Imperialismo: la época de las cañoneras se acabó
Con una mezcla de cinismo antológico y pasión por la real-politik, la dictadura militar argentina no dudó en alterar su discurso -que corresponde a unos arraigados principios- anticomunista y pro establishment y volverse virulentamente crítica del imperialismo. Palabras como colonialismo e imperialismo, que jamás figuraron en el lenguaje oficial en tanto cuestionaba directamente su papel como actores dentro del sistema, fueron incorporadas para consumo interno de una sociedad mayoritariamente exaltada de pasión nacionalista y para buscar el apoyo de los países no alineados y, eventualmente, del bloque soviético. El cambio no habría sido súbito: circula el rumor que las fuerzas armadas decidieron cambiar su imagen; algo así como "si no darnos apertura política, por lo menos vamos a actuarla nosotros". El ex presidente Galtieri llegó, inclusive, a darse el lujo de condenar posturas arcaicas del Reino Unido y llamar a Margaret Thatcher "políticamente inadecuada al momento histórico que vive la humanidad". Y si coincidimos que la guerra debería ser práctica pretérita, no alcanzamos a ver cómo justifica el general Galtieri la tortura, el asesinato, la explotación y la supresión de la democracia como acciones adecuadas a esta época.Que la dictadura haya buscado cambiar su imagen, y que muchos países latinoamericanos la hayan apoyado, puede entenderse en el contexto de encontrar una excusa desde la cual presionar a Estados Unidos y sus aliados del Norte para obtener otros beneficios (siendo los casos de Cuba y Nicaragua los más notables). Pero que algunos sectores -entre los que se incluyen exiliados argentinos, intelectuales españoles y latinoamericanos, y políticos diversos-, de los que podía esperarse una posición crítica e independiente, que podían mantener con dignidad una postura que combinara la política con la ética sin tener que resignarse a razones de Estado, hayan repetido mimética y acaloradamente que se trataba de una guerra de un país tercermundista contra una potencia imperial, o sea, una guerra antiimperialista, resulta escandalosamente incorrecto. De la misma forma, dicho sea de paso, que ha resultado irresponsable el considerar la guerra como una antesala de la democracia en Argentina, creyendo que la "unidad nacional" frente al enemigo exterior conmovería a los generales, que premiarían la adhesión con la apertura, o que la derrota provocaría el suicidio del régimen.
Crisis y complejidad
Decimos que la caracterización de guerra antúmperialista es incorrecto por varias razones. Primero: porque el Reino Unido fue pilar de la etapa imperialista, en la cual un centro hegemónico se expandía al exterior a través de inversiones en la producción de materias primas y productos agrícolas que consumía la metrópoli; una etapa que terminó en la segunda guerra mundial, y de la que Londres sólo conserva vestigios. En ese momento, el patrón oro fue sustituido por el dólar como moneda internacional de intercambio; el capitalismo monopolista, con base en Estados Unidos y con las multinacionales como punta de lanza, desplazó al capitalismo británico; y la City dejó de ser el corazón del sistema, mientras se imponían el Fondo Monetario Internacional y otros organismos regentados por Washington.
Segundo: porque el Reino Unido, por tanto, fue la potencia hegemónica en Argentina, pero dejó de serlo hace casi cuarenta años, cuando empezó a imponer se el tipo de dependencia que Theotonio Dos Santos ha definido como industrial-tecnológica, basada en multinacionales que empezaron a invertir en empre sas destinadas al consumo ínter no al tiempo que se implantaba una fuerte sumisión a la importación de tecnología. Una guerra antiimperialista en Argentina, en consecuencia, supondría combatir las raíces estructurales de la dominación: las corporaciones trasnacionales, la burguesía nacional aliada al capital extranjero, las fuerzas armadas, que instauraron un modelo económico friedmaniano desnacionalizador. En otro caso, se está combatiendo un fantasma del pasado.
Esta ha sido una guerra con razones geopolíticas -pugna entre Londres y Buenos Aires por controlar un punto estratégico del Atlántico sur y ver quién pacta luego con Estados Unidos-, económicas -petróleo- e ideológicas -ideología nacional-militarista argentina, conservadurismo neoimperial inglés, problemas internos en Argentina-. Insinuar que se trataba de antúmperialismo es repetir un discurso demagógico, nacionalista superficial y sin apoyatura en la realidad. Porque reivindicar la soberanía en una zona, pero no cuestionar la dominación en su esencia es una reducción al absurdo. De allí, que la oposición a la dictadura argentina vaya dando tumbos: después de haber apoyado la invasión y viajar con Galtieri a las Malvinas, ahora realizan radicales declaraciones en contra de los militares que suenan antes a frustración por la patriada perdida que por un verdadero afán democrático.
El imperialismo ya no es una cuestión de banderitas; y no responde a la definición de Lenin de hace sesenta años. A partir de la crisis económica mundial de los años sesenta y la nueva configuración de la división internacional del trabajo tiene una estructura mucho más sofisticada y compleja. Los países subdesarrollados ya no son sólo proveedores de materias primas baratas y compradores de tecnología: se han convertido en sedes de industrias de transformación que son competitivas a nivel del mercado mundial -siendo el comercio y producción de armas uno de sus mejores negocios, por cierto-; albergan una masa, enorme de mano de obra barata, que sirve de atractivo a empresas de los países desarrollados, que trasladan allí parte de su producción. Esta descentralización, unida a la acción general de las trasnacionales, las operaciones financieras más allá de las fronteras y la integración de los países del socialismo real en el único mercado mundial, configura un panorama que no elimina la explotación ni las diferencias Norte-Sur, sino que las agrava, pero que no admite explicaciones en blanco y negro, de argentinos buenos e ingleses malvados. Desgraciadamente, no ha sido Galtieri, buscando un mejor lugar en la división internacional del traba o, ni la señora Thatcher, enviando su flota con alta tecnología, quienes están fuera del momento histórico (¿acaso no es la guerra la cuestión más preocupante de nuestro tiempo?), sino quienes pensaron, de buena o mala fe, que una flota inglesa bajando del Norte hacia el Sur revivía la época de las cañoneras colonialistas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- Opinión
- Posguerra
- Dictadura argentina
- Argentina
- Guerra Malvinas
- Personas desaparecidas
- Casos sin resolver
- Reino Unido
- Dictadura militar
- Política exterior
- Dictadura
- Europa occidental
- Casos judiciales
- Ideologías
- Historia contemporánea
- Guerra
- Sudamérica
- Gobierno
- Latinoamérica
- Historia
- Conflictos
- Administración Estado
- Europa
- América
- Justicia