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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Revolución política para Italia

LA ELECCION del nuevo presidente de Italia, el socialista Alessandro Pertini, por una votación que ha sido prácticamente unánime y cuyo resultado ha sido posible principalmente por el apoyo de Benigno Zaccagnini, líder de la Democracia Cristiana, es un signo de optimismo en la larga serie de sinsabores que atraviesa la vida pública del país. La Figura del presidente, en buena parte honorífica y protocolaria y destino tranquilo de políticos de edad provecta, no debería, normalmente, desatar tantas tensiones y votaciones infructuosas a la hora de su nombramiento. Y, sin embargo, la provisión de la más alta magistratura de Italia siempre ha estado llena de componendas previas entre los grandes electores; tan sólo el primer presidente del país Enrico de Nicola, fue elegido, en el año 1948, en la primera votación.Tampoco las votaciones para un presidente que no es elegido por sufragio universal y que tiene poderes reducidos deberían haber despertado gran expectación internacional. Pero la política italiana ha sido sometida a tantas tensiones y en tan breve tiempo que cualquier suceso público tiene importancia fundamental. Profundamente conmovida por el asesinato de Aldo Moro y no menos decepcionada por la dimisión del presidente Leone, sujeto a graves sospechas de corrupción, todo ello en un plazo menor de noventa días, la nación italiana se halla en una encrucijada difícil y delicada, en la que el nombramiento de Pertini puede verse como un pequeño síntoma de alivio.

Pequeño alivio tan sólo. El terrorismo, que se empleó a fondo en el asesinato de Moro, el pasado 9 de mayo, no ha dejado de manifestarse, coincidiendo prácticamente con las votaciones en la Cámara de Diputados de Roma. El 5 de julio, en Milán, uno de los principales dirigentes de Pirelli fue herido por varios disparos realizados por miembros de las Brigadas Rojas. Otro atentado tuvo lugar al día siguiente en Turín contra un industrial. Tras las actividades policiales realizadas contra las Brigadas Rojas por el asesinato de Moro, en modo alguno puede decirse que haya desaparecido la real amenaza de violencia en la vida política de la República, algo que, sin negar su carácter de aberración política inaceptable, no hace sino responder al descontento por la política que se realiza en el país.

De este descontento también se reclaman los electores italianos. Porque el análisis de la situación política no solamente se esclarece con los sucesos Moro y Leone, sino también con los resultados de las diversas pruebas electorales recientes: las elecciones administrativas de mayo, los referendums sobre las normas de orden público y la financiación de los partidos en junio, y los más recientes comicios en las regiones de Friull-Venecia Giuli-a y en el Valle de Aosta. Si los fenómenos de violencia política o de inmoralidad administrativa suponen graves fallos estructurales, las conductas electorales a todo lo largo de estos comicios que, casi sin excepción, se han considerado como signos de rechazo bastante evidente ante los manejos de los partidos, cierran el arco del descontento y de la necesidad de cambio en Italia.

La elección de Pertini, también estimada como signo de vitalidad en la democracia italiana, y que en cierto modo responde al convencimiento de ciertos dirigentes democristianos, de Zaccagnini en particular, de la necesidad de ampliar el juego político y de partir al encuentro de fórmulas renovadoras, debe ser el hito de la nueva política para la República, de una política que conecte con el país real y deje atrás arreglos partidistas y enjuagues burocráticos que poco interesan a los votantes y que. no resuelven -sino que entorpecen- los problemas del país.

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