Una pipa es una pipa
Mirar un cuadro es un espacio peculiar de televisión. Modesto, a horas invisibles, es un testimonio aprovechable sobre la desgraciada manera que tenemos de ir a los museos. Un tanto metropolitano, ya que sólo piensa en el Museo del Prado, el programa escoge a una autoridad cultural para que desmenuce, a su elección, un cuadro. Pocos se salvan del vicioso discurso académico que impone orden y sauna. Hay excepciones, eso sí. Salvador Espriu, cuando le tocó, escogió el cuadro cuya fotocopia en blanco y negro estaba en su casa y habló más que de lo que había en el cuadro, de lo que él veía en el cuadro. Con todo, lo mejor no es, lógicamente, eso. Lo mejor está en las turistas de tour-operator y en los niños y niñas de colegio que, interrogados por televisión, se encuentran en la inhabitual circunstancia de tener que verbalizar una sensacion óptica. Las turistas raramente superan los superlativos a que obliga el estar ante un misterio cultural y con el chantaje que supone saber que es cultural. Los niños de colegio, los que sacan nota en Letras, repiten sin emoción los datos históricos aprendidos y analizan el juego de verdes en el cortinaje de fondo.No saben apoyarse ni tan siquiera en aquella afirmación de Poussin según la cual la finalidad del arte es el deleite. Frase que, sin ser del todo cierta, el mismo Panofsky le puso pegas, como mínimo, pero hace quedar bien y disculpa al emisor de meterse en complicados berenjenales iconográficos. Ni tan siquiera los ponentes más sabios, quizá por serlo, trascienden una lectura rentable, una lectura para sacar información.
Si se encontraran con el cuadro, el caligrama, de Magritte, aquel dibujo de un pipa subtitulado "esto no es una pipa", pocos sabrían sa lir del desconcierto, aunque fuera una salida menos lujosa que la de Foucault. Ultimamente éste espacio ha incorporado el reportaje informativo, y eso ya resulta menos morboso.
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