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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los ofensores del pueblo

CUANDO EN el otoño de 1963 el profesor Ruiz-Giménez decidió dar a la luz una revista política, un numeroso grupo de universitarios se reunió en tomo suyo para empujar una de las experiencias más positivas de aperturismo real y de tensión democratizadora que contempló este país durante el régimen franquista. Puede decirse que el Partido Comunista, en la clandestinidad y desde la izquierda, y el equipo de Cuadernos para el Diálogo, en el difícil equilibrio de la legalidad siempre contestada y desde los sectores moderados de la derecha primero y del socialismo después, nuclearon dos hechos decisivos que prepararon la transformación del franquismo, en monarquía parlamentaria. La figura de Dionisio Ridruejo de cuyo fallecimiento se cumple en estos días el séptimo aniversario, sin que las fuerzas políticas democráticas se tomen la molestia de recordarlo- debe ser incorporada también a esa exigua lista como incómodo testimonio de quienes no aguardaron a la agonía de Franco para luchar por los derechos humanos y los valores democráticos. Los comunistas, por su parte, fueron capaces de levantar una organización sindical, Comisiones Obreras, que vertebró el mundo del trabajo en la primera etapa de la transición. Ruiz-Giniénez y sus democristianos de izquierda -si puede haber de eso en el espectro político, pero al menos se llamaban así-, propulsaron y facilitaron un modelo de recambio democrático no revolucionario, que es lo que encarna el actual régimen.Determinados avatares personales y una no pequeña testarudez política respecto a sus principios, alejaron a Ruiz-Giménez del protagonismo del poder después de inaugurada la democracia. No quiso, como se le ofreció, ni comparecer electoralmente con las listas de una UCD que representaba la herencia del poder franquista en muchos aspectos -y en la que concurrían por lo demás no pocos de sus discípulos políticos-, ni con las del PSOE, en las que se encontraba definitivamente incómodo. Llegó a las urnas con la etiqueta del cristianismo progresista y fracasó. Asumió su fracaso con enorme dignidad, y ni aun después de producido renegó de su tentativa. Cuantos esfuerzos hicieron los partidos por incorporarle a sus filas fueron inútiles. La democracia parlamentaria perdió así a un hombre honesto y capaz, cuya característica más proverbial había sido la defensa del diálogo y el entendimiento (le los españoles.

Nuestra viola pública lo ha vuelto a perder, gracias al cerrilismo de un partido en descomposición que se ha empeñado en mantener la disciplina del voto en una maniobra que da Con la puerta en las narices a las esperanzas de completar la Constitución en un punto esencial antes del fin de la legislatura. Entre las miserias que el Gobierno Calvo Sotelo llevará a las próximas elecciones generales, habrá que contabilizar esta de bloquear el nombramiento de un cargo tan indudablemente democrático y tan atractivo para los electores como es el Defensor del Pueblo. La actitud de UCD resulta todavía más inadmisible si se tiene en cuenta que Ruiz-Giménez era el único candidato institucional, que el patrocinio de su nombre por los socialistas no implica su compromiso con el PSOE y que asuntos como la colza, los escándalos de la Administración, la gestión televisiva y otras lindezas de ese género habrían podido ser enfocados con mayor acierto y limpieza por parte del Ejecutivo si una figura independiente en el puesto independiente de Defensor del Pueblo le hubiera servido de acicate. La intención de UCD, y de la derecha a su derecha, de que esto no suceda, es harto evidente. La triste hazaña es tanto más ridícula si se tiene en cuenta que el actual secretario general del partido -Iñigo Cavero-, uno de sus predecesores en el cargo -Rafael Arias Salgado- y el presidente honorario de UCD -Adolfo Suárez- han roto la disciplina de voto en este tema. Merecería la pena completar la nómina de los que no la rompieron y, sobre todo, la lista de los que no se atrevieron a entrar en el hemiciclo para no verle obligados a tomar una decisión. La democracia paga sus facturas y esta es una de ellas: que unas docenas de avisados que lograron su puesto en una lista electoral boicoteen ahora el desarrollo de la Constitución y la presencia de un hombre como Joaquín Ruiz-Giménez en la política española. Pero no hay factura a pagar tan segura como la que se extiende antes de unas elecciones generales. Y tanto disciplinado ucedista en esta votación va a tener una oportunidad mejor, y más vistosa, de exhibir su fidelidad al partido dentro de pocos meses. Será hermoso contemplar cómo lo hacen.

La historia enseña otras lecciones. Las huestes de Calvo Sotelo consideran, según puede verse, que el sistema constitucional es un régimen adecuado para poner y mantener a Carlos Robles Piquer al frente de la televisión pública y no para nombrar Defensor del Pueblo a Joaquín Ruiz-Giménez. A lo mejor es una anécdota. A nosotros nos parece un símbolo. Y esperamos que el PSOE no sienta de nuevo más la tentación de hacer de salvavidas de un Gobierno que, al parecer, sólo sabe meter en cintura a sus indisciplinados diputados en ocasiones como esta. Al sonoro pateo que engalanó ayer nuestras Cortes Generales unimos por eso el nuestro. Calvo Sotelo ha conseguido deslizar el centro moderado y reformista hacia el piélago de la reacción, donde va a encontrarse sumergido junto a Fraga. En el pecado llevará la penitencia, porque el líder de Alianza Popular es mejor nadador, tiene más fondo y posee Mejor sentido de la orientación. El inquilino de la Moncloa amenaza con destruir cuanto de moderado y reformador tenía la derecha española amparada bajo las siglas de UCD y con entregarse en una especie de abrazo del oso a los heraldos del pasado. Su imagen, de torero asustado en el ruedo, empieza a inspirar conmiseración y ternura. Nada peor le podía suceder a un político. La actitud de algunos de los diputados ucedistas que han contribuido con su ausencia o con su abstención al veto de Ruiz-Giménez es por lo demás esclarecedora de la condición humana. La Biblia cuenta historias de primogenituras vendidas por platos de lentejas, pero también exhorta a corregir esa fea costumbre. La condición de algunos ucedistas comienza a ser materia de parábola como ejemplo a no seguir.

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