El Duero
DE vuelta hacia Madrid, spleen del regreso (hay un spleen del regreso, más punzante quizá que el de la partida), de vuelta hacia Madrid, digo, simetría en ruinas del románico por la meseta mesetaria, dominadora, fascista, con un orgullo de adobe que ha tantos siglos que se viene abajo, y de pronto el susto de Soria, Palacio, buen amigo, ¿tienen ya ruiseñores las riberas?La carta de la nieve aún no había llegado a la Soria del ferragosto, pero sí la polémica madrileña del Duero, sobre el Duero, en torno al Duero, polémica que va a hacer que, este otoño, el Duero pase por Madrid, anegando algunos Ministerios, como un alto Nilo de la protesta, si las cosas van a más. Dije por primavera en esta columna que alguien quiere hacerse con el soto ameno por donde Machado se metamorfoseaba en álamo de la ribera, lira de la primavera. Di nombres, como tengo por disciplina: ¿Martín Villa, Souto, Félix Pastor?
Nuevo puente sobre el Duero, ahora donde más duele, entre San Polo y San Saturio, Palacio, buen amigo, por Soria andará ya la nieve pura. No, nunca más, poeta, que lo infestarán de cardenilla impura, de sucio cardenillo, de un vaivén de coches y mercaderías. El alcalde de Soria le ha dado a Julián Marías una respuesta municipal y espesa. La foto redonda de la guía telefónica de Soria, que recoge apenas la curva de ballesta (mortal ballestería, don Antonio), es como la diana del tiro al blanco que ensaya el capital contra el paisaje. Ahí pondrán el puente.
En San Saturio, subiendo de un tirón las escaleras, me asomo por la gatera celestial. Hay un letrero a mano, con buena redondilla: « Limosnas para el anacoreta».
-¿Y a qué horas recibe el anacoreta, oiga?
El buen soriano no lo sabe. El buen soriano se baña con su señora en un Duero sucio de fábricas, factorías, transformadores o lo que sea, bajo un puente de hierro que es como un arpa bélica soñada por Marinetti en pleno rapto fascista. El buen soriano cruza el río por el puente de siempre, yo voy y vengo del parador de Fraga a Santo Domingo, y vuelta, y en la memoria borrosa del barroco borrado se me queda ahora, tal como acabo de verla, insultante y dura, una placa por los caídos de José Antonio -aún-, sobre el muro de oro y sueño de la patria mía.
¿Y los caídos del otro lado que a su vez originaran estos caídos, dónde tienen la placa? Ernesto Giménez-Caballero escribió una vez un caprichoso folleto, en Temas de España, titulado «Valladolid, la ciudad más romántica de España». Yo lo leí muy niño, lleno de líricos picores vallisoletanos, y saqué de allí, por toda sustancia, que Valladolid era -es- una ciudad muy polvorienta, que el viento lleva y trae el polvo por la ciudad. Ya lo sabía. Hoy, la ciudad más polvorienta de España quizá sea Soria, sucia de un polvo de oro y contaminación, con pescadores de jueves que pescan en la presa, turistas machadianos que suben hasta el parador y un establecimiento hostelero, particular, al que han tenido la estremecedora osadía -como un expolio- de llamarle Leonor.
La niña / esposa del poeta, novio de torpe aliño matrimonial, se ha convertido en parada de camioneros y figón de fuerzas vivas, todo presidido, queramos o no, por esa lista en mármol de los caídos por José Antonio Primo de Rivera, buen clima sentimental para que los dueños de las cosas hagan lo que quieran y tiendan la puente y la crucen a su gusto, con donaires del señor alcalde para el filósofo que lo ha denunciado. «Duran las cosas sencillas», escribe Luis Rosales, «su vivir triste y honrado, dura el paso sosegado del Duero por Tordesillas.» Por Tordesillas no sé, pero por Soria el Duero ya no va sosegado, sino crecido de polémica, alto de ajenas ambiciones, sucio, y me temo, ya digo, que para este otoño el Duero se entrará en Madrid. Entraba yo delante, ayer mismo, por Alcalá de Henares, y me lo dijo Gerardo: «Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja.» Ahora van a bajar, no para acompañarle, sino para llevárselo, los tramperos que ya le tienden al leopardo verde una trampa de puentes e intereses.
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