Euskadi: tres estrategias
LOS TRAGICOS acontecimientos producidos en Euskadi a lo largo de la última semana no pueden despacharse con una abstracta lamentación sobre la cuestión vasca, como si se tratara de una incomprensible maldición de origen desconocido lanzada sobre la Península. Ni siquiera es suficiente con repetir, una vez más, el elenco de errores cometidos por la Administración en el País Vasco, en especial en lo que se refiere a la política de orden público. Es imprescindible situar los últimos sucesos en una perspectiva de más largo alcance y hacer un análisis en profundidad de sus causas.En Euskadi se enfrentran tres estrategias políticas muy claramente definidas, aplicadas por fuerzas también claramente identificables. Hasta el 20 de noviembre de 1975 dos de ellas monopolizaron el protagonismo de la lucha política en Euskadi, reducida a un terrible círculo vicioso de retos y respuestas: los planteamientos franquistas y la réplica de ETA y de los grupos no armados situados en su orla.
El tratamiento franquista de la cuestión vasca, dictada desde la Administración Central y apoyada en el País Vasco por círculos social y económicamente influyentes pero muy minoritarios, consistió, a grandes rasgos, en la asimilación forzosa de las peculiaridad históricas y culturales del pueblo vasco en el seno de un españolismo cuyo carácter huero y retórico servía para disfrazar egoístas intereses de grupo. De esa laminación de la idiosincrasia vasca eran sólo salvados rasgos secundarios y folklóricos. Siguiendo uno de los métodos más recusables del franquismo, esa política asimilacionista era presentada como los verdaderos deseos del verdadero pueblo vasco. Poco importaba lo que los vascos de carne y hueso realmente pensaran o desearan. La destrucción de Guernica ilustra esa manera de proceder: no sólo la bárbara hazaña de la aviación alemana fue calumniosamente atribuida a sus víctimas por la historiografía oficial, sino que el Ayuntamiento de Guernica distinguiría años más tarde al general Franco con la máxima distinción de la ciudad.
Naturalmente, era falso que esa política fuera aceptada por el pueblo vasco. En consecuencia, se recurrió a las fuerzas de orden público, para que impusieran coactivamente lo que no era asumido voluntariamente. Tal vez algún día hagan examen de conciencia quienes condenaron desde sus elevados cargos a los muchachos andaluces, extremeños y castellanos, de origen campesino y popular, que integran las filas de la Guardia Civil y de la Policía Armada, a tener que aplicar una política de orden público que llevaba implícito el derramamiento de sangre, y que les hacía vivir en un clima de impopularidad y hostilidad.
Sobre el trasfondo de esa política torpemente asimilacionista nació y creció la violencia de ETA y la estrategia de un Estado vasco independiente y socialista, que incluiría a las cuatro provincias vascas españolas -Euskadi Sur- y los tres departamentos vascos franceses -Euskadi Norte-. ETA y los grupos políticos situados en su estela han sabido jugar hábilmente con un gigantesco equívoco. Porque la solidaridad de los vascos con las víctimas de la represión y con los presos políticos etarras no se superpone en modo alguno con los objetivos independentistas.
La insensata irrealidad del programa independentista ha producido, por lo demás, escisiones continuas dentro de ETA: quizás no ha recibido atención suficiente el significativo abandono de esa organización, para ingresar en grupos leninistas, trotskistas o maoístas, de destacados militantes que han sometido a revisión, en la cárcel o en el exilio, el primitivismo y emocionalismo de los planteamientos etarras. Ahora bien, mientras el asimilacionismo de corte franquista continúe orientando la política estatal en Euskadi, ETA seguirá cosechando, por la vía indirecta del rechazo de aquellas medidas, apoyos y adhesiones.
Los sucesos de la semana pasada cobran sentido a la luz de esa bipolarización. Más allá de la reivindicación de la amnistía total, el objetivo político de ETA y de sus aliados es lograr el clima que haga posible tanto el abstencionismo electoral de la población como la retirada de los candidatos del centro y de la izquierda. La razón es que las elecciones, y sólo las elecciones, pueden abrir el camino a la tercera estrategia, única capaz de romper el círculo vicioso «asimilacionismo-independentismo».
En efecto, un amplio arco de formaciones políticas que van desde el centro-derecha hasta la izquierda -la Democracia Cristiana Vasca, el Partido Nacionalista Vasco, ESB, Acción Nacionalista Vasca, ESEI, PSOE, PCE- ofrecen la salida de ese angustioso e irresoluble dilema: la negociación de un Estatuto de Autonomía tan alejado del centralismo inviable del franquismo corno del independentismo imposible de ETA. Tal vez el Gobierno Suárez haya hipotecado su libertad de acción hasta las elecciones mediante compromisos que le impiden la total excarcelación de los presos políticos y un pronunciamiento favorable a los Estatutos de Autonomía; pero dispone ya de un instrumento electoral, a través del cual puede hacer llegar al País Vasco su programa de gobierno y su proyecto constitucional favorable a esa tercera estrategia, única que puede pacificar el País Vasco.
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