Un testimonio de independencia poética
A estas alturas de reconocimiento universal, de madura, solitaria y dolorida lucidez en la vida de Vicente Aleixandre, no es el caso de saludar con espectacularidad, como un descubrimiento, la reedición de En un vasto dominio, pero sí de subrayar algunas de las originalidades de la obra. También nos anima a comentarla el hecho de que, muy probablemente, serán muchos los lectores que, no conociendo la edición de 1962 -la primera, publicada por Revista de Occidente y recogida más tarde en las Obras Completas- hallarán en ésta una extensa y fructuosa lección. Pero vengamos, en síntesis, a las novedades que el libro ofreció y ofrece, y que el paso de casi dos décadas no han deslucido.Para comenzar, tendremos presentes los años en que fue compuesto -los que van de 1958 a 1962- y la poesía que, en líneas muy generales, claro está, se hacía en aquellos momentos. Lo he dicho en otra ocasión: en nuestro país y en esos años no se hacía la poesía que se podía -dentro de la que naturalmente no incluyo la sometida a la ciega mano de la censura- sino la poesía que, en buena parte, los poetas querían hacer y que se concretaba en un tan fácil como consciente deseo de tratar ciertos temas de una manera obsesivamente monocorde; unos temas que conducirían no sólo a esclerotizar el lenguaje sino a evitar perezosamente un más rigurosamente planteamiento del fenómeno de la creación poética. Hoy sabemos muy bien que el poeta no sólo testimonia por el hecho de darle a sus poemas un determinado tinte y que el término social, si no tiene en arte un sentido de libertad, abarcador, es sólo una palabra hueca. Hoy, como ayer (y máxime en un clima de libertades) lo importante es la autenticidad de la voz y, si cabe, como ha dicho el propio Aleixandre, que esa voz auténtica se muestre además emocionada.
En un vasto dominio
Vicente Aleixandre. Alianza Tres, 1978
En un vasto dominio prolonga pues, en años difíciles, las llamaradas de Sombra del paraíso (1944) y de Historia del corazón (1954), el ejemplo, en suma, que ambos títulos supusieron entonces. No nos explicamos ahora qué hubiera sido de los lectores de poesía de aquellos años -dificultada u obstruida la circulación de las ediciones extranjeras a cada momento; mal oída o mal difundida la voz de algunos poetas que, en provincias, creaban en silencio y al margen de las modas al uso- sin ejemplos como los subrayados. En un vasto dominio entroncaba con las grandes obras de los años veinte y treinta, a las que el propio Aleixandre, por ser protagonista, no se había sentido ajeno, y, al mismo tiempo, era un completísimo, casi abrumador, testimonio de independencia en años de deseado gregarismo.
El libro es un testimonio completo porque, al margen de reafirmar, como tantas veces se ha señalado, la segunda gran etapa de la obra del poeta -la de tono humanista y personal- recoge todavía temas y resonancias de la esplendoros a etapa cósmica, en la que, el hombre, inmerso en un panorama tan ardoroso como desolador, se sabía desbordado y confundido a cada momento por elementos telúricos de los que él mismo formaba parte.
El antiguo ámbito se había transformado en paraíso y, más tarde, en dominio, el cual dentro de la amplitud de su significado, implica una mayor concreción, una alusión a un espacio en el que el hombre es, si no dueño, sí centro e intérprete del mismo. El poeta seduce su ambiciosa mirada, la desvía del mar o de la selva para dirigirla, en primer lugar, al ser humano en su totalidad, a todas y a cada una de las partes de su cuerpo. El cosmos lo pueblan ahora una infinidad de microcosmos. El hombre es la suma de todos los hombres. El cuerpo humano es parte fundamental del todo originario de la etapa cósmica, pero ahora, partiendo de una visión exhaustiva, resulta acrecentado, enriquecido. El vientre, el brazo, la sangre, el sexo, el ojo, la amarga boca, la mano... poner orden y desesperación en el caótico mundo primitivo, acentúan la idea amorosa y, al concretizarla, la ofrecen bajo una fraternal perspectiva. Ahora, el amor no destruye, sino que es causa y objeto de comunicación; medio más que fin. De aquí la cita de Goethe que resume el libro: Sólo todos los hombres viven lo humano.
Lo mismo podemos decir de la atracción que siente hacia la naturaleza. Ahora el espacio no sólo se reduce, sino que tiene un nombre -el de Miraflores de la Sierra- en esos lugares, no totalizadores, pero sí vastos, de la sierra madrileña, que el poeta recorre todos los veranos. La materia lleva también ahora un nombre y la antigua pasión hacia ella, la afortunada contemplación, se intensifica. En un vasto dominio, Vicente Aleixandre recoge maduras, con cálida palabra, las dos grandes obsesiones de su poética: la del amor y la de la materia; pero abre también, al mismo tiempo, en esa VI parte de sus Retratos anónimos, una puerta hacia el que habría de ser su próximo libro, Retratos con nombre (1965).
Este hecho evidencia, en último extremo, la sensibilidad del autor hacia la poesía que se hacía en esos años, hacia el turbión realista y prosaísta.
Babelia
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