Monopolio de las armas y opiniones políticas
DOS ALTOS grados del Ejército -el teniente general Gabeiras, jefe del Estado Mayor del Ejército, y el teniente general De Santiago, ex vicepresidente del Gobierno, hoy día en la reserva- han hecho a la prensa declaraciones de contenido político, de orientación y signo diferente y aun opuesto (véase "Revista de la Prensa" de este mismo número). La entrevista con el teniente general Gabeiras, publicada en Reconquista, revista de pensamiento militar, se sitúa casi en los antípodas de las opiniones sobre el momento político español del teniente general Milans del Bosch, publicadas hace casi un mes. Por el contrario, el teniente general De Santiago, aunque con menos contundencia, sigue los pasos del capitán general de Valencia en lo que se refiere a una visión desesperanzada de la España constitucional y democrática.Sería tentador limitarse a poner de relieve las contradicciones entre las apreciaciones de ambos generales sobre nuestra situación y resaltar la conclusión de que la apuesta de la ultraderecha, en favor de un supuesto pensamiento militar monolítico en política, es tan gratuita y arriesgada como las profecías de algunos líderes de la izquierda parlamentaria, dirigidas a arrojar exclusivamente sobre las espaldas del presidente del Gobierno la responsabilidad del descontento en algunos medios castrenses. El teniente general Gabeiras expresa opiniones que no podrían suscribir los civiles que propician la involución y que harán fácilmente suyas, en cambio, los defensores del sistema parlamentario. Ajuicio del jefe del Estado Mayor del Ejército, es ilusorio pensar que el terrorismo puede ser erradicado a corto plazo; el Estatuto de Guernica «irá suavizando la situación » del País Vasco; las medidas del Gobierno para frenar la ofensiva criminal de ETA son «acertadas en general» y los asesinatos de militares constituyen una provocación en la que las Fuerzas Armadas no deben caer («un principio elemental de táctica es no hacer lo que el enemigo pretende que hagamos»). La reforma política y el régimen constitucional son valorados de forma optimista. «Vamos por un camino y con una orientación totalmente positiva»; y no sólo la sociedad, sino también las Fuerzas Armadas «pensaron de una manera decidida» en su día que el anterior régimen «tenía que cambiar por completo». El teniente general Gabeiras señala que no cree en las bondades del marxismo y que el anterior jefe del Estado merece el respeto del que son acreedores las figuras de la historia. Pero también saluda sin reservas mentales elrespeto mostrado por los partidos de izquierda hacia el Ejército.
En cambio, las declaraciones del teniente general De Santiago al vespertino El Alcázar, que las publica con violencia tipográfica, retornan valoraciones pesimistas del teniente general Milans del Bosch. España se está convirtiendo en un «país de avestruces», las instituciones democráticas están correlacionadas con el aumento del terrorismo, la crisis económica, el paro y la miseria y son necesarias «actuaciones» para acabar con esa penosa situación. Si bien la Constitución «podría ser respetable en algunas cosas», sería necesario revisarla en aquellos artículos «que son atentatorios contra la unidad de España, que hacen imposible gobernar y que son promotores de divisiones profundas y de hundimiento de la nación». Las autonomías de Cata luña y el País Vasco «atentan contra la unidad de la Patria», y pese a que han sido votadas en el Congreso «no está claro que sean constitucionales » y han sido «un arreglo» en el que no ha tornado parte el Parlamento. No parece que el ex vicepresidente del Gobierno se fíe demasiado de las elecciones libres y del sufragio universal para conocer la voluntad de los ciudadanos. Prefiere las encuestas de opinión: «Haga usted un sondeo en la magistratura, en la política, en el Ejército, en el empresario y en la calle y tome usted buena nota de las respuestas que van a darle. Se lo dirán a lo mejor bajito, pero se lo dirán.» Ante la pregunta de sí el honor debe preceder a la disciplina en el Ejército, su respuesta acerca de la inseparabilidad de ambos valores queda matizada: «El deshonor podría querer arroparse de disciplina para encubrirse.» A lo que, siguiendo las pautas de los diálogos de Benavente, cabría replicar que la indisciplina puede también querer arroparse de honor para encubrirse.
Pero no basta con señalar que las declaraciones encontradas del teniente general Gabeiras y del teniente general De Santiago arruinan las pretensiones de los líderes del golpismo civil de convertirse en sibilas distinguidas del estamento militar y descifradores de un mensaje único, cuyo código poseen en régimen de monopolio. Parece evidente que dentro de las Fuerzas Armadas -como es lógico y natural-, hay corrientes de opinión, ideologías y actitudes de muy diverso signo. Aceptada esa obviedad, lo único que importa es evitar que la política partidista entre en el seno del Ejército e impedir también que los profesionales del poder que aspiran a conseguirlo mediante procedimientos anticonstitucionales puedan encauzar los planteamientos ideológicos y las actitudes emocionales de orientación conservadora de algunos sectores militares hacia compromisos desnudamente políticos. Ningún grupúsculo debe tener acceso privilegiado a los cuartos de banderas o a la orientación de los medios de comunicación militares.
Por lo demás, creemos que son demasiadas ya las ocasiones en que unajura de la bandera o la festividad de la patrona sirve de pretexto para que algunosjefes u oficiales den teórica política a su auditorio y, a través de las agencias de prensa, al país entero.
Los militares tienen, sin duda, derecho a emitir sus opiniones personales, pero creemos que una limitación en el aluvión de declaraciones de altos mandos (sea cual sea el contenido de las mismas), tranquilizaría algunos temores y permitiría el sosiego ciudadano necesario para instrumentar una convivencia democrática y libre.
Hace más de medio siglo, un ilustre liberal, Ramón Pérez de Ayala, escribió que «el monopolio de las armas lo disfruta el Ejército a título de depósito que le ha confiado el resto de la nación», pues «las armas y el sostenimiento del ejército los sufragan a costo de su peculio el resto de los ciudadanos, los que estudian y crean, trabajan y producen.» No hay obligaciones sin derechos correlativos, y tampoco lo puede haber en el establecimiento de ese «monopolio condicional a favor de unos pocos profesionales de las armas». El gran escritor concluía que la primera y principal de las «condiciones imperativas, inexorables, y no por tácicas, menos notorias» de ese monopolio, es que el Ejército, «en trueque del derecho exclusivo a las armas, abdica el derecho a opinar en materias de régimen gubernamental». Porque «si el Ejército pudiera, en derecho, mezclarse e intervenir en las contiendas políticas, ya que en virtud del monopolio de las armas su intervención resultaría decisiva, el resto de los ciudadanos se hallaría mecánicamente mutilado de todos sus derechos y libertades de ciudadanía». Lo que era válido, lógico y razonable en 1923, continúa siéndolo en 1979.
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