Bibliotecas públicas
Nada más lejos de nuestra intención al proyectar esta campaña de difusión del libro que interferir en la creación de bibliotecas públicas, cuya nueva política, impulsada eficazmente por la Dirección General del Libro y Bibliotecas, ha comenzado ya a dar su fruto en las diez provincias españolas peor dotadas de instalaciones y servicios bibliotecarios. Nuestro objetivo es mucho más humilde: tan sólo aspiramos a poner al alcance de grupos sociales, entidades y asociaciones ciudadanas que insistentemente vienen manifestando su interés por la lectura, un lote de libros suficientemente atractivo, limitado por nuestro pobre presupuesto y por el mismo espíritu de la campaña, que intenta llegar a donde, hoy por hoy, no puede llegar la biblioteca pública.Para tranquilidad de doña Margarita de Julio Costas (véase EL PAIS de 16 de diciembre) debo aclarar que la selección previa de libros por encargo de la dirección general estuvo encomendada a una bibliotecaria, que hubo de cuidar su contenido y equitativo reparto entre el mayor número posible de editoriales. Posteriormente, esta selección fue sometida a examen y refrendo por parte de una comisión formada por dos representantes del Pen Club, dos representantes de la Asociación de Escritores y Artistas y dos representantes de la Asociación de Escritores, en una reunión celebrada en la Dirección General de Difusión Cultural, a la que también asistieron representantes de la Federación de Editores y del Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios en nombre de los editores catalanes. Todos ellos, por escrito, confirmaron, ratificaron y completaron de forma decisiva la selección previa, conforme a los intereses de quienes van á ser destinatarios de las obras por petición propia, y no por decisión del Ministerio. Nada de «elegidos», por tanto.
Sinceramente he de agradecerla inestimable colaboración de estos bibliotecarios-prófesionales en la etapa de selección -todavía no se ha procedido al reparto de ningún lote-, pero me permito señalar que, en una campaña de este tipo, su misión termina ahí. El ciudadano español es -creo haberlo oído repetir insistentemente en los últimos tiempos- «mayor de edad», y el bibliotecario no quiere ni puede convertirse en «director espiritual de la lectura»; tan sólo orientará en la biblioteca pública si es requerido por el lector para ello. Si queremos una cultura sin dirigismo y, lo que, es igual, sin paternalismo, habremos de convenir en que los libros no se dividen per se en «beneficiosos y venenosos». Nadie, ni siquiera el bibliotecario, tiene la patente de una clasificación que sólo corresponde a los propios lectores, aun cuando entre ellos se encuentren «jóvenes románticas» o «niños imaginativos», para quienes, por otra parte, no se han pensado estos lotes.
(Director general de Difusión Cultural)
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