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Hacia la institucionalizacion del puyazo único

Además de eliminar el trapio del toro, de que hablábamos ayer, una propuesta de reforma del reglamento tiende también a institucionalizar el puyazo único. De esta forma, después de limitar la base del espectáculo, que es el toro, desnaturalizarla la lidia, toda la cual gira en torno del primer tercio.

El reglamento en vigor ya adolece de ambigüedad en varios artículos, pero principalmente en los que se refieren al primer tercio. De un lado, exige que los toros reciban las tres varas en regla, pero admite la excepcionalidad de que, a juicio del presidente, puedan ser menos, si con el primero o los dos primeros queda él toro suficientemente castigado.En la mayor parte de las plazas (no así en Sevilla y Pamplona, por ejemplo) el resquicio de la excepcionalidad ya es regla y bien porque los toros no tienen fuerza, bien porque en la primera vara les pegan con saña, se ha hecho usual el puyazo único. De forma que imagínese a dónde llevará la propuesta a que aludíamos, según la cual el cambio de tercio se producirá indistintamente, cuando lo decida el presidente o cuando lo considere oportuno el espada.

Los toreros defienden el puyazo único cuando sea necesario y aducen que el toro se podría quebrantar si le siguen picando y además que aprende demasiado, con el trasiego de los quites y de ponerlo en suerte. Lo cual es absolutamente capcioso. Porque, una de dos. si el toro, con una sola vara, no soporta más, es que no tiene la fuerza mínima exigible y hay que devolverlo al corral; y si aquella vara es excesiva, la culpa hay que cargarla en los lídiadores, -picador, espada de turno, director de lidia- aquél porque castigó en exceso, éstos porque no supieron o no quisieron hacer el quite.

Decir a estas alturas que los toros aprenden en la brega es ignorar décadas y décadas de toreo, en las que, invariablemente, el primer tercio era largo y argumentado, con profusión de lances, intervención y competencia de los matadores en quites, etcétera. Naturalmente que se exigía a los picadores hicieran la suerte por derecho; al toro se le liberaba prontamente del castigo en cada encuentro; los peones capoteaban a una mano, por delante y sin recortar; el toreo de capa que ejecutaban los matadores era variado y ajustado, por tanto, a las condiciones de la res.

Se trataba, de este modo, no de un trámite estúpido y embarazoso, como suele ocurrir ahora, sino de un tercio interesante en el que todos los lidiadores daban medida de su capacidad y las reses, la de su poderío, casta y bravura. Y de ahí, se un la calidad en cada caso, se derivaba que la corrida transcurriera mala o buena, e influía, por supuesto, en el comportamiento que el toro habría de tener en los tercios siguientes.

Si el reglamento taurino no exige trapío en el toro ni la necesidad de que haya de recibir las tres varas, no hace falta ser profeta para predecir que el ganado que se lidie en el futuro carecerá de trapío y de fuerza. Y ese será el bajonazo definitivo a la fiesta.

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