Richard Burton en una óptima producción
El pasado 17 de abril, en el cine Dominion, de Londres, en Tottenham Court Road, se anunciaba una sorprendente función de gala..., que comenzaba a las 11 de la mañana. Tras asistir a una proyección de ocho horas y media, los espectadores de la sesión serían invitados por el director y los intérpretes a una cena. El motivo de esta convocatoria era el pase en versión ómnibus del filme Wagner, realizado para la televisión británica -en colaboración con la Bayerischer Rundfunkund-Fersehen de Munich y Hungaro Films, de Budapest- por el también inglés Tony Palmer, con Richard Burton en el papel protagonista, y Vanessa Redgrave en el de la segunda esposa del compositor, Cósima.El Wagner que TVE va a ofrecer durante 10 semanas, a partir de hoy, dura más o menos eso, 10 horas. A estas alturas, la mayor parte de los asiduos de la pequeña pantalla deben saber que Wagner ha costado la friolera de 1.601 millones de pesetas; si algún reparo de base puede imputársele al macrofilme de Palmer es el de ser, paradójicamente, breve. Las reconstrucciones históricas de lugares y entornos, soberbias como en toda producción inglesa que se precie, no bastan para compensar del desequilibrio de una serie que virtualmente se centra en sólo 13 años de los casi 70 que ocupa la vida del personaje. Años, eso sí, decisivos los que van desde 1849 -la revuelta de Dresde, en donde Wagner fuera camarada de barricadas de Mikhail Bakunin- hasta 1972 -con la instalación de Wagner y su familia en la villa Wahnfried de Bayreuth, en la víspera del triunfo final, que habrá de plasmar el festival propio, en el. teatro construido ex profeso en la localidad bávara-. El guionista, Charles Wood, ha, resuelto los últimos 11 años de la peripecia de Wagner en un único capítulo, el que cierra la serie; los 36 primeros años ni se contemplan, con lo que Wood y Palmer han evitado el entrar en matería escabrosa o movediza, o sea, los orígenes del compositor, su exacta filiación, etcétera.
Pero hay otro factor que puede desanimar a más de un melómano o, más específicamente, wagneriano: Palmer y su equipo poseen esa facilidad genuinamente británica -que entre nosotros ha definido con extremado acierto Ángel Pérez Gómez en términos cinéfilos- para narrar simplificadamente grandes problemas o situaciones, en suma, para contar asequiblemente una historia de grandes y complicadas proporciones. Pero esta capacidad para la síntesis, para el resumen, conlleva el desprecio o la elipsis de la profundidad. Por pintoresco que ello pueda parecer, hay momentos de la serie de Pálmer en los que se echa de menos la visión restringida, sí, Iimitada incluso, pero plenamente comprensiva y cabal de Wagner que Visconti ofreciera en su Ludwig -en donde otro gran actor británico, Trevor Howard, encarnaba al compositor. La comparación con la secuencia, en el Ludwig viscontiano, de la interpretación de El idilio de Sigfrido en las escaleras de la casa familiar en Tribschen, en la Navidad de 1870, es un perfecto reflejo de lo que la serie de Tony Palmer a haber sido y no es.
Una visión realista
No obstante, la valoración del conjunto ha de ser positiva; Palmer y Wood ofrecen una visión realista, homogénea y afectuosa del complicado personaje, ayudados por un trabajo de actores en la frontera de lo magistral. Burton compone una de las mejores actuaciones de toda su carrera profesional, un Wagner vital, creíble, egómano y soberbio porque sabe que su música es, no sólo revolucionaria, sino también magnífica. El mejor elogio que ha de atribuirse a Vannesa Redgrave en su interpretación de Cósima es indicar que no palidece en la comparación ante Silvana Mangano, la Cósima viscontiana. Marthe Keller es una inquietante Mathilde Wesendonk, y Genima Craven recrea a Minna, la primera esposa.
Algunos guiños del apartado intérpretes son inefables, como la presencia del compositor sir William Walton -fallecido semanas antes del estreno londinense, el 7 de marzo de este año-, que incorpora al rey Federico: éste, al comienzo de la serie, escucha, con evidentes muestras de desagrado, una partitura del compositor. Y aún más pintoresca es la actuación de tres monstruos de la escena inglesa -Gielgud, Olivier y Richardson- como los ministros de Luis II Pfistermeister, Pfeuter y Pfordten, especies de Ping, Pang y Pong escapados del Turandot, de Puccini, a este Wagner anglogermano-húngaro.
No le han faltado recursos a Palmer para su Wagner televisivo: desde la fotografía de Vittorio Storaro -el cámara de Bertolucci y de Ford Coppola en Apocalypse now- hasta el fondo sonoro del filme, creado nada menos que por sir Georg Solti -reciente triunfador en Bayreuth este verano- y la London Philharmonic. El cineasta ha jugado bien sus bazas y ha creado, en conjunto, una óptima, admirable producción para la televisión, ubicable entre lo más granado que TVE haya brindado en la última década.
Wagner se comienza a emitir hoy a las 2135 por la primera cadena.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.