La última temporada de ópera
LA ÚLTIMA representación de la temporada de ópera en Madrid (el 1 de julio: Montserrat Caballé, en Semiramide) clausurará también un sistema que ha durado 20 años. A partir de octubre, su pequeño e inadecuado albergue, el teatro de la Zarzuela, va a ser regentado y programado de otra manera, y también con unos objetivos que parecen provisionales. Se abrirá, de una manera permanente, dedicado especialmente al género indicado en su nombre, y con una comparecencia regular y frecuente de ópera realizada con un sentido menos llamativo y ornamental que en la actualidad: al final de la temporada, si todo se cumple como lo piensan ahora sus nuevos directores, habrá una serie de representaciones (cuatro o cinco títulos) con la misma pompa y circunstancias que las temporadas actuales: grandes divos, grandes títulos de la vieja y gloriosa tradición. Será, aparte de sus valores artísticos, una recompensa a la restringida agrupación actual de espectadores privilegiados que ha mantenido la tradición de la ópera en estos 20 años de atroz desprecio y de trabajo esforzado de algunos funcionarios ministeriales. Pero si todo va bien, el presupuesto que hasta ahora no ha conseguido más que reducir el precio de las entradas para las minorías selectas -y arrojar algunas sobrantes para los aficionados de las colas nocturnas y glaciales- servirá ahora para más espectadores mejor desarrollo del género lírico, aprovechamiento de voces nuevas y un perfil aceptable de coros y orquesta.
Con esta provisionalidad que no puede ser más que modesta (los presupuestos no dan de sí) se esperará la recuperación del teatro Real. Fue abandonado en 1925 (por la misma clase social que ahora se queja del cambio en la ópera) y prodigiosamente desdeñado por el régimen anterior. Se decidió que nunca más debería albergar ópera. Hubo incluso algún alcalde de Madrid, con una idea napoleónica del urbanismo, que pretendió derribarlo para ofrecer una bonita perspectiva del Palacio de Oriente desde la Puerta del Sol. Un ministro de Educación Nacional decidió convertirlo en sala de conciertos: una obra rápida y de prestigio que podría darle una cierta inmortalidad. Se debe a la sensibilidad y a la angustia del arquitecto de entonces que no se destruyera la estructura de teatro que tenía el Real: limitó su trabajo a una especie de escenografía y dejó convertidos en inmensos vacíos, aptos para cualquier fantasma de la ópera, la magnitud del escenario, los fosos, los telares hasta la cúpula. Una obra relativamente breve permitirá su recuperación, y un gasto sin duda considerable, la aplicación de la maquinaria y la electrónica que necesita ahora un gran teatro de ópera.
El proyecto actual consiste en elevar, en primer lugar, un auditorio de música que cumpla las funciones que cubre ahora inadecuadamente el Real. Existen planos y terrenos (parte de ellos, en trámite de expropiación). A partir del momento en que pueda funcionar el auditorio comenzaría la adecuación del Real. El cálculo actual es el de tres años de obras para el auditorio, y dos para el Real. Paralelamente habría que trasladar el actual Conservatorio Superior de Música y la Escuela de Arte Dramático a otros lugares: son necesidades perentorias e independientes, porque actuaImente se asfixian en los altos del Real. Durante estos cinco o seis años pendientes a partir del momento en que se emprendan las obras, el teatro de la Zarzuela deberá encargarse no sólo de mantener el género, sino de crear la estructura artística de lo que podrá ser el Real: coros y orquestas suficientes, cuerpo de baile, compañía básica permanente, creación de repertorio y atracción de nuevas figuras (músicos, libretistas, escenógrafos, directores de escena, técnicos ... ) capaces de inventar. Porque sin invención y sin adecuación todo volverá a tener un carácter de museo.
El plan parece bien trazado. Por lo menos es un plan o un sistema de trabajo. Se nos puede permitir, sin embargo, toda clase de desconfianzas. Para que se cumpla es preciso no sólo un cierto tesón especializado, un cierto fanatismo por parte del Ministerio de Cultura, sino una sensibilidad parlamentaria y hacendística. Es preciso también un cambio de sociedad. Y la aplicación de unos talentos concretos. Sólo el arranque de las obras del auditorio comenzará a tranquilizarnos en el aspecto material; y sólo la comprobación de lo que comiencen a hacer los nuevos responsables del teatro de la Zarzuela nos dejará ver si la perspectiva existe.
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