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Reportaje:

Rockabilly, los principios del "rock"

La gira que ha realizado por España (con disco grabado aquí) ese segundón maravilloso y superviviente del rockabilly que es Sleepy la Beef es un buen motivo para hablar de uno -de los estilos más desconocidos y peor entendidos de los principios del rock. O de los finales, que justo en estos momentos un grupo de rockabilly inglés, los Matchbox, se han colado entre los diez primeros singles británicos con su Rockabilly rebel, todo un título.Es un lugar común que el rock and roll es la fusión, en distintos porcentajes, del rythm and blues negro y del country and western blanco. Pero no todo es tan sencillo, y de entre las diferentes formas de rock que surgieron en los cincuenta, sólo el rockabilly responde a esa fórmula con cierta exactitud. El auge y caída del estilo vino dado porque con él empezaron Johnny Burnette, Carl Perkins, Buddy Holly, Roy Orbison y, sobre todos y primero a todos, Elvis Presley. A partir de Elvis y en la cabeza de mucha gente, el rockabilly es una forma primitiva del rock and roll, algo que más bien resulta digno de museo, y esa es su cruz.

Esta historia tiene unas fechas de apogeo, que van, aproximadamente, de 1954 a 1958, y un lugar de procedencia: el sur de Estados Unidos. Más aún, era la forma de cantar de los blancos que rechazaban la melosidad y estandarización del country, pero que tampoco estaban en condiciones de aceptar la música negra por sus propios creadores.

Si se precisa un poco más, podría decirse que el alma del rockabilly fue Sun Records, en Meriphis (Tennessee), de la mano de su dueño Sam Phillips. Teóricamen te, la cosa estaba clara, se trataba de encontrar algo (de preferencia rostro pálido) que sustituyera en las ventas a las composiciones más movidas del folk (como Tzena Tzena, de los Weawers), el country and western o los balidos de Sinatra, Perry Como, Bing Crosby o Patti Page.

Para dar una idea de cómo andaba la cosa de diferenciada ha de explicarse que había (y todavía existen) listas separadas de rithm and blues (público negro), country and western (medio oeste y sur) y pop (donde entraba todo lo demás). Las cosas vinieron, efectivamente, a trastrocarse con el rockabilly, y el Blue Swede Shoes de Carl Parkins, fue número uno, sucesivamente, en las tres listas. Las cosas podían llegar a extremos de segregación como el que una canción de un negro estuviera en las listas de rithm and blues, mientras la versión que de ella hacía un blanco llegara al tope en las de pop (en donde se vendía mucho más, debido, claro está, al mayor poder adquisitivo de los descafeinados). Hubo gentes que se dedicaron a esto con gran fruición, llegando el máximo descaro a copiar, punto por punto, las versiones originales, pero poniendo una cara rubia y letras menos sexuales detrás. Es el caso de Georgia Gibbs y sus ventas escalofriantes sobre canciones de La Verri Baker, Etta James y otras.

La ventaja de Presley, Perkins y compañía es que no copiaban: eran ellos, jóvenes, casi tan salvajes como los negros y tan excitantes como ellos. Desde Sun Records comenzaron a salir cantidades industriales de rockabilly que el disc-jockey norteño (Cleveland y Nueva York) Alan Freed habría de llamar rock and roll desde 1951, uniéndolas al blues de Chicago (la ciudad, no el grupo), las locuras de B. B. King, el Nueva Orleans de Professor Longhair y, por supuesto, Bill Haley, Litle Richard, Chuck Berry, los Moonglows, los Drifters y ni se sabe cuántos más.

El rockabilly, con sus síncopas fortísimas y saltonas, su tonillo campero y muchos de sus artistas pasaron de Sun a otras compañías (las grandes). También se trasladó, en buena medida, hasta Nashville, donde grabaron Gene Vincent, los Everly Brothers (estos últimos siempre agradables y siempre blanditos) y otros menos conocidos como Charlie Feathers o Mac Curtis. A partir de 1958 la mayoría de las estrellas dejaron de hacer rockabilly por derecho, y el estilo parecía perdido sin remisión. Pero lo cierto es que mucha gente (entre ellos nuestro inefable Sleepy la Beef) siguieron en ello, al margen de modas, tomando la música como un trabajo diario que, por fortuna, resulta agradable. Esta gente patea Estados Unidos tocando en pequeños clubes, en fiestas de colegio o de asociaciones (sean del tipo que sean) y son la viva imagen de un rock no tanto proletario como currante. Tal vez su presunta falta de actualidad, sus escasas pretensiones y el permanecer fieles a sus orígenes es lo que haya dado lugar a que en el transcurso del tiempo, y, sobre todo, en Inglaterra, aparezcan una buena porción de grupos que se dedican a esto.

No se trata tanto de un revival: el rocabilly siempre ha estado allí (y es de desear que siga) para recordar al personal que no es necesario el gran aparato, que no es necesario el mito, que no es necesario el mensaje, que aunque lo dijeran los aparatosos Stones, Its Only rock and roll, But I Like It. (Para una información más monográfica sobre rockabilly, véase en el último número de Star el artículo de Loquillo y el volumen número dos del libro sobre rock de Diego A. Manrique.)

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