Causas ajenas al conductor
La cifra de accidentes crece de día en día. Cada fin de semana se salda con un número de víctimas aterrador. La carretera, que se ha hecho para unir a los pueblos, se ha convertido de una norma macabra en un instrumento mortal, en una de esas tres ces fatídicas, junto con el corazón y el cáncer. Todos los organismos afectados tratan, por diferentes medios, de poner coto a esta oleada de víctimas, con resultados de distinto signo. Mientras en el resto del mundo la. cifra total de víctimas ha decrecido en los dos últimos anos, en España ha aumentado notablemente.En el resto del mundo, aunque la cifra de vehículos de los respectivos parques automovilísticos ha experimentado un alza importante, ello no ha sido causa de que las cifras de víctimas creciesen con ellos. Las campañas de mentalización promovidas por los organismos que rigen el tráfico en otros países han obtenido éxito. En Japón, por ejemplo, con un incremento en el parque automovilístico similar al español, el número total de accidentes se ha reducido a la mitad en los dos últimos años. En ese mismo tiempo, en este país, no sólo no ha decrecido, sino que ha aumentado en índices absolutos y relativos.
Pero para llegar a la solución de este difícil problema hay que pasar por un conocimiento real del por qué se producen los accidentes. Esta es una condición previa a toda solución. El problema radica en que, en España, durante muchos años se ha preferido echar la culpa al conductor siempre de todos los accidentes, sin dejar posibilidad algun a otras causas técnicas. En las estadísticas que periódicamente hace públicas la Dirección General de Tráfico se hace un balance de las causas de los accidentes y, nunca, jamás, se menciona, siquiera en un porcentaje bajo. la posibilidad del accidente debido al mal estado de la carretera o incluso a deficiencias en los vehículos siniestrados.
Las causas siempre son las mismas. Velocidad inadecuada, adelantamiento en zonas prohibidas, no respetar las señales de stop, etcétera. Pero, ¿y los accidentes que se producen cuando el conductor pierde el control de su vehículo por haber pasado por un bache monumental, de esos que no son raros en nuestras carreteras? ¿Y cuando una rotura de un órgano vital de su automóvil, como una mangueta, provoca el accidente fatal? ¿Y cuando el conductor ha salido a la carretera sin estar capacitado para ello, porque el carnet de conducir, tal y como son los exámenes actualmente, no es suficiente garantía de capacitación? ¿Se le puede preguntar entonces a la víctima las causas reales de su accidente?
Si así fuese, seguramente las estadísticas de la Dirección General de Tráfico tendrían que ser modificadas. Aunque estos apartados son difícilmente mensurables, lo que no hay duda es que producen víctimas, y si no se considera así, se realiza la política del avestruz de echarle la culpa siempre de todo al automovilista, será muy raro que se llegue definitivamente a una reducción en las cifras de accidentes.
Mal estado de carreteras
En otros países -y siempre hay que recurrir a la comparación-, industríalmente mucho más avanzados que el nuestro, ocurren fallos -raros, eso sí- mecánicos, en al gunas series de vehículos, o componentes de los mismos, y los fabricantes, cuando los detectan. realizan urgentes campañas para lograr que los poseedores de dichos vehículos pasen por los concesionarios para que dichos elementos defectuosos sean sustituidos por otros en buen estado. En este país, ¿cuándo ha ocurrido algo análogo? ¿Y es acaso que no se producen nunca fallos? ¿No será que se silencian, ante el temor de la posible campaña negativa que ello podría acarrear? Pero como aquí no existe la figura del ombudsman, que sirve precisamente para denunciar esos -y otros- posibles fallos, difícilmente pueden controlarse.
Algo análogo podría decirse de las carreteras. En ocasiones, su mal estado puede ser causa de accidente, y esas deficiencias deben de corregirse antes de que sea demasiado tarde. Antes de que cobren víctimas silenciosas que nunca podrán ya quejarse y que pasarán a engrosar las estadísticas de los adelantamientos peligrosos, de los excesos de velocidad o de no respetar las señales.
Eso sin hablar de la urgente necesidad del cambio en el sistema actual de los exámenes para la obtención del carnet de conducir, algo que parece que va a acometer en breve la Dirección General de Tráfico. En la actualidad, las autoescuelas enseñan sólo a aprobar los exámenes, no a conducir. Pero ellas no son las culpables, al menos no las únicas, sino el sistema que permite, para examinarse, sólo aprender unas cuantas cosas que se sabe que son las que van a preguntar en el examen. Luego, claro está, la falta de conocimiento del conductor le convierte en una víctima potencial.
Finalmente, existe también una falta de credibilidad por parte de los conductores hacia las señales de tráfico de las carreteras. Por una parte, se debe a ese peculiar carácter hispano de interpretar las normas. Por otra, a que en muchas ocasiones -demasiadas- las señales no están bien colocadas. La razón puede ser el llevar colocada en el mismo sitio la misma señal durante muchísimos años, cuando la carretera quizá ha variado y los coches de hoy día ya no son los de hace años -frenan mejor y tienen mucha más estabilidad-. O, también, que en ocasiones los encargados de su implantación no tienen una noción exacta de la conducción. Pero, en cualquier caso, su falta de adaptación a la realidad, que el conductor observa en muchos casos, produce esa falta de credibílidad que se hace indebidamente general.
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