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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Levando anclas

LA OFICINA de Prensa del Estado Mayor de la Zona Marítima del Cantábrico ha dado una explicación de la rocambolesca fuga del Rainbow Warrior, retenido en la dársena de El Ferrol, que combina la pura obviedad con una incomprensible actitud defensiva. Al mejor escribano se le escapa un borrón.. Sólo alguien que predicara para su propia causa la más geométrica perfección y reservara para los demás las secuelas del pecado original estaría en condiciones de mostrarse irritadamente exculpatorio ante un falto tan disculpable y tan criticable como los que normalmente cometen el resto de los humanos, sean militares o civiles.La oscuridad y nocturnidad con que el buque ecologista levó anclas, zarpó y se internó en alta mar no parece así tanto una agravante de derecho penal como una medida de sentido común aplicada por el capitán Jonathan Graham Castle para conseguir sus propósitos. La forma subrepticia en que la tripulación del Rainbow Warrior reemplazó las piezas previamente desmontadas por orden judicial no plantea otro problema que indagar las negligencias que hicieron posible el acarreo y manipulación de esos pesados artilugios ante la ceguera de los vigilantes de la Policía Nacional. El doble fracaso del patrullero Nalón y del patrullero Bonifaz para interceptar al buque fantasma puede ser explicado por la tardanza de doce horas en emprender la persecución «en una zona de gran tráfico y cuya dimensión crece aceleradamente en el transcurso del tiempo», pero deja abierto el interrogante de la demora con que se dio la alarma. Por lo demás, resulta indudable que la clara infracción legal cometida por el Rainbow Warrior, dedicado a interferir a balleneros españoles para defender a una especie en vías de extinción, goza de la simpatía de los sectores de la opinión pública, nacional e internacional, más sensibilizados con la conservación ecológica y no es merecedora de otras sanciones que las que la jurisdicción ordinaria pueda determinar.

Todo esto es tan cierto como que las autoridades en cargadas de vigilar al buque, sometido a una medida cautelar de aseguramiento, cometieron un fallo garrafal, por descuido. o negligencia, y que los patrulleros que zarparon en persecución del Rainbow Warrior fracasaron en su misión. Resulta en cambio insólito que el segundo jefe del Alto Estado Mayor de la Zona Marítima, después de observar sensatamente que se trata de un asunto de poca importancia y que no afecta a la seguridad nacional, prosiga, sin solución de continuidad y sin que quepa adivinar congruencia en el razonamiento, que «a nosotros nos llena más de preocupación cada una de esas veces en que alguien mata a un guardia civil». ¿Qué ocurriría si las equivocaciones, por acción o por omisión, en las áreas de la Administración civil, de la empresa privada o del ejecutivo profesional fueran despachadas mediante agravios comparativos o minimizadas con el insostenible argumento de hay otras cosas mucho más dramáticas -como la situación en el País Vasco- por las que preocuparse?

Tras el hundimiento de la Armada española en Santiago de Cuba, cualquier contrariedad o fracaso recibía, en la España de la Restauración, el pobre consuelo de una frase hecha: « Más se perdió en Cuba». Sería absurdo que, en la España de nuestros días, se hiciera popular otra variante fatalista y resignada para disculpar errores o restar importancia a las malas noticias: « Más se asesina en el País Vasco».

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