Una falsa coartada
LA COMPLEJIDAD y la originalidad de la cuestión vasca desafia los análisis simplistas. Un movimiento naciona lista que recurre a la violencia para combatir un Estado democrático después de cuarenta años de dictadura, y cuyo sentido objetivo es provocar la involución hacia la autocracia se reviste, sin embargo, de la parafernalia y la fraseología de la izquierda y la revolución. La reivindica ción de independencia de un área geográfica que pasó en menos de siglo y medio del subdesarrollo a la sociedad industrial avanzada gracias al proteccionismo arancela rio del Estado español, a la privilegiada posición de su industria siderúrgica y de transformación como suminis tradora del mercado interno, a las relaciones del intercambio desigual con las zonas productoras de mate rias primas y alimenticias, y a la utilización de la: mano de obra inmigrada oriunda de la meseta es justificada, sin embargo, con la retórica de las víctimas de la opresión colonial. Una población a la que distinguen rasgos étnicos creados por un largo período de endogamia, pero que nunca existió como Estado -una de esas «naciones sin historia» de las que habló Friedrich Engels-, es recons truida por mitólogos disfrazados de historiadores como una «unidad de destino en lo universal», cuyo fervor patriótico haría palidecer de envidia al fundador de la Falange. Un idioma que, por razones objetivas de su propio desarrollo, no logró pasar del estadio de instrumento de comunicación de una comunidad rural, a la condición de vehículo de cultura de una sociedad moder na, que no ha dejado otras muestras de creación literaria que las del bardo Iparraguirre, y que fue desplazado por el castellano en un proceso sin sujeto a caballo de la industrialización, es presentado ahora como la víctima de una decisión genocida decretada desde las covachuelas burocráticas madrileñas. Un movimiento político que invoca al Ché Guevara, a Frantz Fanon y al general Giap busca, no obstante, sus raíces históricas en la batalla de Roncesvalles y en las guerras carlistas del siglo XIX. Una ideología que se autoproclama socialista e internacionaEsta busca y encuentra su base social, sin embargo, en las zonas rurales y en la pequeña burguesía, arroja al basurero de la historia a la clase obrera industrial inmigrada, que constituye casi la mitad de la población en el País Vasco, insulta y zahiere al Partido Socialista y al Partido Comunista, y se propone como objetivo táctico formalizar un «frente de rechazo» con el Partido Nacionalista Vasco, viejo socio de la Internacional Democristiana e hijo mimado del mundo eclesiástico.Este esquemático resumen de algunas de las contra dicciones que recorren el movimiento independentista vasco bastaría para disuadir a cualquier observador poco familiarizado con el tema de la tentación de formular diagnósticos apresurados y de proponer recetas mi lagrosas.
Sin embargo, el editorial que dedicó ayer el prestigioso diario parisiense Le Monde (véase la página siguiente) a la situación en el País Vasco no ha podido eludir las dificultades que lleva consigo un análisis simplista de cuestiones complejas. El asunto no tendría mayor importancia si el artículo fuera simple fruto de la insuficiente información o de la escasa reflexión. Pero parece significar también un intento de descargar de las espaldas del Qua¡ d'Orsay, sumamente fatigadas por las tareas de su presencia en Africa y en Oriente Medio, la más mínima responsabilidad en la explosiva situación en Euskadi. Le Monde rechaza las protestas españolas por las facilidades concedidas en Francia al terrorismo vasco, que han convertido el departamento de los Pirineos atlánticos en un santuario para ETA. Semejante crítica tan sólo se propone, según el diario, «buscar fuera del territorio nacional una respuesta satisfactoria a un drama cuya solución política depende exclusivamente del Gobierno español». En consecuencia, el editorial considera plenamente justificados los desaires del Qua¡ d'Orsay al Ministerio de Asuntos Exteriores español: «El Gobierno francés, preocupado por desdramatizar este esbozo de querella, ha considerado la visita del señor Oreja como de "simple rutina", y considera, sin minimizar los riesgos de tensión en el País Vasco francés, que la clave del problema vasco se encuentra, naturalmente, en Madrid.»
Los hechos, trágicos por añadidura, muestran hasta qué punto esta coartada que tan cortesanamente se regala al Gobierno francés resulta falsa. En menos de un mes, dos destacados dirigentes de ETA, cuya responsabilidad en la ofensiva terrorista contra las fuerzas de orden público y en la campaña de extorsión a los industriales vascos nadie pone en duda, han sido objeto de sendos atentados criminales en el País Vasco francés. La localización geográfica de las dos emboscadas demuestra que los cuarteles generales de los terroristas, donde se preparan los atentados y las extorsiones, se adquieren las armas, se atesoran los frutos de los asaltos bancarios y de los chantajes y se proporciona reposo a los guerreros, se hallan instalados en los Pirineos atlánticos.
No cometeremos la estupidez de afirmar que la cuestión vasca es una mera consecuencia de la tolerancia francesa hacia los terroristas. Ni siquiera pensamos que la ofensiva criminal sería frenada en seco si el Gobierno de: París expulsara de su territorio a los miembros de ETA, que buscan más allá de la frontera no sólo asilo para sus; personas, sino también oficinas para sus sedes, almacenes para sus armas y bancos para su dinero. Pero sí creemos que la pasividad de las autoridades francesas ante las acciones de ETA -explicable por su deseo de exportar hacia España el problema vasco en su integridad y de no buscarse complicaciones en la llamada «Euskadi-Norte»- es una de las causas de una situación altamente compleja y fuertemente conflictiva. El gesto francés de quitarse las pulgas de encima en la cuestión vasca no es sólo poco creíble, sino, también, y sobre todo, inmoral. Porque la muerte y el dolor tal vez serían menores en el país vasco y en el resto de españa si las autoridades francesas impidieran a los asesinos residir, avituallarse, preparar sus golpes y refugiarse más allá del Bidasoa, en el País Vasco francés, cuya liberación de «la bota de París» también demandan teóricamente los terroristas de ETA.
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