El reforzamiento del potencial bélico y la limitación del "neutralismo" europeo, aspectos clave para Reagan
La llegada al poder del presidente Ronald Reagan, la tensión en las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética y el temor de perder el control sobre los yacimientos de petróleo en el golfo Pérsico, son tres elementos claves que actualmente pesan a la hora de hacer una valoración sobre la visión norteamericana de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Cuenta también el hecho de que el actual secretario de Estado norteamericano, el ex general Alexander Haig, fue durante cinco años el máximo responsable militar de la Alianza Atlántica, desde su cuartel general en Casteau, en Bélgica. No en vano Haig defendía ya desde el foro de la OTAN la necesidad de ampliar el área de acción de un tratado que, firmado en 1949, limita formalmente sus fronteras al escenario de Europa occidental y Norteámerica.Reforzar el potencial bélico, concebir un marco más amplio de acción y limitar el neutralismo en Europa Figuran entre las prioridades de Estados Unidos dentro de la OTAN. Un organismo de Estados soberanos, con teórica igualdad de derechos, pero donde Washington marca el paso en tal contexto, todo el programa de modernización del Ejército estadounidense, con participación superior al 30% del presupuesto federal, va destinado en la actual década de los ochenta a contrarrestar el poderío soviético.
Aunque en el Pentágono se muestran muy cautos a la hora de comentar la actual situación de la OTAN (no quisieron opinar para EL PAIS sobre el tema, para «evitar interpretaciones polémicas» en un momento de debate parlamentario en España sobre el ingreso en la OTAN), es evidente que la entrada de España refuerza la posición de Estados Unidos y de Europa occidental en materia defensiva frente a una eventual confrontación con los soviéticos.
Cuando al término de la segunda guerra mundial nació la idea de la OTAN, frente a la ocupación por parte soviética de los países de Europa oriental y posterior creación del Pacto de Varsovia, la doctrina de la superioridad militar occidental en Europa se fundó en la existencia de un paraguas nuclear norteamericano, sin contrapartida en la URSS, capaz de disuadir a los soviéticos de toda aventura militar contra los países de Europa occidental.
Poco a poco los soviéticos consolidaron una neta ventaja en fuerzas convencionales (tanques en particular), capaces de poner en serios aprietos a europeos y norteamericanos en caso de invasión con armas tradicionales. El poderío soviético se incrementó también en armas estratégicas, intercontinentales y con los discutidos misiles SS-20, cuyo radio de acción cubre objetivos europeos occidentales.
El paraguas tradicional norteamericano quedó un tanto agujereado ante las posibilidades de una guerra nuclear limitada al escenario europeo. A iniciativa de Washington, durante la presidencia de Carter, y bajo el mando militar de Haig en la OTAN, Estados Unidos planteó a los países miembros de la Alianza Atlántica la necesidad de definir una réplica nuclear que cubriera el escenario europeo y pudiera dar respuesta a los SS-20 soviéticos.
En diciembre de 1979 el Consejo Ministerial de la OTAN, en Bruselas, aprobó la instalación en territorio del viejo continente (República Federal de Alemania, Holanda, Bélgica e Italia) de 572 misiles Pershing II y Cruise, con el fin de modernizar el potencial nuclear en Europa, a partir de 1983.
Se trata de una de las decisiones más importantes de la OTAN en los últimos tiempos. Pero, aunque aceptado a nivel político y estratégico, la nuclearización de Europa occidental originó una campaña de protestas políticas y populares, particularmente virulentas en Alemania y Holanda. Washington comenzó a inquietarse de la oleada de pacifismo que pone en peligro el plan de modernización nuclear, hace tambalear a más de un Gobierno y, en definitiva, contribuye a las tesis de una finlandización de Europa occidental, donde el desarme -o la simple ausencia de rearme- colocaría a los países de Europa occidental a merced de los soviéticos.
Evitar el desmembramiento
El anuncio del presidente Ronald Reagan de fabricar la bomba de neutrones («cuyos efectos destructivos no son superiores a las bombas convencionales», comentan expertos del Pentágono) contribuyó aún más a la sensibilización de amplias capas de la opinión pública europea que se opone o simplemente duda de la necesidad y las ventajas de nuclearizar Europa.Los analistas militares estadounidenses siguen con atención la evolución del fenómeno pacifista o neutralista en Europa, que, en su opinión, hace el juego de los intereses de Moscú. Temen que la OTAN pueda desmembrarse si progresa la oposición al rearme nuclear en Europa.
Tranquiliza en Washington saber que, según los sondeos de opinión, una amplia mayoría de personas consultadas se muestra firmemente decidida a que su país continúe en la OTAN. Van del 74%, en Noruega, al 60%, en Italia, tan sólo en Francia la opinión está muy dividida, con el 45% afavor y el 40% partidario de una solución neutral.
Pero inquieta en Washington el comprobar que los partidarios del neutralismo, especialmente entre personas de dieciocho a 34 años, aumenta cada vez más.
La iniciativa conjunta soviético-norteamericana de comenzar negociaciones para un control de armas nucleares de teatro (el teatro somos los ciudadanos europeos, del Oeste o del Este, primeras víctimas de una eventual guerra nuclear limitada entre SS-20 soviéticos y Pershing II americanos) es un hecho formal que cristalizará con la primera reunión el próximo 30 de noviembre, en Ginebra. Así lo acordaron Haig y Grorniko, el pasado mes de septiembre, en Nueva York.
Las negociaciones deberían servir para calmar los ímpetus de los oponentes a la ubicación de nuevas armas nucleares en Europa occidental, aceptando, como mal menor, una disminución del número de cohetes nucleares, si la URSS decide hacer lo propio. Pero sin zonas desnuclearizadas entre los países miembros de la OTAN.
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