Pero se mueve
Si sumamos los despedidos del acero, los reconvertibles del carbón, los sobrantes del aluminío, los damnificados del textil, los náufragos del astillero y los parias del cereal, sólo, cabe concluir que esto se detiene. Ahora bien: esto no se detiene.No sé si llegaremos a los 800.000 puestos de la lechera, pero lo cierto es que cada día surgen nuevos oficios. Lo que pasa es que lag estadísticas no los reflejan. Los rumasitas o rumasólogos, pongamos por caso. Toda una abundante clase de españoles que vive de las consecuencias de la expropiación del holding. Montones de abogados, economistas, procuradores, secretarias, contables, periodistas y escritores dedicados a desentrañar el galimatías financiero.
También las autonomías son un vivero de nuevas profesiones. Al margen de la enorme cantidad de burocracia inédita que genera la recuperación de las señas de identidad, hay que destacar categorías laborales tan novedosas como la de jefe de protocolo de la comunidad autonómica. O los portavoces presidenciales, los jefes de Prensa, los traductores oficiales, los maceros, los tremolantes y demás pobladores de esas pequeñas sociedades cortesanas que nos han brotado como sarpullido monegasco. Sin olvidar la genial propuesta de Vázquez Montalbán: la todavía no inaugurada figura del espía autonómico.
Más ejemplos. Solchaga no sólo crea pato a su alrededor, también inventa la profesión de reconvertidor o desmantelador industrial. En fin, ahí están los cada día más numerosos estadísticos de catástrofes, los especialistas en la loca carrera del dólar, los peritos en inflación, los eruditos en devaluaciones, los explicadores de las crisis económicas de turno, los expertos en Alfonso Guerra, los ocupados full time en Calviño, los cultivadores profesionales del rumor agorero, los numerarios del miedo, los estrategas. de la tercera guerra mundial. Por un lado, las cosas son francamente pesimistas. Pero también el pesimismo hace que se renueve el dormido mercado de trabajo, proporciona amenos temás de conversación afligida y fomenta la circulación de los tradicionales sentimientos trágicos del ciudadano español. Algo decisivo para nuestra supervivencia, como es fama.
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