Grandes relatos
ANTEAYER, Y gracias a Televisión Española, fue un día que pasará a los modestos anales de la picaresca nacional como una de esas fechas en las que las aguas del propio decoro, el respeto a la opinión pública y la discreción en el uso del dinero de los contribuyentes llegaron a un punto irritante de reflujo. No se puede afirmar, sin embargo, que el récord establecido el martes tenga grandes probabilidades de mantenerse incólume por mucho tiempo. Porque el signo de la época parece ser el lento e inexorable regreso hacia prácticas y estilos que deterioraron la moral civil de la sociedad española en el pasado. Por lo demás, no son necesariamente los hombres que han hecho el doblete en este régimen y en el anterior los que más destacan en esa carrera de sacos hacia atrás; e incluso ni siquiera les falta probablemente la vergonzante colaboración de algunos dirigentes menores de la oposición parlamentaria, que parecen haber olvidado uno de sus principales deberes: restituir a la sociedad el principio de la moral pública.El Gobierno realizó, el martes, en el Congreso una maniobra de dilación política, congelando los previstos nombramientos de los miembros del consejo de administración de RTVE, que tienen que ser designados por la Cámara baja, y autorizó la transmisióri, en el momento de máxima audiencia del medio, de un programa autolaudatorio del monopolio estatal -titulado Televisión, hoy-, que, probablemente, ningún ministro de Información se hubiera atrevido a imponer en el apogeo del franquismo.
A lo largo de una hora, y con una audiencia de quince millones, garantizada por la falta de competencia, Televisión Española luchó inútilmente entre músicas y sonrisas, y con el inconfundible toque que suele utilizar la publicidad para la venta de desodorantes o lavadoras, para convencer a los espectadores que no se merecen la espléndida programación que se les regala, y a los contribuyentes que su dinero está siendo administrado con todo cuidado. Utilizando el acreditado método comparativo de equiparar peras y manzanas, los ideadores del programa se esforzaron por demostrar que nuestra televisión, aparte de ser la envidia del mundo entero por su productividad, es barata, casi regalada, en relación con las europeas. Curiosamente, ninguno de los grandes directivos pidió un papel en esa representación puesta en escena por sus subordinados.
La dirección de Televisión Española ha visto severamente puesta en entredicho su credibilidad hasta límites que se acercan al campo acotado por el Código Penal, por una auditoría encomendada a inspectores de Hacienda y que, aunque secuestrada por el Gobierno, llegó primero a la opinión pública por una filtración periodística y va a ser conocida ahora, tarde y mal, por los diputados del Congreso. Al poder judicial corresponderá, si el fiscal general del Estado así lo decide o algún ciudadano ejerce la acción popular, delimitar las eventuales responsabilidades, dolosas o culposas, de quienes han estado sumergidos en presuntos abusos.
Ante esa situación, los afectados por la inminente tormenta no han tenido mejor idea que la iniciativa de irritar a la audiencia televisiva cantando sus inexistentes loas, organizando un homenaje a su propia mediocridad, presentando a Televisión como un gigante entre los gigantes, prodigio de meticulosa administración y modelo de rigor contable. No es fácil determinar si ha sido la torpeza o el cinismo la partera de expresiones tales como «un milagro diario» o «el gran regalo», aplicadas a Televisión Española. Porque, efectivamente, es un auténtico milagro que este monopolio estatal siga funcionando en las actuales condiciones y que los sectores sanos de UCD y la oposición parlamentaria no se hayan decidido todavía a poner fin a tanta ineficacia.
Los trescientos millones de pesetas de pérdida diaria que arroja la empresa pública española -dato que el ministro de economía arrojó ayer en la cara de la oposición parlamentaria en una comisión del congreso para moderar las presiones salariales en ese sector- deberían efectivamente ser descargados de las espaldas de lo contribuyentes y progresivamente retirados de los sectores que corporativamente se benefician de tan cuantiosa suma. Ahora bien, tanto el señor leal como sus colegas en el gobierno que apuestan por la liberalización de nuestro sistema productivo, la democratización de las instituciones y el saneamiento del aparato del estado aguantan a pie firme en un colectivo que avala y ampara ese escaparate de despilfarro e ineficiencia que es televisión es pañola. ¿Cómo creer en la sinceridad de sus propósitos reformistas y secundarles en las exhortaciones de austeridad económica que dirigen a la sociedad, mientras sean cómplices o encubridores de esa vergüenza nacional?
En esta perspectiva adquiere inusitada gravedad la huelga de brazos caídos iniciada por el grupo parlamentario de UCD, a propósito de la designación del nuevo consejo de administración de televisión española. El partido del gobierno se dio, sin embargo, tan desopiladas prisas para designar a los magistrados del tribunal constitucional que, de acuerdo con los socialistas, decidió celebrar un pleno extraordinario del congreso a finales de enero, con el exclusivo propósito de que los plazos corrieran a partir del anterior período de sesiones, ya clausurado en la práctica, y el alto tribunal pudiera constituirse a tiempo para dirimir eventuales conflictos con los parlamentos catalán y vasco. ¿Por qué ahora tanta desidia y pereza? ¿Tal vez, para que se enfrie el informe de auditoría de los inspectores de hacienda, los ciudadanos terminen por tragar ese indigesto alimento y pueda volver por donde solía una clase política empeñada en que las enfermedades profesionales del poder, desde la anemia ética hasta el abandonismo o el cinismo, se transmitan a la sociedad?
El grupo parlamentario de UCD necesitó de los votos del grupo parlamentario socialista para la apresurada designación de los magistrados del tribunal constitucional. También precisará de esos votos para el nombramiento de los miembros del consejo de administración de RTVE. La diferencia, sin embargo, es que el gobierno no tiene la menor prisa en cumplir ese trámite, ya que en el entretanto seguirá disponiendo a su antojo del monopolio estatal. Así pues, por una vez el psoe ha caído en una de esas trampas construidas al alimón por la astucia del gobierno y por la tendencia de los socialistas a organizar desproporcionados escándalos en torno a minucias y a guardar silencio en no pocos asuntos graves.
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