Cultura
EL MINISTERIO de Cultura, una de las carteras menos estimadas por los poderes de UCD a la hora de distribuir responsabilidades, ha servido habitualmente de departamento-comodín para las combinaciones gubernamentales, lo que explica la notable movilidad de sus titulares. De los cuatro ministros que se han sucedido a lo largo de tres años y medio, dos de ellos -Manuel Clavero, y Ricardo de la Cierva, candidato de Alianza Popular por Melilla- ni siquiera pertenecen ya al partido centrista. Iñigo Cavero, el ministro trashumante procedente de Justicia y Educación, nunca ha parecido demasiado interesado por los contenidos de las carteras que desempeñaba, bastándole que le concedieran el derecho de formar parte del Gobierno. Su dimisión como ministro de Cultura fue para ocupar la secretaría general de UCD cuando Leopoldo Calvo Sotelo decidió, por pocos meses, convertirse en líder del centrismo. Finalmente, el departamento llegó a manos de Soledad Becerril como consecuencia del previo rechazo de Miguel Herrero -en la actualidad, también candidato de Alianza Popular- y de la decisión de incluir en el Gobierno a un reresentante de la corriente liberal del centrismo.Las anteriores vinculaciones de estos cuatro ministros en ejercicio con los problemas de la cultura habían sido de naturaleza muy distinta. Manuel Clavero, catedrático de Derecho Administrativo, abandonó la cartera de Administración Territorial, después de las elecciones generales de 1979, para ocupar la de Cultura, pero su atención siguió concentrada obsesivamente en las cuestiones de la autonomía andaluza. Su dimisión, en enero de 1980, no estuvo motivada por problemas de su departamento, sino por su oposición a la consigna abstencionista en el referéndum del 28 de febrero. Ricardo de la Cierva, una designación cuyas razones algún día Adolfo Suárez tendrá que explicar a los todavía asombrados es pañoles, poseía experiencia como administrador de la cultura durante el anterior régimen, en el que ocupó la Dirección General de Cultura Popular; en cualquier caso, sus apasionados y cambiantes compromisos ideo lógicos que le han arrojado finalmente a sus orígenes, la derecha autoritaria, y sus interpretaciones de la historia española como biógrafo de Franco le hacían dudosa mente idóneo para dirigir la política cultural. Iñigo Cavero se limitó a realizar una administración cuidadosa de los recursos de su ministerio, sin mayores ambiciones o proyectos, mientras que la presencia de Soledad Becerril en el Ministerio de Cultura fue utilizada por UCD para demostrar que la "condición femenina" también tenía su hueco en los Gobiernos centristas y para popularizar la imagen de la presidenta del centrismo andaluz en vísperas de lo que más tarde sería la hecatombe electoral del 23 de mayo.
Cualquier Ministerio de Cultura tiene que luchar con la megalomanía de su propia denominación, propicia a suscitar el equívoco de que un departamento gubernamental puede guiar a la sociedad o sustituirla en las actividades creativas. El actual Ministerio de Cultura ha heredado el edificio y el funcionariado del viejo Ministerio de Información del franquismo, cuyo acercamiento a las manifestaciones culturales, desde los tiempos de Arias Salgado hasta los de Sánchez Bella, estuvo orientado hacia la propaganda, el adoctrinamiento, el intervencionismo y la censura. Dotado de un exiguo fondo presupuestario, su ámbito abarca campos entre sí inconexos: el deporte, la condición femenina, la juventud, la industria del libro, la música; el teatro, el patrimonio artístico, la familia, la industria cinematográfica, las bibliotecas, la organización de exposiciones, los archivos, etcétera. Otros departamentos se interfieren con el de Cultura en la regulación de las actividades de su competencia, de asignación siempre dudosa, como mostró la transferencia de Televisión Española al Ministerio de la Presidencia. La atribución a las comunidades autónomas de competencias antes monopolizadas por este Ministerio y la eficacia mostrada por los ayuntamientos democráticos para amparar las actividades culturales de los ciudadanos han mermado todavía más las posibilidades operativas de un departamento cuyas funciones tendrán que ser replanteadas de forma radical en el futuro.
Todas estas circunstancias pueden servir para explicar, aunque no para disculpar, el modesto balance, a lo largo de tres años y medio, de un ministerio regido por cuatro ministros sucesivamente y relegado a posiciones marginales en las prioridades de la UCD. El deporte español sigue dirigido por grupos caciquiles enquistados en las estructuras democráticas. Ni siquiera la humillación del Campeonato Mundial de Fútbol y los escándalos de las auditorías de algunas federaciones han sido suficientes para que el Ministerio resolviera acabar con estos patios de Monipodio en que personajes como Pablo Porta han descubierto las ventajas de las elecciones cuando los electores han sido previamente designados por el futuro elegido. La política de la mujer brilla casi por su ausencia y, pese a la indudable buena voluntad de la ministra, los avances del feminismo han sido muy escasos y rara vez apoyados por este ministerio. La industria cinematográfica, aliviada del arrasador decreto de noviembre de 1977 por la ley de Clavero sobre la cuota de distribución y.de pantalla, sigue perjudicada por la ausencia de un control eficiente de taquillas, por la incompetencia de la entidad encargada de la promoción exterior de nuestras películas y por la falta de acuerdos estables y suficientes con Televisión Española. La industria del libro tiene que recurrir a otros departamentos gubernamentales para buscar paliativos a los derrumbamientos de los tradicionales mercados latinoamericanos y padece las consecuencias de una política tercermundista de bibliotecas. El teatro de calidad está a punto de desaparecer como consecuencia de problemas estructurales que exigirían un cambio de sentido en el apoyo estatal, en tanto que la música se mueve en una preocupante orfandad. Hubo también cosas elogiables. Pero, por ejemplo, las muy estimables realizaciones de Javier Tusell en la organización de exposiciones, su labor para recuperar el Guernica y sus esfuerzos para frenar el despojo y la ruina de nuestro patrimonio artístico tuvieron como premio su abrupto cese al frente de la Dirección General de Bellas Artes. El progirama legislativo de UCD en materias tan importantes como la propiedad intelectual, la protección del patrimonio artístico, el libro y las bibliotecas ha sido incumplido.
La cultura española contemporánea, entendiendo laxamente como tal al amplio espacio en el que se desenvuelven las complejas relaciones entre la herencia del pasado, los creadores actuales y la sociedad, ha recibido durante estos tres años y medio sólo escasa atención de sus administradores oficiales. Pese a todo, la sociedad de la España democrática crea y recibe manifestaciones culturales como un elemento básico de su amor por la libertad.
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