Los Soviéticos se volvieron escépticos durante la era Breznev
Las esperanzas ciudadanas de alcanzar el 'paraíso' se sitúan cada vez en un horizonte más lejano
Un cuento ruso, muy difundido, resume de manera chusca la historia de la Unión Soviética: Lenin viaja en el transiberiano acompañado de los que serían sus sucesores. De pronto, el tren se detiene. "Lo siento, Vladimir llitch", dice el maquinista, "pero esta avería no tiene solución". Vladimir Ilitch Lenin reúne a los suyos y los arenga con ese gesto que ha sido inmortalizado por miles de estatuas en toda la Unión Soviética: "Adelante, hacia el radiante porvenir del comunismo", grita apuntando al horizonte su brazo derecho. La vieja locomotora obedece al líder y, efectivamente, sigue su marcha..., pero no por mucho tiempo. De nuevo vuelve a pararse. Entonces llega la hora de José Stalin. Este -sin dudarlo- manda detener al maquinista, acusándole de boicotear la economía soviética.El cuento sigue con el segundo maquinista, quien, aterrorizado, logra hacer una chapuza y pone en marcha de nuevo el cansado ingenio de vapor. Pero el ferrocarril sólo puede avanzar unos metros, y después de dar varios bufidos agónicos, el transiberiano se detiene para siempre.
Le toca, pues, el tumo a Nikita Jruschov, que ordena a todos los pasajeros que desciendan de sus vagones y empujen desde el suelo hasta lograr un suave bamboleo. Sentado en su confortable sillón afirma sonriente: "Si no fuera por las ventanillas, que nos dejan ver el exterior, parecería que se mueve".
Por último, Leónidas Breznev manda cerrar las cortinas y afirma satisfecho: "Ahora sí que parece que se mueve".
Historias como éstas muestran el escepticismo que ha llenado la vida de muchos soviéticos -y, especialmente, los más jóvenes- durante la era Breznev.
El viejo líder recientemente fallecido accedió al poder cuando, en 1964, el país comenzaba a recuperarse de los desastres de una guerra que arrasó la economía del país y acabó con las vidas de unos veinte millones de soviéticos. Eran tiempos todavía difíciles, pero llenos de esperanza.
El comunismo para 1980
Jruschov había prometido que para 1980 se habría alcanzado el comunismo -es decir, el paraíso de la abundancia y la igualdad- y que, por supuesto, ya entonces la URSS habría superado a todas las potencias occidentales.
La promesa del orondo líder comunista ucraniano no parecía del todo sorprendente. La economía soviética crecía a un ritmo del 6% anual, y todo lo mejor era previsible. En la actualidad, el ritmo de crecimiento viene a ser de, aproximadamente, la cuarta parte.
Pero Jruschov fue derrocado después del fracaso de sus experimentos para la reforma del aparato del partido -o a causa de su voluntarismo como puede leerse hoy en la Gran enciclopedia soviética-, que le hicieron ganarse las iras de buena parte de sus funcionarios.
Breznev se encontró, pues, con un inmenso país cuya economía ya empezaba a hacer agua, pero sus preocupaciones se centraron en dotar al país de una estabilidad política y contentar a todos.
Las esperanzas de alcanzar el paraíso a principio de los ochenta se iban instalando cada vez en un horizonte más lejano. El prometido radiante porvenir terminaría convirtiéndose para buen número de jóvenes de la era Breznev en un simple, pero llamativo, rótulo propagandístico callejero.
Para los jóvenes del campo, el mayor triunfo consistía en poder emigrar a la ciudad, donde las colas ofrecen, al menos, ciertas esperanzas de convertirse en consumidor. El campo fue el gran problema de la era Breznev. Desde 1951 a 1975, las cosechas de grano fueron incrementándose en un 2% anual, pasando de noventa millones de toneladas a doscientos millones.
Entonces se inició una curva descendente, que ha costado a los soviéticos muchos millones de dólares, ya que han tenido que comprar sus déficits de grano en los mercados exteriores. Aún hoy, el 25% de la población soviética vive en el campo, mientras en Estados Unidos (gran exportador de grano) sólo lo háce el 4%.
Los campesinos han oído muchas promesas, pero -según datos occidentales- todavía hoy el 36% de las viviendas rurales no tienen agua corriente.
En las ciudades, el panorama es menos desalentador, pero la vivienda continúa siendo un problema: fuentes oficiales de la URSS admiten que el 20% de la población sigue viviendo en apartamentos comunales, donde tienen que compartir con otros inquilinos todos los servicios.
El fenómeno de urbanización intensiva de la URSS ha generado -al igual que en Occidente- el problema generacional. A lo largo de dos años de residencia en Moscú hemos podido escuchar muchas veces las mismas quejas en boca de personas de edad madura: "Los jóvenes no ponen interés en nada... Han nacido con todas las comodidades... Si hubieran vivido la guerra o, tan siquiera, la posguerra... En nuestro tiempo era diferente... Hace falta mano dura... Con Stalin no pasaba esto...".
En esas ocasiones, los hijos, por lo general, ni se tomaban la molestia de llevar la contraria a sus padres, limitándose a desviar la conversación hacia cuestiones que parecían apasionarles: las biografías de Julio Iglesias o Adriano Celentano y los últimos usos indumentarios de Occidente.
Nuevamente -y a nivel casero- se reproducía la vieja dicotomía de la historia rusa: mantenimiento de las esencias patrias contra modernización y apertura al exterior. Pero incluso algunos partidarios de la modernización afirmaban que preferían a Stalin antes que a Breznev, ya que encontraban que el primero tenía una "energía" de la que carecía el segundo.
