Las cárceles españolas
Quisiera que se publicara mi réplica a Juan María Bandrés en su comentario del pasado domingo en la sección Temas para debate, sección a la que tengo acceso por razones obvias: no soy diputado porque no he querido, ni abogado porque no he podido. Soy solamente un ciudadano y, en ocasiones, pienso que un súbdito.No puedo estar contigo, J. M. B., en tu artículo Es necesario el indulto, por más que esté muy próximo a tu línea ideológica. Y no puedo estarlo porque he sido víctima de eso que tú tratas con tanto cariño, como lo es la delincuencia común.
¿Sabes que con la miserable indemnización de un despido monté un modesto negocio, que fue literalmente saqueado dieciséis veces por tus queridos delincuentes comunes? Y la policía nunca apareció por allí. ¿Sabes que en mi barrio, Carabanchel, salir después de las diez de la noche es jugarse las trescientas calas que llevas en el bolsillo, el reloj, o algo peor? ¿Pensarías lo mismo si te vieras en la ruina total por mor de tus colegas delincuentes?
Aquí, la policía no sabe, no puede, o ¿no quiere?, defender Al contribuyente que le paga el jornal, el uniforme y la pistola; los jueces se ven rebasados en sus funciones; las instituciones penitenciarias, inadecuadas, incapaces y -como tú dices- faltas de imaginación y de pelas.
El boom de la delincuencia común es un hecho real en los últimos diez años. No puedo, no podemos aquí, entrar en las motivaciones que llevan al delincuente a convertirse en delincuente. No podemos analizar el ecosistema que le rodea, ni la solución última: la cárcel, como presunta solución.
Pero, J. M. Bandrés, reconoce que tu sugerencia de indultar al pequeño delincuente es infantil, impopular y, además, no te la crees ni tú.
Vamos a imaginar entre todos mecanismos correctores a unos problemas que son comunes a todas las sociedades burguesas: droga, prostitución, delincuenca. No solamente porque dañan a la sociedad, sino -y sobre todo- porque dañan irreversiblemente al individuo. /
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