Los estudiantes
Cuando el franquismo de antiguamente, los estudiantes se pasaban el período lectivo discutiendo de maoísmo con los caballos de los guardias. Parecía que a la muerte del difunto la Universidad iba a ser una eclosión, un boom, un Nanterre, una cosa, un demasié.Nada. Todos pasan de todo, en los pasillos hay un clima flipé y en las aulas una ausencia visitada por el sol. La otra mañana he ido con un ilustre profesor a solventar un pequeño asunto. Los estudiantes vagaban por su facultad como una generación camastrona por los pasillos de un colegio mayor de tedio y sopa. (Lola Galán lo está contando muy bien.)
No hace mucho, unos ultras dieron un golpe en Derecho, como ustedes recuerdan, a ver si el personal reciente reaccionaba, quemaba algún crucifijo, volvían los caballos a pastar humanidades y podían las amas de casa gritar de nuevo:
-¡Franco-Franco-Franco,a ti te lo debemos!
Hubo un tiempo remoto en que Aranguren, García Calvo y Tierno Galván estrellaban y refrescaban su magisterio antifranquista contra las mangueras antidisturbios. Hoy, Aranguren habla de quemar la Universidad, como Marinetti hablaba de quemar la biblioteca de Alejandría o cualquier otra biblioteca mítica. (Estoy con su último libro, La democracia establecida.) García Calvo escribe sobre los ascensores que no funcionan y Tierno Galván es alcalde, o sea, que ha pasado al otro lado de las mangueras.
La juventud, que siempre necesita una épica, empieza a considerar novofascismos, opciones de violencia. La otra juventud, la que siempre necesita una lírica, se cuelga con el ácido, la noche y Oscar Wilde. Me lo decía ayer mismo una joven y bella pasada de provincias:
-Es una vergüenza y un descaro. Aquí en Madrid nadie conoce a Oscar Wilde.
Imaginan en las preautonomías que Oscar Wilde pasea todas las noches por la plaza del Dos de Mayo, del brazo de Estrellita Castro.
Manuel Puig, pubis angelical, viene a Madrid y se mete en la Filmoteca a verse todo lo de Imperio Argentina. En ese rollo estamos. Una francesa que tiene un restaurante en el barrio ácrata se me queja de que ya no va gente a cenar, desde que López-Izquierdo, alarmista hebdomadario, escribió, más o menos, que en Dos de Mayo se viola indiscrimin adam ente a partir de las ocho y que están los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo blanco de la cocaína. Tampoco es eso.
La Universidad está partida por Franco en dos: de un lado, las viejas estructuras burocráticas y docentes de cuarenta años, y del otro, un estudiantado que pasa del fervor mao/trotskista de sus hermanos mayores, de las regatas del SEU y los diplomas con orla que presidían el sabadete conyugal de Ogino.
Hace poco, querían quitar a Vian Ortuño y poner a Ruiz-Giménez. Don Joaquin está quemado como ministro de Franco, derrotado electoralmente como democristiano y más en el incienso ecuménico de Wojtyla que en el incienso pasota del cáñamo hindú. Mal iba a conectar con esta juventud, que ya no pierde el tiempo en conspiraciones de colegio mayor.
En los sesenta había que irse a Berkeley, que era la Universidad a distancia de loshippies y los revolucionarios del mayo francés. Ahora todo es Berkeley, hasta la Complutense, y el que con Franco era antifranquista, por llevarle la contraria a la guerra de papá, hoy sabe que sus intereses de clase están realmente en peligro con el socialismo (siquiera sea como hipótesis de trabajo), de modo que los más bizarros buscan nuevos caudillos y los más leídos están en las copas de los árboles de la Universitaria leyendo a Castaneda y fumando un algo que se han hecho con boquilla de billete del Metro Argüelles.
Con razón han desconfiado siempre los movimientos obreros de la bizarra adhesión estudiantil. Muerto Franco, se acabó la rabia.
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