La campaña europea para el renacimiento de la ciudad y la patada a la puerta
Para todo aquel que aún no se haya percatado del magno acontecimiento, conviene recordar que estamos en plena campaña para el renacimiento de la ciudad, convocada por el Consejo de Europa, y en la cual colabora España, cuyo comité nacional se creó a principios de 1980, si bien parece ser que lo que hay que considerar como lanzamiento definitivo de la importante campaña en nuestro país se produjo el pasado 8 de noviembre, con ocasión de la celebración del Día Mundial del Urbanismo.Recientemente ha sido difundido entre los sectores presuntamente interesados en la campaña un dossier informativo, en el que se presentan sus motivos, sus fines y el desarrollo de las actividades, que culminarán en una gran conferencia de clausura en Berlín, en febrero de 1982. Expone el informe las razones que motivan esta campaña: la pérdida de la escala humana y el aumento de ruidos, peligros y contaminación en nuestras ciudades; las dificultades para desplazarse y la enorme cantidad de tiempo consumido en el desplazamiento; la segregación social de la ciudad, etcétera. La culpa del estado actual de las ciudades europeas, aclara el informe, es de los urbanistas, que son los que, por un excesivo afán de planificiar los usos, han desintegrado la tupida red de relaciones comunitarias preexistente.
Así, la solución es sencilla: "dejar que las cosas se hagan de forma natural, sin querer planificarlo todo de manera paternalista". El rechazo a la Carta de Atenas es el principio inspirador de esta provechosa campaña, cuya organización se les ocurrió a los ministros europeos de la Ordenación del Territorio, en Bari (1976).
De comité en comité, llegamos hasta 1980, en que se inaugura la triunfal campaña. Sus organizadores pretenden (sic):
1. Despertar el interés del público, individuos y asociaciones y promover su involucración y participación en la mejora de las condiciones de vida en las ciudades.
2. Intercambiar las experiencias e informaciones. en y entre los países, sobre las soluciones y los mecanismos apropiados para la mejora de la vida urbana.
3. Estimular la reflexión y la discusión sobre la ciudad y su papel en la sociedad europea presente y futura.
4. Estimular la puesta en práctica de las legislaciones existentes que tienen por objetivo mejorar la vida urbana y apoyar las disposiciones recientemente adoptadas que estén en armonía con los objetivos de la campaña.
5. Aumentar la parte de los recursos nacionales consagrados a la solución de problemas urbanos y a la mejora de técnicas de gestión urbana, y estudiar los diversos mecanismos susceptibles de aumentar los créditos puestos a disposición de planes de mejora de la vida urbana.
Tan loables principios parece ser que serán satisfechos de la siguiente manera: en primer lugar, mejorando la calidad del ambiente urbano, para lo que uno de los objetivos principales será el de construir más casas rodeadas de jardín y regular bien el tráfico. Luego, se rehabilitarán construcciones, viviendas y barrios antiguos, para así incitar a la población a volver a trabajar en ciertas zonas sin tener que demoler los edificios existentes, lo que se ha demostrado preferible. Además se crearán actividades, tales como apertura de oficinas encargadas de informar, entretenimientos para los niños, servicios para las minorías étnicas, etcétera.
La campaña ya tiene su título, su cartel anunciador, su emblema y su eslogan, todos ellos oficialmente aprobados. Tiene sus comités nacionales, que -se recomienda expresamente- deben estar presididos por personalidades del más alto nivel. Y tiene, cómo no, su complejísimo organigrama de comités, subcomités, grupos de trabajo, etcétera, que están, al parecer, organizando emisiones de televisión, radio, etcétera. También organizan concursos de carteles de libros para niños, de redacciones y de fotos, y publican un boletín.
Cada país tiene libertad para organizar sus actividades. El nuestro, presidido por el ministro de Obras Públicas y Urbanismo, está trabajando fuerte: ya acordó la edición y distribución de 150.000 folletos, 150.000 carteles pequeños y 20.000 carteles grandes; sin olvidar 150.000 pegatinas, entre otras importantes actuaciones, casi todas ellas encaminadas a ramificar aún más la estructura de la campaña: recomendaciones a comunidades autónomas, entes preautonómicos y administraciones locales para que creen comités y más comités provinciales y municipales. También se va a convocar un concurso nacional de medallas, placas y diplomas referentes a la campaña. Por último, la Dirección General de Arquitectura y Vivienda se propone realizar estudios básicos previos para desarrollar los programas de operaciones piloto de rehabilitación integrada en determinadas ciudades.
Además, es muy sospechosa la coincidencia entre la agudización de la crisis económica y el resurgimiento del interés por las áreas consolidadas. Y no deja de ser escarnecedor que aquello por lo que tantos profesionales, tantos ayuntamientos, tantos movimientos sociales han estado luchando desde hace tantos años, que ha provocado -y aún provoca- tanta represión, tanta desesperación, hoy sea lindamente recogido por los ministros europeos y banalizado en un cartel anunciador. Ahora resulta que toda la culpa fue de la Carta de Atenas, de Le Corbusier (citado textualmente en el dossier), de los urbanistas, del exceso de planificación. Ellos han tenido la culpa de las patadas a la puerta, del Plan Especial Avenida de la Paz, de la voladura de Olavide, de la Ciudad los Angeles, de la vandalización de nuestras más hermosas ciudades de costa. Y, mira por dónde, al final todos coinciden en el diagnóstico, todos señalan los efectos, y aún las soluciones propuestas no divergen en su forma; el Consejo de Europa se ha subido a un carro en marcha, del que no es conductor ni tiene autoridad moral para serlo.
El interés del Consejo de Europa por el renacimiento urbano, de existir tal interés, habrá que buscarlo por alguna parte. Y acaso no sea ocioso empezar la búsqueda por las relaciones entre crisis económica y tanto amor por los centros urbanos: ya se acabó la posibilidad de seguir ampliando indefinidamente las ciudades, porque ni éstas crecen ni existen facilidades crediticias a largo plazo, como las que permitieron en la anterior década promover unidades colosales en la periferia de las grandes poblaciones.
La crisis ha golpeado duramente; la mística del desarrollo se ha volatilizado; la Carta de Atenas tiene la culpa de que hayamos destrozado nuestro patrimonio urbano. Vaya por Dios. Volvamos nuestros ojos a los centros, que la infraestructura ya está construida y pagada, que ahora se vende mejor un edificio que imita antiguo. Ahora la consigna es: rehabilitemos. Extraigamos rentabilidad de donde se pueda; las reivindicaciones urbanas nos han preparado el terreno y la confluencia de intereses es tabla de salvación. En una ,rehabilitación, el capital rota rápido, y si el beneficio es menor, al menos el dinero se recupera antes. Aleluya.
¿Y nuestra sección española? Ha editado cientos de miles de folletos y pegatinas, organizará concursos de emblemas y medallas, pero ha sido incapaz de acelerar -no se habla ya ni de promover- las reformas legislativas pendientes: la reforma de la ley del Suelo en sus aspectos más operativos (valoraciones, sistemas de ejecución); la ley de Protección a la Vivienda; la nonata ley de Financiación del Transporte. Aunque carecemos de mecanismos legales para revitalizar los centros urbanos y proteger su patrimonio en condiciones no lesivas para los propietarios de edificios protegidos, la sección española, al año de iniciada la campaña, no ha conseguido involucrar a nadie en ella, no ha conseguido ni ser criticada.
Alvaro Hernández Gómes es arquitecto.
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