo la tiranía, y buscan la tiranía bajo la libertad.»
La libertad es el centro mismo vivificador en la vida y en la obra de Unamuno. No es necesario recoger los textos en que concre tamente se refiere a ella. Nos basta con observar el carácter, la sicología, el espíritu, en fin, de los personajes que crea. Son tipos que no sólo manifiestan la liber tad como una concepción de derecho frente al Estado. Son hombres y mujeres esencialmente libres, que se desatan, se desgarran de toda ligadura que desvirtúe su identidad. Todos ellos tienen el talante, privativo del autor. Podría decirse que muchos de ellos no son más que autorretratos. Quieren vivir exentos del ri gor de los efectos naturales.
Mas no se piense que Unamuno naturaliza la libertad. En su pensamiento, la libertad tiene el cauce más amplio. No aspiró a edificar un orden temporal dentro del mundo. La libertad es, para él, el origen y la voluntad misma del ser, de nuestra vida. Es la esperanzada, honda y genuina virtud desde la cual vivimos.
El ardoroso anhelo por la libertad le hizo encontrar su filosofía, su filosofía quijotesca o el quijotismo como señal de vida.
Sin intelectualizar sus sentimientos, guiándose por ellos y viviendo de ellos. Esa será su más poderosa armadura, su sostén y sus cimientos en la limpia aventura que escogió.
El quijotismo -escribe Unamuno- no es un medio. Es un fin. El de Don Quijote no puede decirse que fuera, en rigor, idealismo; no peleaba por ideas, era espiritualismo; peleaba por espíritu.
Unamuno hizo del Quijote su escuela asidua. No necesitó releerlo para nutrirse de él. Lo llevó al destierro, no consigo, sino en sí. ¿Quién mejor que Cervantes para consejero de su adversidad? ¿Y qué nos ha dejado Don Quijote? Don Quijote se ha dejado a sí mismo. Por ello Unamuno nos invita a la reconquista del sepulcro de Don Quijote: «¡Poneos en marcha! ¿Que adónde vais? La estrella os lo dirá: ¡Al sepulcro! ¿Qué vamos a hacer en el camino mientras marchamos? ¡Luchar! Y ¿cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle a la cara: ¡mentira!, y adelante. ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle ¡ladrón!, y adelante. ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarles ¡estúpidos!, y adelante siempre!
Y haz como el Caballero: endereza el entuerto que se te ponga delante. Ahora lo de ahora y aquí lo de aquí.
Volverse libre
Para aquí y ahora es necesaria la libertad. Porque la libertad es del instinto, todos la sienten y desean ser libres. Pero nadie lo es, si la sociedad en que vive no lo consiente. La libertad de espontaneidad, no es como el libre arbitrio un poder de elegir que se extienda a toda determinación. Es, esencialmente, la ausencia de coerción. El poder obrar en virtud de la propia inclinación y sin sufrir coacción alguna por algo exterior que nos obligue.
Unamuno sabía que el hombre no nace libresino en las potencias radicales de su ser; se vuelve libre, haciéndose a sí mismo la guerra y gracias a muchos dolores; por el esfuerzo del espíritu y de la virtud, al ejercer su libertad, la conquista, para que, al fin de los fines, le sea dada mejor aún de lo que esperaba.
Para defender la libertad, Unamuno estuvo siempre dispuesto a sacrificar su vida. Ya que la muerte de la libertad en un pueblo ocasiona, fatalmente, el infame reinado de la mentira. Y el espíritu de Unamuno, apóstol de la verdad, que como los clásicos castellanos, no concebía más bien que el bien sumo, reaccionó apasionadamente por la reconquista de la libertad.
Recordaba Ortega que, según cuenta la leyenda, los marinos mediterráneos averiguaron que sólo un medio había para salvarse del canto mortal que hacen la sirenas, y era cantarlo del revés. Así, «los que amen hoy las posibilidades de nuestra raza tienen que cantar a la inversa las estrofas de nuestra historia, a fin de llegar, a su través, hasta aquella media docena de lugares donde la pobre víscera cardial de nuestro ser da sus puros e intensos latidos».
En las «Meditaciones del Quijote», Ortega escribe «que la mayor experiencia esencial de la, plenitud española es Cervantes. He aquí una palabra que, en toda ocasión, podremos blandir como si fuera una lanza. Si supiéramos con evidencia en qué consiste el estilo de Cervantes, la manera cervantina de acercarse a las cosas, lo tendríamos todo logrado. Porque en estas citas espirituales reina inquebrantable solidaridad, y un estilo poético lleva consigo una filosofía y una moral, una ciencia y una política. Si algún día viniera alguien y nos descubriera el perfil del estilo de Cervantes bastaría con que prolongáramos sus líneas sobre los demás problemas colectivos para que despertáramos a nueva vida».
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.