Brezney, 'el suave'
Los moscovitas llamaban a Breznev "el suave". Sin duda, lo consideraban un hombre blando. En él veían quizá la misma -o mayor- parafernalia que rodeaba a Stalin: retratos por todas partes, ditirambos en la Prensa y en los discursos de sus múltiples aduladores... Breznev poseía, además, más títulos y poder que cualquiera de sus antecesores.
Y, sin embargo, los soviéticos eran conscientes de que todo esto era sólo pura apariencia: la obediencia de los funcionarios -y en un país en el que el Estado es el patrón, todos los ciudadanos son funcionarios- era una simple caricatura. Durante la era Breznev, la corrupción ha dejado de ser un fenómeno marginal, para convertirse en un mecanismo lubricador del sistema.
El inmovilismo que ha regido la era Breznev no logró solucionar una serie de problemas que comenzaban a apuntarse antes de su llegada al poder. Breznev ha dejado una difícil herencia a Yuri Andropov: los problemas financieros de la URSS son más grandes que nunca, como lo muestra el rápido descenso de sus depósitos en divisas en los bancos occidentales, que en los seis primeros meses de este año pasaron de 8.500 millones de dólares a sólo 3.600 millones.
Para obtener divisas ha tenido que ser aumentada la venta de materias primas, gas petróleo, oro y diamantes, precipitándose, en algún caso, la caída de sus precios. Incluso, Moscú se vió obligado a disminuir el cupo de petróleo que vende con "tarifas políticas" y en "rublos convertibles", para aumentar la parte que debe de ser pagada en monedas occidentales y a precios de mercado. A sus aliados les costaba así el petróleo tan caro como en Occidente.
Durante la era Breznev, la economía ha crecido -como media- al ritmo de un 1,5%, mientras la industria militar lo hacía anualmente en un 4%, según estimaciones occidentales.
Los planes quinquenales no han alcanzado casi nunca sus objetivos. De los capítulos más importantes del plan 1976-1980 sólo se superaban las cifras previstas en lo concemiente a la producción de gas. Otras partidas -entre ellas, la cenicienta: los artículos de consumo- crecían a un ritmo que era la mitad o un tercio de lo planeado.
El esfuerzo militar realizado durante los dieciocho años que Breznev estuvo en el poder se ha hecho en detrimento de la economía civil, opinan analistas occidentales. Estos argumentan que la industria militar forma en la economía soviética un departamento estanco que -al contrario que en Occidente- no trasvasa ninguno de sus hallazgos al sector civil ni genera riqueza.
La desgana y la excesiva burocratización han convertido a la máquina industrial soviética en un lentísimo monstruo. Se calcula que en la URSS transcurren de ocho a treinta años desde que comienza a pensarse un proyecto hasta que éste empieza a funcionar.
El proceso de descentralización de las decisiones -que podría ser un remedio para esta semiparálisis- choca muchas veces con la opinión contraria de los propios responsables de las industrias, que prefieren seguir al pie de la letra las instrucciones que les llegan de Moscú, en lugar de tener iniciativas, introducir cambios en los sistemas de fabricación o elaborar sus propias decisiones. La obediencia ciega les evita la más mínima responsabilidad y hace más cómodo su trabajo.
Superrealismo económico
Así, la era Breznev ha sido escenario también de fastuosos ejemplos de surrealismo económico, hechos públicos, en su momento, por los periódicos moscovitas: fábricas que se inauguraban y no por eso comenzaban a funcionar -aunque tuvieran una plantilla de trabajadores y una dotación presupuestaria-; pesados generadores que viajaban desde un extremo hasta otro del país, obligando a desviar líneas férreas y destruir puentes, pero que al llegar a su destino se consideraban inapropiados y ni tan siquiera eran instalados, etcétera.
Este estancamiento social y económico de la sociedad soviética -producto, en gran parte, de la prudencia y el conservadurismo brezneviano- ha sido una de las grandes causas de ese desencanto en que hoy vive la URSS. Símbolo de esa sensación, que parece generalizada, es la innegable apatía con la que se recibió aquí la noticia de la muerte del líder, Leónidas Breznev.
Hoy día, si se quiere buscar comunistas entusiastas hay que viajar a las tierras casi inexploradas de Siberia o del gran norte. Allí se pueden encontrar muestras del viejo estilo entre aquellos que industrializan nuevas zonas o arrancan de la tierra nuevas riquezas. Por lo general son más jóvenes que los funcionarios metropolitanos y se sienten animados al ver los resultados inmediatos de su trabajo.
La añoranza por el viejo estilo entre aquellos que aseguran que "con Stalin no pasaba esto" tiene sus explicaciones. No puede establecerse en estos casos ningún paralelismo con el gastado chiste que afirmaba que "con Franco éramos más jóvenes". La defensa del estalinismo hecha por algunos sectores de la población no es sólo nostálgica. Sus partidarios pueden encontrar, a veces, argumentos respetables.
El mérito de las purgas
Los neoestalinistas podrían argüir, por ejemplo, que con Stalin -e incluso todavía con Jruschov- el partido era aún el organismo que reclutaba a las jóvenes mentes organizadoras de la economía y la sociedad de la URSS. Las sangrientas purgas de Stalin -dicho sea sin ninguna ironía- servían de revulsivo y movían el escalafón.
Con Breznev, sin embargo, el PCUS terminó convirtiéndose en un cerrado cuerpo funcionarial, con cierta tendencia al engorde y a transformarse en hereditario.
La tarea de despertar a este cuerpo depende ya -desde la mañana del pasado viernes- del nuevo secretario general del PCUS, Yuri Andropov.
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