El Gobierno nicaragüense niega estar en guerra con la Iglesia católica
"No estamos en guerra contra la Iglesia católica", aseguró la dirección nacional del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Managua al comentar los graves incidentes ocurridos el martes en la ciudad de Masaya, durante los cuales murieron tres personas y cinco sacerdotes fueron arrestados.
Tomás Borge, ministro del Interior, acusó, sin embargo, al imperialismo norteamericano y, tras admitir que 81 sacerdotes se encontraban bajo arresto, volvió a negar que el Gobierno mantuviera una guerra contra la jerarquía eclesiástica.De hecho, la tragedia de Masaya no ha sido más que la culminación de las grandes divergencias que desde el triunfo de la revolución han existido entre la jerarquía eclesiástica y el Gobierno nicaragüense. Porque en Nicaragua, país profundamente católico, la Iglesia se encuentra dividida por la política contingente, igual que el país está dividido por la religión.
Aunque la jerarquía católica apoyó en los primeros días a la revolución, ahora los obispos no ocultan su preocupación por lo que ellos llaman una creciente radicalización del proceso. "Es el problema más complejo en términos políticos que tenemos", dijo el miembro de la Junta de Gobierno y católico no practicante Sergio Ramírez. "La jerarquía eclesiástica, sin identificarse con la derecha, está asumiendo posiciones derechistas". El distanciamiento entre los obispos y sandinistas se inició cuando los nuevos dirigentes acusaron a la Iglesia de usar un "lenguaje demasiado ambiguo".
Los roces se aceiiituaron durante la campañado alfabetización -"demasiado politizada" para el gusto de los obispos- y casi culminaron cuando el arzobispo de Managua exigió la renuncia a tres sacerdotes de sus cargos de ministros. "Los sacerdotes no deben participar en política, porque divide a los fieles", dijo en esa ocasión el arzobispo de Managua, monséílor Obando.
El conflicto fue solucionado, pero no tardó en surgir un nuevo problema: la Iglesia popular, criticada recientemente por el Papa como "una grave desviación de la voluntad y del plan de salvación de Jesucristo". Sus integrantes son, en su mayoría, jesuitas identificados con la llamada teología de la liberación.
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