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Reagan insiste en Brasil en el carácter pacifista y democratizador de su gira latinoamericana

La insistencia en el tono democrático y pacífico del viaje de Ronald Reagan por Latinoamérica, en un momento de incremento de la tensión militar en Centroamérica, ha sido un elemento destacado en todos los discursos pronunciados por el presidente estadounidense en Brasilia, primera etapa de su gira. "Es un viaje para la democracia y la paz", insistió Ronald Reagan en la capital brasileña.

ENVIADO ESPECIAL, Pero, al margen de las buenas intenciones pacifistas de Reagan, uno de los principales resultados de su estancia en Brasil puede ser la reanudación de una estrecha cooperación militar entre EE UU y el más potente de los países latinoamericanos."Las declaraciones del 15 de noviembre demuestran la confianza de Brasil en sí mismo, en su estabilidad y libertad", afirmó Reagan ante el presidente brasileño, João Baptista Figueiredo. Para el dirigente estadounidense, "una poderosa onda democrática está barriendo las Américas".

Figueiredo respondió señalando que la gravedad de la situación actual muestra que "las fórmulas del pasado son inadecuadas para resolverla y afrontarla". Washington y Brasilia parecen entrar en una misma línea de actuación, aun "guardando las particularidades" específicas de cada bando. La estancia de Reagan en Brasil debería suponer un aval para la continuidad hacia una democracia real, hoy todavía condicionada por el autoritarismo y las leyes militares. También debería suponer un aval internacional para que Brasil intente superar su crisis económica.

Entre cenas, almuerzos y paseos a caballo, Reagan y Figueiredo han celebrado seis encuentros en total. La mayoría, de tono muy confidencial -sólo en presencia de los intérpretes-, lo que permite suponer que Reagan intentará conseguir el máximo apoyo de Brasil en caso de conflicto en Centroamérica, principal preocupación de Washington. El secretario de Estado norteamericano, George Shultz, puede también tratar del asunto durante sus reuniones con el canciller brasileño, Saravia Guerreiro.

Uno de los intentos norteamericanos en la actual gira de Reagan, destinada a restaurar la confianza después de la crisis de las Malvinas, puede ser la puesta a prueba de la validez del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Conocido también como el Tratado de Río, el TIAR garantiza la asistencia mutua entre Estados americanos en caso de agresión externa. Washington se opuso a la aplicación del TIAR durante la reciente guerra de las islas Malvinas, cuando apoyó al Reino Unido. Hoy EE UU gira discretamente, apoyando las tesis argentinas en los votos de la ONU, e intenta que el TIAR juegue, al menos simbólicamente, en caso de guerra entre Honduras -apoyada por EE UU- contra Nicaragua.

En el contexto de las relaciones internacionales, la apuesta fuerte de Washington a favor del coloso brasileño, en aparente detrimento del histórico aliado argentino, tiene también ribetes de desequilibrio militar en la zona.

Tanto Brasil como Argentina son países que cuentan con tecnología nuclear capaz de dotarles del arma atómica. Tanto Brasil como Argentina están en camino de potenciar sus fuerzas militares con compras de nuevos y sofisticados equipos.

La visita de Reagan a Brasil -oficialmente muy centrada en la democracia, la paz y la economía- serviría para reanudar la colaboración militar por vías más discretas que las de los discursos oficiales. Reagan aludió en su discurso a "la necesidad de mantener unas fuerzas armadas poderosas y vigilantes". Brasil, uno de los principales fabricantes de armas entre los países en vías de desarrollo, podría obtener la concesión de licencias de fabricación de armamento norteamericano. También facilidades para el suministro de uranio enriquecido. Sin olvidar la continuidad de los programas militares de entrenamiento conjunto, interrumpidos desde 1977, cuando Jimmy Carter impuso un embargo global militar a Brasil ante la repetida violación de los derechos humanos por parte de la dictadura militar.

Entre tanto, a la espera de los comunicados finales conjuntos, Reagan y Figueiredo saltan de modernos palacios, en la peculiar e impersonal ciudad de Brasilia, a granjas colindantes por las que pasean a caballo. No más de doscientos manifestantes, de partidos de izquierdas, protestan en la Praqa do Povo, denunciando el "imperialismo norteamericano" ante cámaras de televisiones extranjeras e impasibles policías.

Un potente y sofisticado sistema de seguridad, con itinerarios superprotegidos, salvaguarda a Reagan de todo intento de atentado.

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