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SEPTIMA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

El síndrome del pase largo y el toro corto

La actual época del toreo se caracteriza, entre otras cosas, por el síndrome del pase largo que, naturalmente, se instrumenta al toro corto. Corto de fuerza y de casta, queremos decir. Esta moda viene, más o menos, de El Viti, que durante una larga etapa de su vida profesional se especializó en sacar embestidas de toros que no tenían ninguna y, una vez conseguido el milagro, prolongársela.Vamos a tener que ir a la plaza con naturalómetros y derechímetrospues observamos que los toreros no compiten en dar los pases con calidad sino con longitud. Ahí tenemos, por ejemplo, a un José Mari Manzanares que, evidentemente, se esfuerza en hacer el toreo (el suyo particular) y su preocupación única es prolongar los viajes de las escogidas bestias que los sorteos le ponen delante.

Plaza de Las Ventas

20 de mayo. Séptima corrida de la feria de San Isidro.Tres toros de Manuel González, primero y tercero bien presentados, con genio y problemas; segundo, escaso de trapío, inválido y noble. Tres restantes de Santos Galache, mansos, manejables. Dámaso González: pinchazo hondo tendido y dos descabellos (protestas). Estocada trasera tendida (petición y dos vueltas). José Mari Manzanares: pinchazo, estocada tendida y descabello (palmas y pitos). Pinchazo hondo, estocada baja, rueda de peones y aviso (ovación con algunos pitos y saludos). Tomás Campuzano: dos pinchazos, rueda de peones, otro pinchazo hondo, nueva rueda y tres descabellos (silencio). Pinchazo y estocada caída (aplausos).

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Torear, en sentido estricto, lo hace más bien poco. Toreo es, en una de sus versiones, citar dando el medio pecho, adelante la pierna natural y el engaño; cuando el toro se arranca y va a llegar a jurisdicción, se adelanta la pierna contraria en un movimiento preciso que llamamos cargar la suerte, etcétera. Manzanares, en cambio, lo hace al revés: la pierna contraria la deja siempre atrás y lo que adelanta es el pico.

Naturalmente, este defecto, que es grave en tauromaquia, lo conocen muy bien los aficionados y se lo censuran. Los críticos también se lo señalamos cuando hay ocasión, que es siempre; ayer, la última. El llamado fino torero alicantino se amostaza por esto y declara en periódicos que la gente en general y ciertos críticos en particular le tienen manía.

Haría mejor Manzanares en meditar por qué se le fue ayer el éxito en sus dos toros, como tantas otras veces. La causa es, sencillamente, el defecto dicho. Más fácil no pudo tener la tarde. Le pusieron los toros de menos trapío, que además eran noblotes, con el temperamento justito para no molestar, y el público les esperaba en son de paz.

Todo esto tuvo Manzanares pero le faltó lo importante, que era la torería. Al inválido que le echaron por delante, le aplicó un mediocre muleteo. En el quinto pasó casi diez minutos repitiendo, con mayor o menor fortuna, el conocido unipase, y como colofón dio los también conocidos derechazos de costadillo, erguida la figura, juntas las zapatillas y aliviándose sin disimulos con el pico. Semejante proeza no conmovió a casi nadie, pero si continúa creyendo que Pue por manía persecutoria, es que no tiene remedio. Allá él.

Nos dicen que dieciocho toros reconoció el equipo veterinario para seleccionar los seis que podían valer y, entre ellos, los dos que convenían al favorito. Se ignora qué más puede necesitar Manzanares para ir cómodo por la vida.

Los animales seleccionados resultaron mansos y hubo dos difíciles. A uno lo liquidé pronto Dámaso González y a otro, tarde, Campuzano, que como se empeña en dar el mutetazo largo ha olvidado lo que se debe hacer con los toros de sentido. Pasó la pena negra con ese ejemplar, que por cierto era de preciosa estampa, pues con tanto derechazo como intentó, él mismo, lo resabió.

El cuarto de la tarde ya tenía otros manejos y el hombrecito de Albacete, que se convierte en gigante y hace lo que sea para complacer al público -por ejemplo, extender los brazos como pájaro volador-, le sacó pases por todos los lados. Arte no creó, pero emoción sí, pues se arrimaba de firme, y le aclamaron Por ello. Claro que, como diría Micurro: "¿Arrimándose?, ¡hombre, así, cualquiera!".

En el sexto Campuzano dio muchos derechazos decorosos, menos malos o peores, según salieran, y tres naturales templados, con la longitud que provoca el síndrome del pase largo. Un naturalímetro nos haría saber si fueron, más largos que los de Manzanares en el quinto, o al revés. Pero como no lo tenemos, renunciamos a hacer juicios precipitados. Ya iremos a Canarias a comprarlo.

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