Reflexiones sobre la autonomía de Madrid
«La capital del Estado es la villa de Madrid». Con tan escueta fórmula, el artículo 5 de la Constitución reconoce una realidad que data de más de cuatro siglos, desde que en 1561 Felipe II eligiera para su sede permanente a la villa del oso y el madroño.Pero la importancia actual de Madrid, aunque tenga sus orígenes en la capitalidad, se debe fundamentalmente a su función de centro del sistema radial de transportes, a su fuerte desarrollo financiero y a su importancia industrial, cultural, etcétera. Circunstancias que ciertamente se vieron potenciadas por la voluntad política de los años 1940 y 1950, cuando para agrandar Madrid se procedió a la anexión de los pueblos circundantes, de tal forma que su municipio se convirtió en uno de los más extensos de España (607 kilómetros cuadrados). Hay que recordar además el crecimiento acelerado de todo el área metropolitana desde esos mismos tiempos, como conglomerado que ya desbordó ampliamente los 4,5 millones de almas y que hoy se desparrama en viviendas secundarias prácticamente hasta los confines de la provincia.
La realidad, hoy, de la provincia de Madrid está ahí: la evidente saturación de las capacidades de acogida del medio natural (problemas de aire, agua, paisaje, etcétera), con una incidencia más que visible de erosión humana que está amenazando gravemente todo el segmento madrileño de la cordillera Central, las restantes áreas todavía forestadas y que también está traumatizando los valles fluviales del Henares, Jarama, Tajuña, Tajo y Guadarrama, que, lejos de haber servido de soporte para una moderna agricultura periurbana, se están transformando en el escenario de una industrialización desordenada y de un urbanismo sin ninguna planificación global. Y, desde luego, sin las mínimas previsiones demográficas de cualquier tipo.
La razón fundamental de esta «tribuna libre» en estos dificultosos idus septembrinos estriba en la idea de desvelar lo mucho que de engañosos tienen los eternos propósitos de dar absoluta prioridad a los «más graves problemas», olvidando casi siempre su entorno. Esos planteamientos llevan casi siempre a medidas inerciales, en base a las experiencias y criterios dominantes del pasado, sin tener en cuenta los cambios del marco general y sin prever el futuro. En esa línea de preocupación, el crecimiento en mancha de aceite de las grandes ciudades es la forma más expresiva y dramática de cómo la falta de imaginación conduce a dificultades que, por irreversibles, terminan por hacerse insuperables. Hay, pues, una senda infernal de la inercia, tras la cual, uno a uno, la mayoría se refugia en el egoísmo, en tanto que las «autoridades» se amurallan más o menos cínicamente en el castillo del poder, que les va apartando del pueblo.
Desde luego, no vamos a entrar, aquí y ahora, en el problema de interminable discusión -y a la postre un tanto ingenuo- de si existe una dimensión óptima para la ciudad. Pero nadie necesita ser erudito urbanista para percatarse de que Madrid y su área metropolitana, toda la provincia, han superado unos ciertos límites racionales, y por ello mismo se requiere una perspectiva de futuro que no esté marcada por los intereses de especuladores e inmobiliarias, que no son quienes, una vez hecha «la ciudad», van a preocuparse de sus problemas de equipamiento, seguridad, convivencia, cultura... Como tampoco el crecimiento de una conurbación como la madrileña puede estar sine die supeditada a las decisiones e indecisiones de un poder centralista, sin que ello nos lleve a ningún eslogan de «Madrid para los madrileños», como sucede con el «monroísmo» de vía estrecha que actualmente prospera en tantos pagos hispanos.
Mi opinión creo que quedará bien clara en pocas palabras.
