"Por esta casa de Trasmoz han pasado todos los jesuitas de España", afirma su antigua dueña
Un día después de la liberación del doctor Iglesias Puga, los vecinos de Trasmoz siguen conmocionados por la aventura que, sin que ninguno de ellos lo sospechara, ha protagonizado su pueblo. Su vida se ha alterado por completo; la gente sale a la calle, en cuanto oye el motor de un coche, a contar todo lo que sabe, y comienza a trabajar la imaginación, el "yo sí noté algo raro" o "tenía un poco el presentimiento". Una antigua dueña de la vivienda donde tenían al secuestrado, exclamó al saberlo: "Por esta casa han pasado todos los jesuitas de España".
Los datos objetivos en los que coinciden sin excepción son, sin embargo, que nadie advirtió la más ligera anormalidad durante el año y medio que "los vascos" han vivido en el pueblo, y que la sorpresa llega a ser mayúscula en el caso del joven Baltasar Calvo. "Era muy buen chico, de una familia muy buena; nos ha dejado chafados", repiten.Trasmoz tiene poco más de cien habitantes habituales, pero en verano (está situado al pie mismo del Moncayo) regresa al pueblo de vacaciones gente nacida allí que conserva sus casas. Algunos las han vendido y, como ocurre en muchos lugares de esta zona limítrofe con Navarra, los compradores han sido vascos.
A nadie le extrañó, por tanto, la llegada de la familia compuesta por José Luis Gutiérrez, de unos 48 años, albañil, que dijo estar en el paro; su mujer, Aurora Fondetvilla, de 45, y una de las dos hijas de ambos, Gloria, de 22, que conoció a un joven del pueblo, Baltasar. A partir de ese momento no se separaron. El había trabajado de fontanero en Zaragoza hasta que se quedó en el paro. Después hizo el servicio militar y volvió a Trasmoz. Al conocer a Gloria se trasladó a Bilbao. "Decía que trabajaba, pero uno que trabaja no viene cuando quiere, como hacía él", comenta una vecina.
En el verano de 1980, la familia acampó en las afueras y se interesó por la casa, que estaba en venta. Dijeron que la querían para pasar temporadas, aunque, según los vecinos, "venían muy a menudo, sobre todo el padre, la hija y Baltasar". Las ausencias de la madre se justificaban porque "trabaja en una oficina".
Hacían vida normal, "la propia de estar de fiesta y de veraneo", dicen los vecinos, "iban de compras a Tarazona, tomaban el sol y, eso sí, los novios hacían carreras con el coche, subiendo y bajando la cuesta a más de cien kilómetros por hora".
La casa donde ha estado el doctor Iglesias es la mejor de Trasmoz. Está en la plaza de España -donde aparcan los coches de los visitantes- y es amplísima. La vendieron en septiembre de 1980 los herederos del tío Zenón, toda una institución en el pueblo, ya que fue alcalde durante la República y volvió a serlo durante el franquismo. Las gestiones las realizó Aurora, que en ocasiones acudió acompañada de una hermana y de la hija. "Es una mujer alta y fuerte, y sus ideas políticas eran muy radicales, no tenía ningún reparo en decir lo que pensaba", manifiesta un miembro de la familia que vendió la casa.
Nunca apareció nirigún hombre, pero la escritura figura a nombre de Caslano Sánchez (a quien no se conoce en el pueblo) y pagaron por ella, al contado, 800.000 pesetas. "Yo no quería venderla", dice Pilarín, otra sobrina. "Además", añade, "sÍ esto lo vieran mi madre y mi tío...; por esta casa pasaron todos los jesuitas de España y estaba llena de imágenes de la Virgen".
La casa, arreglada para su cometido
La casa donde ha permanecido secuestrado el doctor Iglesias está impresionantemente adecuada para su cometido. Las obras las realizó el propio José Luis Gutiérrez, sin otra ayuda que la de Baltasar. El verano pasado hicieron en el corral un cuarto de baño (en donde se ha descubierto un hueco oculto tras dos baldosas) y sustituyeron la pequeña puerta de acceso por una grande de hierro. Nadie vio entrar coches por ella, pero existe espacio suficiente y tiene entrada directa al piso.
Levantaron asimismo un tabique falso en la cocina de la planta baja, punto que esconde un cuarto. En él, y a través de una pequeña placa de baldosas oculta tras el fregadero, las fuerzas de seguridad localizaron cien cajas que contenían más de 40.000 cartuchos de postas. En esta sala, con puerta a la calle, han estado vecinos de Trasmoz en numerosas ocasiones sin advertir nada.
Por catorce escalones se sube al piso superior. A la derecha hay dos habitaciones, donde dormían el padre, Gloria y Baltasar. A la izquierda está, situada otra sala con chimenea y de ella sale un pasillo. La primera habitación era la del guardián del doctor Iglesias -a quien no vio jamás ningún vecino del pueblo- y al fondo está, finalmente, la que ha ocupado durante diecinueve días el secuestrado.
El escenario del rescate
A las diez de la noche del domingo, treinta geo, cuarenta inspectores del Cuerpo Superior de Policía y dos secciones del GAR con sesenta hombres llegaron a la cercana ciudad de Tarazona, a trece kilómetros. Desde allí partieron con 25 miembros de la Guardia Civil local hacia Trasmoz. A la misma hora, varios vecinos del pueblo salían de la casa del secuestro tras haber merendado con sus propietarios. El padre dijo que iba a dormir (siempre se retiraba muy temprano). Gloria y Baltasar se dirigieron, a la hoguera encendida bajo la imagen de san Antón.
A las diez y media, todo el equipo de rescate estaba al pie de Trasmoz. En cuatro grupos diferenciados, cada uno con un cometido, rodearon el pueblo. Cortaron, las carreteras de acceso y esperaron que se apagara la hoguera. A la una, los novios regresaban a casa desde el bar. A la una y media se retiraron los últimos vecinos. .Hora y media más tarde todo había terminado.
El escenario de esta historia ha sido un pueblo tranquilo que, sin embargo, está cargado de leyendas. Se le conoce como Trasmoz de las Brujas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.