Martínez Barrio
Fernando Valera, que, con ingenuo afrancesamiento, pone en el timbre de sus cartas homme de lettres, me escribe una vez más -me ha escrito tanto-, desde París, desde una calle con plantas en mi memoria, y me habla una vez más de Diego Martínez Barrio, me trae una vez más el perfume rancio, respetable y verídico de aquella Segunda República que hoy se quiere minimizar incluso por los aleatorios republicanos de nuevo tórculo.Martínez Barrio ejerció sucesivamente las tres más altas magistraturas constitucionales de la II República: presidencia del Gobierno, presidencia de las Cortes, presidencia de la República. Ahora sale un libro titulado Homenaje a Diego Martínez Barrio. Quienes nos hemos llamado literariamente niños de la guerra somos en realidad sobrinos de la República, y un sobrino es algo difícil de quitarse de encima, que conste.
Antonio Alonso Baño, ex ministro de Justicia del último Gobierno de la República en el exilio, se ha ocupado de ese libro/homenaje Martínez Barrio muere en Saint Germaine de Laye el primero de enero del 62, cuando aquí a Franco empezaban a salirle los tiros por la culata de las escopetas de caza y había como una conmoción y un revuelo inmóvil entre los viejos republicanos del interior.
Esos republicanos que estaban en los últimos cafés de Madrid, y están todavía. He conocido en una tertulia de antaño, como diría Valle, en el Lyon, a la viuda de Antonio Espina, Simón de Atocha, que tuvo que escápar por última vez del franquismo yendo de madrugada al ABC a pedirle 3.000 pesetas a Luis Calvo para irse a París. Lo de siempre.
Ayer estuve con unos niños de una barriada obrera. Estudian en una escuela graduada, semejante a aquella en que estudié yo mismo hasta que me echaron por decir cura en lugar de sacerdote (así eran los felices cuarenta).
Estos niños, que están entre los doce y los catorce años, han hecho un mural para mí y me lo han entregado. Un periódico mural con dibujos, escritos suyos (algunos tiernamente vindicativos, ya se los leeré a ustedes) y artículos míos. Son casi todos hijos de obreros de la construcción, van casi todos para obreros de la construcción, o de otra cosa, pero me hablan ya con ardor contra la Falange, que aún han conocido.
Esa es la izquierda real que yo amo y que existe y, sobre todo, existirá, puesto que sólo tiene ahora catorce años, querido Emilio Romero, aunque tú escribas que amo una izquierda inexistente (inexistente para tu propia tranquilidad ). Una izquierda futura que salta de Martínez Barrio al año 2000, y que nosotros ya no veremos, Emilio, con nuestros heridos ojos periodísticos de este fin de siglo. (Me alegra la curación de los tuyos).
Ceno con el ministro Martín Villa y me pregunta:
-¿Qué ves tú en la calle que estemos haciendo mal desde el Gobierno?
No le voy a decir que todo, porque ya sabe él lo que pienso:
-Habéis dado pornografía por democracia -le digo-, habéis dado de más en pornografía, lo que prueba que sois conscientes de dar de menos en democracia. Habéis permitido que el barrio de Salamanca sea el guateque sangriento de una adolescencia retrojoseantoniana que me impide ir a Goya y Serrano a ligar, que era lo mío. Habéis dejado que el brazo ejecutor se os vaya de la mano, o la mano del brazo, de modo que mi mujer acaba de ver en la calle cómo un chico quería robarle el coche a un señor, el dueño, casi disputándoselo, con el único argumento legal de que el señor se había bajado a comprar el periódico. Es decir, habéis dejado que se establezca la relagión dernocracia/delincuencia, en deterioro de la democracia. Y ahora me voy a delinquir un poco, Rodolfo, aprovechando la ola que nos invade.
Martínez Barrio o el fervor cívico en que se consumían nuestros padres. Aquello por entonces se llamaba República. Ahora hay elecciones, democracia, cosas, pero no hay fervor cívico. Hay -eso sí- unos niños celéricos de catorce años como bengalas hacia el futuro.
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