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Fernand Léger: la úItima puerta de la pintura

En cualquier caso, esta coincidencia no impidió que entonces se organizara una serie de exposiciones conmemorativas en homenaje también de Léger, entre las que merece recordarse las del Staatliche Kunsthalle, de Berlín; la del Centro Pompidou y la del propio Museo Léger, instalado en la localidad de Biot.En nuestro país, sin embargo, se cuentan con los dedos las oportunidades habidas para contemplar la obra de este fértil creador del poscubismo, como, hasta hace poco, ocurría con la mayoría de los grandes protagonistas plásticos de nuestro siglo. La Fundación Juan March, que desde hace años ha llevado a cabo una auténtica labor de pionera para corregir esta grave deficiencia en nuestra información cultural, mantiene ahora su trayectoria ejemplar, permitiendo que se pueda contemplar aquí, con generosidad cuantitativa y el cuidado montaje de siempre, una retrospectiva sobre la evolución de Léger.

Téngase en cuenta que, como antes advertía, salvo lo que trajeron de este artista la galería Dalmau, antes de la guerra, y la galería Theo, más recientemente, no se produjeron muchas más ocasiones para la visión directa de su obra.

Desde un principio, no obstante, Femand Léger despertó interés entre nuestros más sagaces críticos del arte de vanguardia, como lo fueron Eugenio D'Ors y Ramón Gómez de la Sema, por citar tan sólo los ejemplos más memorables. Al primero de ellos -D'Ors- no dejó de producirle cierta inquietud y le censuró "haber encontrado la puerta falsa del cubismo" para "evadirse a campos de norteamericana estridencia".

La máquina de la vida

La brutalidad de esta salida de Léger entusiasmó, sin embargo, a Ramón, que le incluye en su catálogo de Ismos con un feliz artículo, titulado Tubularismo, donde proliferan ratahílas de brillantes fórmulas calificativas de esta guisa: "Son admirables los rasgos decididos de este pintor, que encuentra la vuelta de las cosas, su más ceñida calidad, su redondez pura, su elástica tubularidad, su muslo, su muñeca".

"En el arte de Léger", dice más adelante, "se desperezan todos los radiadores y todas las tuberías de la gran máquina de la vida. Pinta Léger lo que hay en la vida de relacionado, por medio de tuberías correspodientes, lo que hay en la vida de acoplado, porque sólo así el equilibrio de la vida persiste".

Claves de su pintura

He querido reproducir estos párrafos de Ramón porque, más allá de su siempre deslumbrante metáfora, o quizá mejor, gracias a ella da de lleno en algunas de las claves de la pintura de Léger: ese rudo primitivismo que asustaba tanto a D'Ors y que le convierte en el pariente próximo de un Aduanero Rousseau pasado por el cubismo y reconstructor, fieramente naïf, de esa áurea geometría; esa apasionada entrega al símbolo de la máquina, pero sin caer en la prosaica razón instrumentalizada de los funcionalistas, ni en la melopea histérica de los futuristas; ese ser profeta de la figuración, que no quiere renunciar al valor directo de las imágenes, a las que considera vehículo de comunicación, portadores de un lenguaje, como a él mismo le gustaba llamarlo, con énfasis populista, realista; ese, en fin, descubrimiento crudo del color que hacía resaltar sobre el fondo de una gama de grises metálicos con tonalidades estridentes; unos colores los suyos que eran siempre pocos, puros y planos.

Hijo de un domador, huérfano pronto, artesano que tuvo que ganarse la vida antes de conseguir entrar, paso a paso, en el estudio de un arquitecto como diseñador, Léger llegó a conocer y vivir la dorada bohemia artísfica de Montmartre, lo cual le permitió, entre 1905 y 1914, participar en el cocimiento y destilación del cubismo. Este honesto obrero, lleno de verdades de pueblo, maduró su sabiduría en el escenario traumático de la gran guerra, y así, cuando llena sus alforjas de enjundia vital, está dispuesto a crear un lenguaje propio, figurativo y optimista, rudamente sintético, de apariencias humanas robotizadas, pero, dentro del rígido caparazón tubular, llenas de sentimientos de nostalgia, ternura, conmovedora sensualidad. Con esa cordial energía vital aclaró el camino figurativo, virilizando la forma, simplificando la verdad y, sobre todo, recuperando su perdida magia emblemática.

Dorada bohemia

En este sentido, cada vez se aprecia más su aportación a la vanguardia, que, en medio de tantos sortilegios formales y malabarismos retóricos, hizo peligrar el arte de entreguerras.

La pintura de Léger, en efecto, nos hace hoy reconsiderar muchas fecundas sendas que no habían sido adecuadamente valoradas.

Respecto al contenido de la exposición de la Fundación Juan March repetiré, como sus más destacadas virtudes, al margen de la elección del tema, la amplitud y representatividad de lo seleccionado. Claro que mantener un nivel de calidad uniforme en todas las obras presentadas es ya más un sueño, no sé hasta qué punto realizable, incluso para una institución como la March. Hay, eso sí, un arranque soberbio, en toda la primera sala, curiosamente la que acoge a las obras más tempranas, de los años diez y veinte; luego, dentro de lógicos altibajos, la calidad decae, lo que no quita algunas sorpresas de envergadura, como Composición (1930), la mironiana Composición con jilguero amarillo (1937-1939), Composición con hoz (1943-1944) o Bañistas en gris (1953). ¿Cómo compararlas, sin embargo, con las tituladas Mujer con flores (1922), Naturaleza muerta (1924) o la Composición con cuatro sombreros (1927)?

En cierto sentido, como dijera Ramón, como respuesta a la puerta falsa dorsiana, a Léger, en cuyas telas "ha dado fuerza al engranaje de esas llaves que se sirven de palancas y discos para abrir las cerraduras difíciles, se le ve queriendo abrir la última puerta".

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