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Entre el concierto y el desconcierto

Es posible que la fecha de ayer sirva un día de referencia para marcar una evolución muy significativa de la situación política vasca. Y ello porque, pese al carácter aparentemente anónimo del orden del día, el Pleno del Parlamento vasco, reunido en Vitoria, incluyó un punto llamado quizá a servir de pauta de comportamiento futuro de los principales partidos de Euskadi: el punto 7 recoge, en efecto, el acuerdo de los distintos grupos parlamentarios para la elaboración por consenso de una ley básica del eusquera. La intervención de los consejeros de Cultura y Educación, Ramón Labayen y Pedro Etxenike, considerados como los más abiertos del equipo que dirige Garaikoetxea, ha sido, sin duda, decisiva para que, superando las resistencia de otros sectores de su propio partido, un tema tan espinoso -las guerras de lenguas pueden considerarse el equivalente moderno de las guerras de religión medievales- pueda resolverse sin despertar el fantasma de las dos comunidades (la nacionalista y la no nacionalista), cuyo enfrentamiento, tácito o expreso, sería, a su vez, la más grave amenaza para el éxito político de la autonomía vasca.Ese fantasma amagó ya en marzo en la forma de un 41,18% de abstención en las elecciones para el Parlamento vasco: cuatro de cada diez ciudadanos vascos se desentendían de la autonomía. El hecho de que una gran parte de ese porcentaje correspondiera al sector de los trabajadores de origen inmigrante, dio una pista bastante clara sobre el fondo de la cuestión.

Por aquellos días, la izquierda estaba dividida entre dos opciones: dejar al PNV que gobernase en solitario, pese a no representar más del 25% del censo, a fin de que se desenmascarase y se quemase en la tarea; o forzar alguna forma de participación de todo el arco parlamentario en el ejecutivo, para que el PNV no hiciera cristalizar unas instituciones y una legislación autonómica básica que convirtiera a Euskadi en un batzoki hecho a su imagen y semejanza, imposible luego de desmontar en muchos años. El debate no llegó a sus últimas consecuencia; porque fue el propio PNV quien, aprovechando la renuncia de Herri Batasuna a presentar batalla parlamentaria, lo zanjó pronunciándose inequívocamente por la fórmula monocolor.

A ocho meses/vista, los resultados de tal opción no pueden probablemente considerarse satisfactorios. Ni para el PNV, desgastado en una batalla desigual por unas competencias siempre aplazadas, ni para la oposición de izquierda, marginada sistemáticamente.

De ahí el significado de reconsideración (mutua y retrospectiva) que cabría atribuir al acuerdo logrado sobre el eusquera. Pelo si el acuerdo es posible en esta cuestión, ¿por qué no iba a serlo en otros temas básicos pendientes, como la policía autónoma, la ley de Gobierno, el reglamento parlamentario, la educación, el Tribunal Superior de Justicia, etcétera? Es evidente, por otra parte, que las negociaciones con el poder central -que se prolongan durante años- se plantearían en términos muy diferentes si quienes reivindican la plena aplicación del Estatuto lo hacen no en nombre de un partido, aunque sea mayoritario, sino en el del conjunto de las fuerzas parlamentarias de Euskadi, incluida la UCD vasca.

En el tema de los conciertos económicos, por ejemplo, parece evidente que la resistencia de Madrid a aceptar la argumentación peneuvista sería menor (o, por lo menos, diferente) si los representantes gubernamentales no se sintieran con el apoyo) más o menos tácito del PSOE, que, dicho sea de paso, parece compartir con la UCD el desconcierto -nunca mejor empleada la expresión - ante un tema cuyas consecuencias, en términos de agravios comparativos, se muestran ambos incapaces de prever. (¿Qué ocurriría si Andalucía reclama su propio concierto económico?).

Los sectores de la izquierda vasca que en su día se opusieron con más vigor a toda idea de coalición con el PNV, parecen haber cobrado conciencia de que el fracaso del PNV pudiera ser también el fracaso de la autonomía. Sin que falten quienes completan esta reflexión con una mención al hecho de que la primera fuerza electoral tras el PNV -y en ese sentido, su alternativa- fue, el 9 de marzo, Herri Batasuna.

Algunos sectores del PNV parecen dispuestos a llevar esta reflexión hasta su consecuencia última: una política de consenso sistemático hasta completar el marco institucional de la autonomía vasca, sólo sería coherente con una participación de todas las fuerzas en el ejecutivo. Pero no parece que sea una cuestión para mañana mismo. Tampoco la oposición parece, por el momento, dispuesta a plantear el problema en términos de urgencia. Pero, a un año vista, es un horizonte posible.

El Frente para la paz, una vez replanteado en términos no ya sólo de condena, sino de c6ncienciación en positivo y movilización de los distintos sectores sociales en defensa de valores como el derecho a la vida, y de exigencia inmediata de las competencias que, al dar un contenido a la autonomía, cortasen la hierba bajo los pies de los partidarios de la violencia- podría ser la expresión a nivel ciudadano de acuerdos políticos logrados en el seno de las instituciones, en primer lugar del Parlamento vasco.

Pero, para concretar este Frente será preciso, como exigía el otro día Txiki Benegas, que dejen de producirse interferencias del poder central en un problema que «debemos resolver los partidos vascos entre nosotros». Es decir: que ningún ministro vuelva a hacer comentarios tan faltos de sentido de la realidad como el que, apenas unas horas después de que Euskadiko Ezkerra anunciase su inicial. disposición a integrarse en el. Frente, calificó al líder de dicho partido, Mario Onaindia, de «vasco que, como tal, es doblemente español». Porque en esta fase de acuerdos prendidos por alfileres podrían quizá no llegar a hilvanarse, por una simple palabra de más.

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