1. La provincia de Madrid como tal, con su área metropolitana y todas sus zonas todavía rurales o preurbanas, desde la sierra de Guadarrama hasta el Tajo, y desde las estribaciones de Gredos hasta la Alcarria -«la rumorosa provincia de colmenas, la patria del panal estremecido», que decía Miguel Hernández-, debiera formar parte de su propia región, a los efectos de diseñar un nuevo escenario, en el cual el crecimiento desaforado de los años 1960 y 1970 diera paso a un nuevo equilibrio: un horizonte de planeamiento regional que evitase, por un lado, el hacinamiento de la población en unos pocos municipios tercermundistas (sin equipamientos sociales y sin verdadera estructura urbana), y que del otro extremo impidiera el despoblamiento de comarcas enteras en las dos submesetas, en cuya divisoria -nadie puede negarlo- está geográfica y vitalmente situada la provincia de Madrid.
2. La posibilidad de insertar a Madrid en la subnieseta sur, en Castilla-La Mancha, se intentó a lo largo de 1978. Pero, como es sabido, no llegó a convertirse en realidad por la falta de comprensión que muchos padecen en cuanto a la necesidad de un planeamiento regional. También influyeron los partidarios de la tesis del distrito federal (que en un país no federal vendría a perpetuar el centralismo sobre Madrid), así como los temores de los «defensores de los subdesarrollados » contra el centralismo de Madrid, cuando en realidad ellos mismos siguieron las consignas de su propio Gobierno de UCD en tantos aspectos, propicio al centralismo. El resultado final es un caciquismo de nuevo cuño, ignorante de la geografía, de los efectos de polarización y difusión, que rechaza las inmensas posibilidades de la planificación regional para disminuir en sus ritmos la presión demográfica en la provincia madrilleña e impulsar nuevas iniciativas de desarrollo en el resto de Castilla la Nueva y Albacete. Así, en el corazón geográfico de España nos encontramos hoy con un Madrid todavía sin regionalizar desde el punto de vista de la Constitución, con una región Castilla-La Mancha sin rumbo y con una región Castilla-León aún lejos de consolidarse.
3. La provincia de Madrid, por su importancia económica, social y política, por la complejidad de su trama urbanística y cultural, debe constituirse en comunidad autónoma, para atender a los problemas metropolitanos, para abordar los problemas del medio ambiente, evitando que se rompan los últimos equilibrios ecológicos, para dar un sentido al futuro en un amplio marco regional. Y Madrid también necesita autonomía, porque, aparte de atender a los problemas antes mencionados, la autonomía es, ante todo, un problema de dignidad humana.
4. En ese proyecto de autonomía creo que debemos optar por el artículo 143 de la Constitución. La vía del 151 corresponde a lo que se ha dado en llamar nacionalida,des históricas y a aquellas regiones que tienen vocación por realzar su identidad. Pero no es este el caso de Madrid, donde el sentimiento general está directamente vinculado a la nación española, sin instancias intermedias.
5. En la creación de la propia comunidad autónoma de Madrid por la vía del artículo 143 será indispensable, en su día, que los órganos autonómicos asuman las actuales funciones de la diputación provincial.. Además de las que hoy detentan órganos de la Administración central (Canal de Isabel II, Coplaco, etcétera), así como otras actividades de las delegaciones provinciales de los distintos ministerios en las materias de ordenación del territorio, economía agraria, fomento del desarrollo, etcétera (artículo 148 de la Constitución).
6. Optando para la provincia de Madrid por el artículo 143 de la Constitución, es evidente que esta macroprovincia, con casi el 12% de la población española, y con niveles aun superiores de producción e ingresos, no puede aislarse ni física, ni económica, ni socialmente de las regiones de Castilla-León y Castilla-La Mancha. Sería necesario establecer un triálogo en base al artículo 145 de la Constitución, concluyendo convenios de desarrollo económico, transportes, turismo, conservación de espacios naturales, planes directores territoriales, etcétera. De esta forma, sin perder cada comunidad autónoma su propia personalidad, el resultado sería que Madrid desempeñaría el papel de región bisagra. En definitiva, se ofrecería un horizonte común de desarrollo para prácticamente toda la meseta,
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