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Tres alegres tigres

Las tres noticias se pisaron los talones, pero su cronología fue la siguiente: primero la Coca-Cola, acto seguido los modelos de primavera-verano de Pierre Cardin y unos segundos más tarde los jesuitas del padre Arrupe. Es la fulminante respuesta del mundo capitalista a la espectacular apertura de piernas de la economía china al mercado occidental cristiano.Todo ocurrió más o menos de este modo: el presidente Mao había insistido, hasta el aburrimiento, en el principio de la autosuficiencia, y pese a las estremecedoras analogías con el cerealismo histórico y la autarquía de los primeros viernes franquistas, seguimos con pasión adolescente las mutaciones chinas: el período de la planificación al modo soviético; el regreso a la agricultura primitiva y, más tarde, a las arcarias leyes del mercado campesino; la revolución cultural aquella y el turbio precepto maoísta de autosuficiente regional, cuyas extrapolaciones estamos ahora viviendo o muriendo, según se mire el mapa del país.

Para muchos de nosotros, el modelo chino representaba el triunfo de la paradoja histórica: primacía de lo rural sobre lo urbano, de la agricultura sobre la industria, de la periferia sobre el centro, de lo nacional sobre lo multinacional, del interiorismo artesano sobre el cosmopolitismo electrónico. Entonces aparece en escena el señor Deng Xiaoping dispuesto a hacerle la competencia al señor Arias Navarro y nace el aperturismo chino, atraído por los pelos de esa revolución industrial que destroza todas las consignas del Libro Rojo.

Ley de vida, suspiramos resignados cuando nos contaron la noticia. Ahora a esperar los temibles inputs y outputs para enterarnos de la nueva trayectoria de los tiros, bostezamos para disimular la sonrisa helada. La verdad es que no tardamos demasiado en conocer con detalle las primeras exportaciones del Gobierno de Pekín y con el amplio victimario en la mano hay que reconocer que el mercado de castigo bélico de China es altamente competitivo con el americano, al menos en la plaza vietnamita. Faltaba saber con qué productos occidentales los economistas de Deng Xiaging tenían pensado equilibrar su balanza de pagos y ya está resuelto el enigma industrial. De entre toda la variada farmacopea del supermercado capitalista, los chinos han tenido el buen instinto de escoger la triada más representativa del nuevo modo de vida que desean: la chispa de la vida americana, la alta costura francesa y la espiritualidad española. La inconfundible espuma de los limones salvajes de la trilateral.

Sabedores de que el proceso industrial desencadenado es lento y que sus primeros conforts tardarán en manifestarse un par de lustros, los de Pekín han optado por el consumo inmediato de los tres símbolos primordiales del universo, al que se dirigen en picado. Y allá van camino de Pekín el padre Arrupe, Pierre Cardin y la botella famosa, disfrazados de tres inocentes tigres de papel y dispuestos a venderle los efectos profanos de la santa causa del beneficio. El misterio de la rentabilísima trinidad: tres productos distintos y un sólo dios verdadero, que, como en todas las religiones de postín, su nombre es impronunciable y cuya secreta articulación confiere la clave de la felicidad terrenal expresada en curva de beneficios.

Los americanos alimentarán los cuerpos chinos con sus colas, los franceses vestirán sus impresentables desnudeces uniformísticas con sus géneros, y nosotros, como en los buenos tiempos, nos encargaremos de la especulación del cielo. Creo sinceramente que hemos tenido suerte en el reparto de las obras de misericordia: exportaremos nuestra más refinada industria de transformación histórica. Los años dirán cuál de los tres negocios occidentales es más rentable a largo plazo en el mercado chino, si los gases, si las telas o si los jesuitas. Claro que también podríamos hacer trampa y enviar a nuestros misioneros con sotana diseñada por Pierre Cardin y una Coca-Cola en la mano libre de bendiciones. Sería irresistible. Sería el happy-end del modelo chino.

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