La final de Copa, como estaba previsto, sin emoción
No podía ser y además era imposible. La final de Copa, como estaba cantado, no tuvo emoción. El fútbol en su auténtica salsa tiene la virtud de establecer una cornunicación de amores y pasiones incontrolados entre protagonistas y espectadores. Ayer, los jugadores no podían transmitir la misma fiebre a los espectadores, y éstos, aunque en algún momento intentaron poner su fe en el Castilla, tampoco lograron enardecer a nadie. Un partido entre casados y solteros sólo puede tener el interés de la apuesta de la cena y la calidad del vino.Estaba cantado; tenía que ganar el Madrid y, ante un hecho predestinado con cumplimiento desde el inicio, poco podía oponer el Castilla. Una cosa es el fair plaY y otra muy distinta un partido celebrado entre dos a quienes no se puede catalogar de adversarios. Para buscar alguna relación con la realidad futbolística y evitar el remoquete «de la pura coincidencia», Angel le mandó dos viajes a Gallego, de quien se dice, puede ocupar la plaza de titular la próxima temporada. Lo demás, en realidad, fue un puro aguantarse las ganas.
El público hizo cuanto pudo por calentar el ambiente, pero no sirvió de nada. Los graderíos sólo tenían una bandera. Faltaba el orfeón vasco, la barretina catalana o la traca valenciana. Faltaba el señor de al lado para discrepar. El vecino en esta final era un amiguete con quien compartir bocata y vino. Los espectadores fueron al estadio de excursión. Algunos, ingenuamente, en busca de diverti mento. Fueron los más defr audados. Ahora que ya no se, castiga con papel de pagos al Estado una efusión cariñosa, les habría tenido más cuenta irse a la Casa de Campo.
Fue tan suave el entrenamiento que hasta participó Cunningham. El Madrid jugó sin que le marcaran. El Castilla, sin el ardor que le ha permitido llegar a la final. El árbitro casi sobró. Para este acontecimiento se requirió a un hombre al que se está cuidando para el Mundial, a pesar de que el árbitro que va a los Juegos Olímpicos de Moscú es Guruceta.
La federación trató de evitar las confrontaciones entre patrocinadores y filiales a lo largo del torneo y se encontró inesperadamente con que todas las suspicacias que se quisieron evitar se plasmaron en la final, y es que Rafael el Gallo tenía razón: «Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible».
El Madrid no tuvo necesidad de apretar el acelerador. Se permitió hasta el lujo de fallar goles por disparar a puerta con complacencia, como le sucedió en una ocasión a Santillana.
La final fue «de tal palo, tal Castilla». En un festival benéfico no se pueden pedir heroicidades porque el peligro no existe. El público se da por satisfecho con un par de buenas verónicas y dos naturales templa:dos. Lo demás no cuenta. El fin en estos festejos es el carácter altruista. En este caso, el beneficiario casi absoluto era el Madrid.
Para que el personal no saliera demasiado defraudado, en el segundo tiempo, el Madrid corrió un poco más. Y hasta hubo alguna pequeña fricción. El público le reprochó una a Benito. Fue de lo poco real que existió. Hubiera sido demasiado pedir que para las caídas, como en el cine, se utilizara a los especialistas. La final con decorados de cartón-piedra sirvió para que algunos jugadores del Castilla dejaran entrever sus buenas condiciones. O lo que es lo mismo, su capacidad de futuro. Dicho de otra manera, el relevo brillante. Eso era lo más importante para esta entidad que ha logrado títulos, aparte una continuidad y una gran solución a los grandes desembolsos que suponen los fichajes foráneos.
Afortunadamente, los veinte minutos finales tuvieron algo que ver con el fútbol, gracias a los goles. Aunque el Castilla logró marcar uno cuando ya todo, naturalmente, estaba resuelto, el equipo de casa, que en este caso sin sorteo previo fue el Madrid, trató de redondear el resultado.
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