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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Festival de Jazz como ejemplo

NO RESULTA fácil, en una época en que el elevado déficit presupuestario impone serias restricciones al gasto público, que la acción del Estado en el campo de la política cultural tenga oportunidades aseguradas de acierto y de lucimiento. El Gobierno está condenado a ser criticado por la oposición tanto si aumenta como si recorta los fondos destinados a Cultura, que se incrementarán durante 1984 en casi un 30% y se situarán en el 0,98% -frente al 0,88% de 1983- de los Presupuestos Generales del Estado. Para desgracia del Ministerio de Cultura, las nóminas de personal, una pesada herencia del pasado y de los costes de la transición, ocupan un elevado porcentaje de sus gastos. Tampoco es tarea sencilla, por lo demás, distribuir las partidas asignadas al fomento de la creación y la difusión cultural, que tienen que Compartir la escasez de los recursos con las inversiones -siempre insuficientes- requeridas por el Patrimonio Histórico Artístico y con las exigencias -siempre insaciables- de los padrinos del deporte. Además, los malos recuerdos que despierta la historia intervencionista y censoria de ese departamento durante el anterior régimen -que sólo parecen haber olvidado algunos altos dirigentes de Alianza Popular que también lo fueron del Ministerio de Información y Turismo- ayudan poco a despejar las sospechas o acusaciones de dirigismo frente a sus líneas de actuación. Finalmente, la transferencia a las comunidades autónomas de competencias relacionadas con la política cultural obliga a cambiar las antiguas formas de trabajo de la Administración Central y a sustituirlas por programas de cooperación interregional con las instituciones de autogobierno.El Festival de Jazz celebrado en Madrid la semana pasada y la gira posterior de los jazzmen por buena parte del país constituyen un excelente ejemplo de las oportunidades que el Ministerio de Cultura tiene a su alcance para cumplir satisfactoriamente sus tareas. Pese a las deficiencias del palacio de Deportes madrileño para albergar este género de actuaciones, cuyo marco adecuado sería ese auditorio del cual la capital del Estado se halla absurdamente desprovista, la masiva asistencia de espectadores, facilitada por los asequibles precios de las entradas y la excelente calidad de los conjuntos de jazz contratados, que habla en favor de los criterios de selección de los organizadores, aseguró el éxito de este IV Festival de Jazz. Las posibilidades de colaboración del Ministerio de Cultura con las corporaciones autonómicas, provinciales y municipales, que necesitan el impulso organizativo y coordinador de la Administración Central para tareas que desbordan sus capacidades operativas, también pueden ser ilustradas positivamente con este espléndido otoño dedicado al jazz. Difícilmente podrían escuchar en Granada a Chick Corea -concierto en el que colaboran la Junta de Andalucía y el ayuntamiento de la ciudad- sin la presencia anterior de su conjunto en el festival de Madrid. Y lo mismo cabe decir de Joe Farrel, en las Palmas, o de Wynton Marsalis, en Logroño. El fomento de las actividades culturales no es sólo cuestión de dinero, sino también de organización e imaginación. Y aunque al Ministerio de Cultura no le sobren los fondos, el Festival de Jazz en Madrid y sus prolongaciones en el resto de España demuestran que pueden hacerse cosas excelentes cuando existe capacidad y talento para planearlas y llevarlas a cabo.

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