Los controles policiales
LA EVALUACION de la eficacia policial en la persecución de un terrorismo técnicamente cualificado, como el de ETA, resulta en ocasiones más que preocupante. Inmediatamente después del asesinato del general Ortín se dio noticia de que 4.000 policías estaban «peinando» Madrid y sus accesos a la busca de la menor pista de los criminales. Pues bien: el automóvil utilizado en su huida por el comando de ETA fue abandonado en doble fila en una calle céntrica de la ciudad, recogido por «la grúa» (a quien acompaña un agente municipal) y descubierto finalmente días más tarde en uno de los depósitos del Ayuntamiento. Mientras tanto, la circulación de la ciudad era colapsada por multitud de controles policiales, tan rigoristas como infructuosos.Ayer mismo un adolescente ha encontrado la muerte al saltarse su padre un control de la Guardia Civil en una de las carreteras de salida de Madrid. Por supuesto que los controles policiales deben ser respetados y la resistencia ante los mismos debe tener sus consecuencias judiciales, amén de que quien no los respeta corre un obvio riesgo, pues la fuerza pública debe cumplir su misión. Pero un control de carreteras no puede ser de manera sistemática una última ratio policial penada con el ametrallamiento. Sobran elementales medios técnicos (vallas, controles dobles, forzamiento de paso en zig-zag, pisos de púas, etcétera) para detener un coche con mayor facilidad que a tiro limpio. ¿Por qué no se utilizan estos medios y estas técnicas? Al margen de la operación de búsqueda de los asesinos del general Ortín, el tema de los controles de carretera -en los que han encontrado la muerte numerosos ciudadanos en el País Vasco- exige una revisión operativa inmediata, a menos que nos resignemos a patentar en este país una nueva modalidad de suicidio. Los errores que se cometan deben, además, ser investigados judicialmente.
Por lo demás, no es tarea de los periódicos elaborar manuales de técnicas antiterroristas, pero el sentido común nos apunta que encontrar un comando terrorista en base a redes masivas de control policial se asemeja bastante a sacar agua con un cesto. Un comando terrorista es, antes que otra cosa, eso: un comando. Y cabe suponer que cuenta con una infraestructura de ocultamiento y retirada. No imaginamos a los asesinos del general Ortín intentando abandonar Madrid precipitadamente en un coche robado, sin documentación y con la txapela en la cabeza. Así, estos días la policía habrá detenido, sin duda, a muchos deliricuentes comunes y retenido a numerosos ciudadanos descuidados con su documentación o con su nivel de bebida. Pero, desde luego, 4.000 hombres no van a encontrar a cinco terroristas. Porque los comandos terroristas son detectados y detenidospor comandos antiterroristas, nunca por miriadas de carabineros. Todas estas cosas las sabe además, sin duda, el ministro del Interior y su equipo. Por lo que cabe colegir que la gran operación policial con la que nos han regalado es más que nada una operación de imagen ante la opinión pública. El comisario Conesa sigue, por lo demás, al frente de la Brigada Antiterrorista de la décima potencia industrial del mundo.
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