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Reportaje:

De romería con el ataúd puesto en Puebla del Caramiñal

La muerte, mezclada con la vida, ronda siempre la sensibilidad más íntima del hombre gallego. En el folklore, en la antropología, en casi todo, sus huellas aparecen indelebles. Son varios los lugares en los que fiestas y romerías giran en torno a viejas creencias relacionadas con la muerte. Enfermos que se salvaron, milagros, aconteceres inexplicables que la devoción gallega suele celebrar con estricta devoción en varios lugares de Galicia. cuenta cómo pasan las cosas en A Póboa do Caramiñal (Puebla del Caramiñal), en la provincia de La Coruña, escenario de la «Procesión de las mortajas».

Son los nazarenos. Están convencidos de que se salvaron de la muerte por un pelo y acuden todos los años a testimoniar su devoto agradecimiento al Cristo de A Póboa do Caramiñal formando cortejo fúnebre-festivo difícil de comprender para el profano. Es la Galicia rural que, con sus tradiciones ancestrales, una vez más, vuelve a mezclar heterodoxia pura e integrismo solapado.Alguien estuvo enfermo de gravedad, desahuciado, a las puertas de la muerte. El o su familia creyeron que el Cristo Nazareno de A Póboa do Caramiñal (La Coruña) hizo el milagro y se salvó. Ahora va a la romería vestido con el hábito mortuorio que hubiera arropado sus despojos, de color morado -igual que el Cristo- si es persona casada o viuda y de blanco, si es doncella o niño; el penitente sigue el propio ataúd que hubiera alojado su cadáver, de color negro, para casados y viudos, y blanco, para niños y doncellas. Componen una de esas estampas increíbles que depara el eterno juego entre la vida y la muerte que caracteriza el transcurrir gallego. Es la Procesión de las mortajas.

La tradición

La tradición cuenta que una vez, en los tiempos antiguos de las primeras peregrinaciones a Compostela, cuatro salteadores de los caminos del Apóstol fueron a caer en manos de la justicia de A Póboa do Caramiñal, desviados por error de la ruta jacobea. El regidor local, Juan de Linares, estaba muy enfermo y su familia había comprado ya ataúd y hábito mortuorio para él. Ofrecido devotamente al santo, curó rápidamente y, agradecido, acudió a presidir la procesión anual vestido con el hábito preparado para su muerte y con el féretro.Delante del pueblo, hizo profesión de fe y perdonó la pena de muerte de los cuatro condenados que esperaban ejecución, por la necesidad legal de que el regidor debía presenciar el cumplimiento de la sentencia. Desde entonces, existen los nazarenos y las mortajas de esta villa marinera de Galicia.

Por los años cincuenta, el cura Serafín Rivera quiso cambiar la cabeza del Cristo por otra que tuviera una faz más alegre y menos atormentada que la tradicional. Cuando se enteraron los feligreses armaron la marimorena y obligaron a la intervención del arzobispo de Santiago, que mandó quemar la cabeza intrusa, casi en un acto de fe purificador, como en los viejos tiempos.

Antes, el ofrecido iba incluso dentro del mismo féretro, portado por sus familiares. Valle-Inclán, tan ligado precisamente a este escenario de la ría de Arosa, se hizo eco de esta tradición, que tiene su fiesta al llegar septiembre. El pasó del tiempo no ha podido contra ella y aún este año desfilaron, delante de centenares de personas que llevaron velas encendidas, más de una docena de ataúdes. Los mismos mozos y mozas que los portaron bailaron y ligaron más tarde en la verbena.

En Galicia, la muerte y la vida tienen muchas veces tiempos trucados, espacios interpuestos. Hay más santascompañas que las nocturnas de campanilla y fantasma.

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