Abstencionistas pero no infieles
Profesor de UniversidadDesde luego parece que haya actitudes como las autoritarias o despóticas que vamos a tardar en desterrar aún bastante tiempo.
Ahora nos viene el dibujante Máximo, y, en el diario EL PAIS de 8 de diciembre de 1978, se nos planta cual San Pedro con las llaves, en el umbral del pórtico democrático formal, negando el paso a los abstencionistas del pasado referéndum.
Cabe suponer que tan airada como -en mi opinión- ignorante reacción del «humorista» se debió quizá a su desilusión o sorpresa por el elevado porcentaje de abstenciones en el mismo.
Olvidó, sin duda, el dibujante al menos dos cosas, tan elementales como respetables:
1. Que los «abstencionistas de pro» (como tan horrorosamente nos llamó el dibujante), y también los abstencionistas de «retro», creo yo que tenían un denominador común que quizá su no-voto expresó claramente: la política viene a ser algo alejado a ellos, a nosotros. Algo que sólo hacen unos cuantos, unos cuantos primeros secretarios y presidentes, unos cuantos portavoces, unos cuantos ministros.... unos cuantos «elegidos», vaya. Esta forma de hacer la política se convierte así, en esta «democracia delegada - de - los - representantes», en algo que sólo hacen ellos mismos, y que -además- sobre su propia marcha (la de ellos) van aconsejando, esto es, dictando, a las «bases» que les votaron lo que deben -y sobre todo lo que no deben- hacer.
De este modo, algunos de los que no votamos no hicimos sino devolver al poder lo que del poder era y lo que el propio poder nos había dado: el mismo desinterés que el propio poder establecido prestó pródigamente a los problemas cotidianos de la inmensa mayoría.
2. Y que, además, buena parte de los que no votamos lo hicimos también (¿por qué no?) asumiendo ese manoseado requerimiento al «deber ciudadano» de expresar en libertad nuestra opción ante el debate constitucional. Y si nuestra respuesta fue la que fue (la de no votar) se debe a que para nosotros la democracia no es ninguna madre -y por tanto sólo una... y a ti te encontré en la calle-, sino que nosotros preferimos, y nos amamos (en secreto, claro) con la democracia igualitaria; esa señora directa, sensual, utópica, e ilegal como el amancebamiento y la vida misma. Una democracia donde el poder de las decisiones, todas, inclusive las políticas, pueda ser ejercido por todos, día a día, y no sea, por tanto, algo delegado a sólo unos cuantos listos.
Una democracia en suma, donde el poder (esa instancia tan alejada a nosotros) no se refuerce o se «legitime» (como también se dice), sino que se disuelva dentro de esa negación del poder que es el pueblo mismo.
Esa es nuestra amante, a la que hemos prestado fidelidad con nuestra postura en el pasado referéndum.
Se nos podrá llamar malos «estrategas», pero no infieles a lo nuestro, a nuestras ilusiones. Se nos llamará románticos..., pero ¿a dónde nos llevan los estrategas y los pragmáticos?
Le tomo prestado un ejemplo que le escuché el otro día al buen profesor y amigo José Luis Sampedro, y al que añado alguna pequeña aportación por mi parte: Mientras uno aguarda con un modesto carrito en la barrera de un paso a nivel, se nos pregunta con gran estrépito si queremos subir a un tren nuevo, moderno, fantástico y de cómodos asientos, que nos llevará a toda velocidad hacia el Oeste. Se nos pregunta si queremos subir o no, y se respeta incluso la posibilidad de subir al nuevo tren sin necesidad de que contestemos, o que votemos en blanco. (Esta es la parte que yo vengo a añadir a este ejemplo, lo que deseo aclarar, pues José Luis Sampedro usó el suyo en otro marco y contexto y para algo distinto). Bien, pues resulta que nosotros no queremos ir en esa dirección, por esa vía, ni hacia adelante ni hacia atrás; ni tampoco queremos quedarnos eternamente en la barrera. Algunos no estamos en absoluto interesados en esa vía Este-Oeste por donde marcha el tren del desarrollismo industrializador -idiotizador - consumista - explotador.
Algunos preferimos caminar por nosotros mismos hacia otra dirección, aunque sea con nuestro carrito que quizá vaya despacio, pero de forma que cada paso que damos nos acerca a donde efectivamente queremos ir.
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