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¡Pero cuántos defensores le han salido últimamente al bilingüismo en Cataluña! Claro que se trata de un «bilingüismo» un tanto curioso, que discrimina a los ciudadanos de Cataluña en dos grupos desiguales: los de origen autóctono, que tienen, junto al derecho de hablar catalán, la obligación de conocer también perfectamente el castellano; y los de origen foráneo, que pretenden tener el derecho de que todo el mundo «hable cristiano» en su presencia, y claman de indignación cuando en la escuela suspendena su hijo en las clases de catalán (que, como todo el mundo sabe, es una asignatura «maría»).A ver si nos aclaramos un poco, señores. El castellano es el idioma oficial de España, y todos los españoles tienen que conocerlo, sea cual sea su lengua materna. De acuerdo, pero el catalán es también -tanto como el castellano- idioma oficial del principado y todos los ciudadanos de Cataluña tienen que conocerlo, sea cual sea su lengua materna. Así de sencillo. Por suptiesto que no se puede exigir de sopetón el conocimiento del catalán a la población inmigrante adulta, pero sí poco a poco, y desde ahora mismo, a las nuevas generaciones.
Este moderadísimo planteamiento, que no elimina la supremacía legal del castellano sobre las demás lenguas de España, está empezando a provocar reacciones típicamente paranoicas entre algunos hablantes y escribientes de «la lengua del imperio». Me pregunto qué pasaría si los catalanes pretendiesen lograr el monolingüísmo oficial del catalán en su territorio y la cooficialidad de todas las lenguas españolas -al mismo nivel- en el conjunto del Estado. ¿Descabellado? Pues esta es exactamente la situación jurídica de los tres idiomas oficiales de Suiza (donde la lengua mayoritaria es el alemán), o de los quince idiomas oficiales de la URSS (donde la lengua mayoritaria es el ruso). No estará de más recordar que el porcentaje de catalanófonos sobre el total de la población española -en torno al 18%- es similar al de los suizos de lengua francesa y al de los soviéticos de lengua ucraniana.
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