Laforgue
Me lo dijo Jules Laforgue, ese Baudelaire de provincias, dulce maestro menor -o mayor-, cuando salíamos de casa de Madame Cláude de realizarnos un poco:-Mon petit, la mujer, en el fondo, es un ser usual.
Lo he utilizado, incluso, como lema de uno de mis libros. Uno de mis libros feministas que las feministas españolas y abruptas consideran antifeminista. Llevamos siglos, los escritores salidetes y molones, de Petrarca para acá y para allá, divinizando a la mujer como Afrodita Anadiomenes o como Virgen del Carmen, hasta que viene un postromántico francés de primera regional y lo dice sencillamente: «La mujer, en el fondo, es un ser usual.»
Como el hombre. Y en todos los sentidos de la palabra. Un ser que se usa, un ser para usar y, sobre todo, un ser cotidiano, consuetudinario, normal, previsible: usual, Margaret Mead, convenientemente caricaturizada por Norah Ephron y otras neofeministas, denuncia la mística de la feminidad, que naturalmente es una mística mixtificada, masculina, machista, y Simone de Beauvoir rechaza incluso el culto a la mujer de los surealistas:
-No somos una metáfora. Somos un ser humano.
Pero André Breton, claro, prefería acostarse con una metáfora. Y quién no. Justamente el proceso ha sido ése: que la mujer ha dejado de ser una diosa o una musa para ser una metáfora, en el moderno lirismoma chista. Lo cual que ayer se inauguraba una librería/ estudio/ cuartel general del feminismo en Madrid, aledaños de la plaza Mayor. Era sólo para ellas y no me dejaban entrar:
-Mujer, si es que llueve -le dije a la feminista de guardia.
-Pues si llueve, te mojas. Cela y tú os habéis hecho millonarios a costa del antifeminismo, explotando vuestro machismo.
Yo no sé de Camilo, pero una vez sí le oí decir:
-Amo a los animales por este orden: el perro, la mujer y el caballo.
Y en otra ocasión, refiriéndose a su mujer, me contaba:
-Cuando Charito duerme, yo la observo, porque me gusta estudiar las reacciones de los animales en cautividad.
Está claro que Camilo, como siempre, enmascaraba una profunda ternura en una frase bronca. Juan Ramón Jiménez experimenta el mismo sentimiento hacia Zenobia dormida, sólo que lo dice más fino, porque era más yiddish, Un día se me acercan; no hace mucho, las del grupo feminista del pecé, a ponerme los puntos de ganchillo sobre las íes de la prosa cheli esta que me traigo:
-Lo que hace falta es que manana no metas la pata en tu crónica -terminó una de ellas.
-Mira, amor, yo vivo de meter la pata, a mí me pagan por meter la pata, y me pagan muy bien, por cierto, de modo que la meto todos los días. Ya ves.
Volvamos al arlequinesco y brillante Laforgue. Yo me sentía un poco Laforgue, la otra noche, bajo la lluvia otoñal de Madrid, al ser rechazado del círculo feminista de una nueva librería, como del círculo blanco de una isla griega, cerrado por versos sáficos. La mujer, en el fondo, es un ser usual.
Supongo que por lo que luchan las más lúcidas es por eso, por ser usuales, cotidianas, peatonales, urbanas, útiles, autónomas, por ser, en fin, tan usuales como el hombre, que tampoco es otra cosa que un pobre ser usual al que la sociedad usa: un valor de uso, como nos enseñó a decir don Carlos Marx
Tras la alienación de siglos (alienación por arriba, lírica o religiosa, o por abajo: «la mujer no tiene alma y tiene menos muelas que el hombre», Aristóteles), ellas, por reacción, están cayendo inevitablemente en el fanatismo de sí mismas. No se habrán liberado (y perdón por el paternalismo) autofanatizándose, sino llegando a la melancólica conclusión laforguiana de que, pese al triángulo hirsuto de que hablaba otro poeta, son un ser usual que cuando llueve se moja como los demás.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.