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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Perplejidad en Portugal

EL PRINCIPAL resultado inmediato de la dramática muerte de Sa Carneiro en Portugal es la perplejidad y la confusión. Era el hombre que estaba tratando de construir un sistema político fuertemente conservador, a base de eliminar las supervivencias de la revolución y, sobre todo, de los hombres que la representaron en sus distintas etapas. Las elecciones, que, a pesa de todo, van a celebrarse mañana eran una piedra angular en todo este edificio; y no se sabe cómo va a influir su muerte en el resultado. Hay dos teorías contrapuestas. Una es la de un movimiento de apoyo póstumo al político rnuerto, que pueda llevar a la masa indecisa -siempre se habla, claro está, de los vacilantes o los indecisos; los que tienen su opinión bien formada no cambian- a votar al general Soares Carneiro. La adversa es la de que, una vez perdido un hombre fundamental, la opinión portuguesa quiera apoyarse en el único que representa una continuidad, un poder instalado, y no encontrarse ante todo lo desconocido: en ese caso se decidiría el voto por el general Ramalho Eanes. Son dos teorías psicológicas, no políticas; pero la realidad es que es un momento emocional y no reflexivo. La perplejidad venía realmente desde antes, de una confusión entre unos cargos institucionales mal diferenciados por una Constitución que se iba a revisar -era otra de las grandes preocupaciones de Sa Carneiro-de la dificultad de entramar una política conservadora en un país de una pobreza máxima dentro de los baremos europeos; pero al mismo tiempo de la imposibilidad de dar la vuelta al sistema por medios revolucionarios, como ya se había contrastado con la realidad. La izquierda ha tenido una pérdida de prestigio veloz; en parte, por las condiciones generales de una izquierda europea privada de modelos y de ideales concretos, pero en parte también por su propio desgaste en Portugal: un partido socialista aburguesado y confuso, fijado en la figura ampulosa y poco firme de Mario Soares; un partido comunista mesmerizado por conceptos utópicos y arcaizantes, y unos grupos aislados más envueltos en literatura que en política práctica. Por fuga de la revolución, el centro se había ido a la derecha, formando un conglomerado que, hasta el momento, sólo Sa Carneiro parecía capaz de mantener; gozaba de la indulgencia y la tolerancia de una derecha tradicional y tan oscura y cerrada como pueda serlo en España, incluso más, que consideraba esta Alianza Democrática como un mal menor provisional.

Sa Carneiro no había conseguido enteramente envolver a Ramalho Eanes en el desprestigio de la izquierda ni amparar totalmente a su candidato presidencial, Soares Carneiro, en la capa de su triunfo personal en las dos elecciones legislativas. Había algunas razones para ello. Una de ellas es que Portugal, poco adiestrado aún en ideologías y juegos de partidos, se ha centrado en todo este período más en hombres que en conjuntos o en doctrinas, la otra, consecuencia de la anterior, es que Ramalho Eanes había conseguido construir su personalidad, su fama de honesto, su distancia de los grandes dirigentes; y no sólo, ahora, de Sa Carneiro -eran los dos más grandes enemigos de la política portuguesa-, sino, antes, del propio Mario Soares, hasta el punto de que la decisión del partido socialista de apoyar la reelección del presidente había alejado a Mario Soares de la dirección.

Todo ello hacía que, sin ninguna certidumbre, los últimos cálculos dieran una ligera ventaja a Eanes sobre Soares Carneiro; quizá no la suficiente para ganar la mayoría absoluta en el primer turno, sobre todo por la división de la derecha entre candidatos menores. La incógnita mayor estaba en un más que posible segundo turno; y los siempre imprecisos cálculos y estimaciones de opinión aún daban una ligera ventaja a Eanes. A pesar de la amenaza de Sa Carneiro de presentar su dimisión y abrir un período de crisis no sólo largo, sino también muy peligroso.

Ahora el accidente de Lisboa destroza todos los cálculos. Ya no se puede ni siquiera hacer un esbozo de lo que van a ser las elecciones de mañana, ni de las consecuencias de su resultado, sea cual sea. Pero esta no es más que una preocupación a corto plazo. El gran enigma se abre para después. Está en saber si alguien va a poder al mismo tiempo mantener unido ese centro-derecha y conseguir la indulgencia de la derecha montaraz; no parece ahora que este papel lo pueda representar Freitas do Amaral, vicepresidente, que ocupa por estos días el puesto del desaparecido. Los pronósticos son más bien dignos de echadores de cartas o de otros modestos arúspices que de verdaderos analistas políticos. Desde la tesis de una recuperación del tono de izquierdas a base de Eanes y Soares, que sólo la capacidad de arreglo de los políticos puede hacer imaginable, hasta la del golpe de Estado de la derecha, se manejan todas las hipótesis. Ninguna es fiable, naturalmente: el futuro no está escrito.

Las elecciones del domingo pueden comenzar a dar ya unas primeras pistas; pero solamente serán pistas. El problema está planteado más allá. La desaparición de una figura -una figura de gran tenacidad, de indudable talento político, que ha conseguido que se unan en el duelo amigos y enemigos- descabala todo el panorama. Una indicación del enorme peligro que hay en toda esta clase de países que, aun buscando el reparto de la soberanía y la política de las leyes y las instituciones, todavía no han sabido salir del reflejo admirativo por la persona; y del riesgo de que esta persona no acierte o no pueda tampoco compartir su poder y su responsabilidad.

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