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Atentado suicida contra el Ejército israelí

Un joven suicida conducía el camión-bomba que destruyó ayer el cuartel que las tropas ocupantes israelíes tienen en Tiro

"Estamos malditos... sí, malditos... yo le digo...". Un joven guardia fronterizo con la faz lívida, surcada de churretes de aceite negruzco, no cesa de repetir esa palabra: malditos, como una letanía macabra, con voz trémula, apenas audible. Habla consigo mismo más que con los periodistas. Aún no ha cumplido 20 años y ya ha visto dos veces la muerte de cara: este viernes por la mañana, en que se ha salvado como por milagro de la explosión que ayer causó la muerte a dos de sus compañeros de habitación, junto a otros 27 soldados israelíes.

, Ayer, si no hubiera sido por la presencia de ánimo de uno de los centinelas del edificio que vio a tiempo al camión que se abalanzaba a tumba abierta contra el caserón, e hizo fuego contra el vehículo, provocando la explosión de la bomba volante unos metros antes de que alcanzara su objetivo, la tragedia habría sido de proporciones mucho mayores.El último parte oficial israelí de víctimas es de 29 soldados muertos, 29 heridos, cinco de ellos en estado crítico, al menos 14 libaneses civiles fallecidos también y un número indeterminado de palestinos que han perecido entre las ruinas. Los civiles libaneses y palestinos estaban detenidos en el edificio, buena parte de ellos desde la invasión israelí de Líbano en junio de 1982. A última hora de anoche no quedaban ya soldados ni civiles enterrados entre los escombros.

"Yo vi la camioneta cómo aceleraba bruscamente. En ese mismo momento pude distinguir la cara, quizá simpática, del conductor, un muchacho que apretaba fuertemente la mandíbula, relampagueante de sonrisas. Como en un acto reflejo, sin pensarlo siquiera, hice fuego contra él y vi cómo se retorcía de dolor en la banqueta, sin duda alcanzado por mis disparos. Seguí disparando contra el motor y los neumáticos. Entonces la camioneta saltó por los aires, pero, cosa rara, no recuerdo haber oído la explosión. Y después, todo lo que sé es que me he despertado en esta cama del hospital".

El soldado, que se vio violentamente despedido a varios metros de distancia por la explosión, cuenta toda la historia con una voz débil pero audible. Relata su odisea con concisión, sin aspavientos.

"¡Asesinos, cobardes! ¡Que Alá les prive de hijos hasta la décima generación! ¿Por qué hace falta que se mate, mate sin cesar en mi ciudad, en mi barrio?". La joven libanesa que así nos habla es una mujer espléndida, con los ojos arrasados en lágrimas, el rostro amoratado, la boca temblorosa. Su indignación y su cólera son, sin embargo, la excepción, no la regla.

"No les hemos llamado"

La mayor parte de los habitantes de Tiro deploran, por supuesto, la violencia, la muerte de tantos jóvenes, pero muchos se limitan a encogerse de hombros. "Los israelíes no tienen nada que hacer en Líbano. Nosotros no les hemos llamado para que vengan a hacer la guerra, aquí, en nuestra ciudad. Todos los ocupantes deben abandonar el país. Eso será lo mejor para todos, para nosotros y para ellos...". El hombre que nos habla, de unos 60 años y aspecto jovial, no oculta su hostilidad hacia los is raelíes. "Todos los extranjeros deben marcharse, dice usted. ¿Los sirios también?". La pregunta le perturba visiblemente. Vacila un momento y luego recobra la decisión para decir, agitando las manos: "Sí, los sirios, también. Pero primero los extranjeros: israelíes, americanos, franceses, italianos, británicos, etc. Los sirios, al fin y al cabo, no son extranjeros. Son árabes como nosotros y acabaremos por entendernos y volverán a su país".

La aviación iasraelí, por su parte, atacó ayer mismo en dos oleadas sucesivas las posiciones palestinas de Baindun y Mansur, donde, al parecer, se hallan atrincherados los hombres de Ahmed Jabril y Abu Musa, "asesinos al servicios de Hafez el Asad", y voluntarios iraníes y libios, "asesinos al servicio del ayatollah y Gadafi".

Se puede afirmar, de fuente segura, que los norteamericanos habían pedido, precisamente, a Israel que llevara a cabo una operación de castigo de estas características poco después de que se produjera la reciente matanza de marines en Beirut, a lo que el Gobierno israelí hizo oídos sordos.

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