Cárceles argentinas
Hay cárceles y cárceles. La de Caseros, en Buenos Aires (Argentina), tiene una particularidad siniestra: los internos no ven jamás el sol y raramente respiran una bocanada de aire puro.Esto, no es casual. Hace unos años, el director de otra cárcel de presos políticos argentinos, la de Villa Devoto, expresó con claridad que "de aquí van a salir todos locos o muertos".
Jorge Miguel Toledo, amenazado por la locura, eligió la muerte.
Jorge tenía veintisiete años. Fue detenido a principios de 1978, por el Ejército, acusado de ser presidente del Centro de Estudiantes de Olavarría. Fue condenado a seis años de reclusión por un ilegal y esperpéntico consejo de guerra integrado por los mismos que lo habían torturado bestialmente. Sus tres años de internación en Caseros lo habían llevado a un estado de depresión desesperante. Jorge sentía que la locura rondaba su celda.
El 29 de junio, a las quince horas, se ahorcó utilizando una sábana. Hacía dos semanas que no le suministraban los medicamentos antidepresivos que necesitaba para combatir su enfermedad. Antes de colgarse, informó de su decisión al sacerdote de la penitenciaría. No le hizo caso.
Hace unos meses, los militares de mi país inventaron una irresponsable aventura con el propósito de cambiar su imagen de genocidas por la de heroicos-salvadores-de-la-patria-amenazada. Frente a esos intentos se alza acusadora la figura de Jorge Toledo. Porque el asesinato de Toledo es absoluta e insoportablemente real, Lo demás es humo. /
Madrid.
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