Antal Dorati dirige obras de Chaikovski, Bartok, Haydn, Schubert y Beethoven
Antal Dorati, de 77 años, director de la Orquesta de Detroit, uno de los grandes de la dirección orquesta, interpreta estos días en Barcelona y Madrid obras de Bartok, Haydn, Schubert, Beethoven y Chaikovski, con la célebre orquesta del Concertgebouw, de Amsterdam. Los días 18, 19 y 20 ha dirigido en el Palau de la Música de Barcelona y repetirá estos programas en el Teatro Real de Madrid hoy y los próximos días 24 y 25. Amigo de compositores, como Bartok, Kodaly y el español Robert Gerhard, evoca sus recuerdos en esta entrevista.
Pregunta. Usted fue el intérprete predilecto de un gran compositor español fallecido en 1970 en el Reino Unido, Robert Gerhard.Respuesta. No sólo interpreté su música; fui íntimo amigo de Gerhard hasta su muerte. Le conocí precisamente aquí, en Barcelona, en 1934, cuando Gerhard era consejero musical de la Generalitat y había invitado a vivir en España a su maestro Schönberg, que entonces escribía Moisés y Aarón. Robert era uno de los hombres más vitales, creativos y entusiastas que he conocido, pero sé muy bien que no podía vivir sin libertad: por eso abandonó España durante la guerra. Su ópera La dueña, su oratorio La peste según Camus y sus sinfonías están para mí entre las más grandes obras de este siglo. No puedo comprender que en España sea casi un desconocido: junto a Manuel de Falla, es el gran valor que esta nación ha dado a la música de la primera mitad del siglo.
P. Usted trató personalmente a dos de los más grandes compositores de este siglo, Béla Bartok y Zoltan Kodaly, ambos compatriotas de usted. ¿Podría hablamos de ellos?
R. Kodaly fue mi maestro en el conservatorio de Budapest. Trabajé con él durante cuatro años, y puede decirse que esa fue una relación oficial. Sólo después comenzó mi trato personal y amistoso con él. A Bartok también le conocí durante mis años de estudiante; a través de mi padre, que también era músico, establecí pronto con él una amistad igualmente sólida. Pasados los años, cuando él ya era un exiliado en América, tuve ocasión de verle asiduamente.
P. Bartok tuvo un final terrible en América, en medio de la pobreza y el abandono.
R. Sí y no. Todas las historias que hay sobre el final de su vida son parcialmente ciertas, pero no del todo. Él era pobre, eso es real, pero mucha gente trató de ayudarle sin éxito, porque él no toleraba el auxilio ajeno. Era un hombre de un orgullo terrible, bordeando incluso el absurdo. Él no quería aceptar ni trabajo ni dinero: recibió innumerables ofertas para enseñar en universidades, para dar clases de composición, públicas y privadas, y las rechazó todas porque pensaba que eran muestras de caridad. Para mí, Bartok se suicidó desde el momento en que abandonó Hungría. Dejó su país por sus ideales de libertad; era una forma de decir: "Prefiero morir antes que ser esclavo de dictadura alguna". Verá, Kodaly y Bartok se parecían en su forma de hablar, muy suave, muy tenue, pero cargada de autoridad; diferían, en cambio, en su forma de enfocar la vida. Kodaly era tan anticomunista como Bartok era antinazi. Su postura era esta: "Si quedándome en Hungría consigo para los míos al menos un centímetro más de libertad, entonces no me iré". Bartok, más taciturno, más severo, se negaba a vivir sin los mínimos derechos del ser humano y del artista. Kodaly era primero húngaro y luego artista, Bartok era primero artista y después húngaro. Al abandonar su suelo natal se convirtió en un árbol sin raíces, y sin sus raíces la vida no llegaba a sus ramas.
P. Usted ha dirigido orquestas durante más de cincuenta años. ¿Cómo ha cambiado la relación entre directores y orquestas?
R. Es un cambio tremendo. Hace treinta o cuarenta años los directores eran fundamentalmente tiránicos, feroces con los músicos, autoritarios, hasta brutales. Hoy esto es impensable. Cuando yo tenía 25 años y dirigía a músicos de cincuenta o sesenta años, ellos me hacían sentirme superior. Actualmente esto ya no ocurre: hoy podemos ver a orquestas superiores al director, al que incluso ayudan a salir del paso. La técnica de los intérpretes se ha elevado hasta lo impensable, pero el arte de la dirección no ha evolucionado.
P. ¿Implica esto la muerte a medio plazo del director de orquesta como institución?
R. No mientras haya orquestas, y menos aún mientras el público musical siga aumentando en progresión geométrica. Lo que me pregunto es el tope de supervivencia que tiene, de cara a las cada vez más perfectas orquestas, el joven director que vagabundea de un lado a otro bajando y subiendo del avión, y que se aprende las obras oyendo en un disco cómo interpretaba Toscanini o Bruno Walter.
Babelia
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