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El presidente Ronald Reagan puede incorporarse a su despacho oficial de la Casa Blanca la próxima semana

El presidente norteamericano, Ronald Reagan, se recupera tan rápidamente de las heridas sufridas en el atentado del pasado lunes, que podría reincorporarse a su despacho de la Casa Blanca la próxima semana. Entre tanto, la lujosa suite que ocupa desde que abandonó la unidad de cuidados intensivos se ha convertido en un improvisado salón oval, nuevo centro de decisión de Estados Unidos.

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Una habitación contigua ha sido habilitada para albergar a sus consejeros más próximos, que cada mañana le consultan el programa de la jornada. George Bush, como es habitual, le visitó ayer nuevamente.Reagan se levantó por vez primera ayer, miércoles, a las siete de la mañana (tres de la tarde hora de Madrid) y dio un paseo «para estirar las piernas» por la lujosa suite del hospital de la Universidad de George Washington, nuevo centro de decisiones, donde se encuentra internado.

A la vista de lo que los médicos califican como «sorprendente recuperación» en un hombre de setenta años, uno de los ayudantes especiales del presidente, James Baker, declaraba a primera hora de la tarde que es muy posible que el primer mandatario pueda reincorporarse a su despacho oval de la Casa Blanca la próxima semana.

Entre tanto, la sensación que se percibe, tanto en la capital federal como en el resto del país, es de absoluta normalidad y que el Gobierno está dando la impresión de que todo sigue como si nada hubiera ocurrido. Las instituciones funcionan y la frase repetida machaconamente por todos los funcionarios es que business goes on as usual (la maquinaria funciona de forma habitual).

En esta ocasión, el vicepresidente, George Bush, ha asumido las funciones ceremoniales del Ejecutivo, pero no sus poderes. Estas funciones incluyeron una entrevista con el jefe del Gobierno holandés, Van Agt, que se encontraba en Washington, y una reunión con los líderes del Congreso en Capitol Hill.

No se puede ocultar el sentimiento de culpabilidad colectiva de la sociedad norteamericana por el increíble aumento de los delitos cometidos con arma de fuego que continuamente se registran en el país. Es evidente que los nombres de los hermanos Kennedy, de Martin Luther King y de tantos otros asesinados en las últimas dos décadas están siempre presentes en la memoria y en el subconsciente de todos los norteamericanos.

A este respecto, el senador Edward Kennedy anunció ayer que pensaba someter en breve un proyecto de ley al Senado pidiendo de una vez por todas un control para la tenencia y venta de armas. «No se puede consentir», dijo Kennedy, «que cualquier ciudadano de este país, llámese Ronald Reagan o Smith, pueda estar a merced de la locura de un psicópata que acabe con su vida. Pero tal proyecto de ley, cuando se presente, tiene muy pocas posibilidades de convertirse en norma legal».

No son sólo las presiones del poderoso lobby formado por la National Rifle Association, sino el sentido de «sociedad fronteriza», fuertemente arraigado en la conciencia de los norteamericanos los que convertirán en estéril la iniciativa de Kennedy. Irónicamente, Ronald Reagan, cuya vida estuvo a punto de ser segada por una bala asesina el pasado lunes, es uno de los más firmes partidarios de la National Rifle Association y uno de los más ardientes defensores del derecho de los norteamericanos a portar armas de fuego.

Entre tanto, el joven John W. Hinkley hijo, acusado de atentar contra la vida del presidente, fue sometido ayer a diversas pruebas psiquiátricas en la cárcel de la academia de marines en Quantico (Virginia), para determinar su estado de salud mental.

Hinkley será juzgado de acuerdo con la Federal Assassination Act, promulgada en 1965, a raíz del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, y que convirtió en delito federal los atentados contra la vida de los presidentes y vicepresidentes norteamericanos, y que autorizó, al mismo tiempo, la cooperación en las investigaciones de los cuerpos armados norteamericanos. Esas son las razones por las que el FBI, y no la policía del distrito de Columbia, se haya hecho cargo del caso, y por las que Hinkley se encuentra detenido en el acuartelamiento de la infantería de marina en Qantico, y no en una prisión civil.

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