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Israel se esfuerza en concluir sus negociaciones secretas para el restablecimiento de relaciones con países africanos

Pese a los ingentes esfuerzos desplegados en los últimos meses por la diplomacia israelí para obtener el restablecimiento de relaciones con la inmensa mayoría de países del África subsahariana, todo parece indicar que no se va a producir la cascada de reconocimientos que Jerusalén esperaba hace tan sólo algunas semanas. Una década después de acabada la guerra del Ramadán, Israel sólo es reconocido como Estado por seis de los 49 países del continente negro.

Fuentes oficiosas israelíes venían insistiendo en las últimas semanas en que el anuncio del restablecimiento de relaciones con la República Centroafricana era cuestión de días.

El anuncio, a realizar en Bangui, sería consecuencia de un acuerdo logrado tras intensas negociaciones secretas llevadas a cabo por funcionarios israelíes y centroafricanos a lo largo de los últimos meses.

Las mismas fuentes indicaban que negociaciones similares estaban teniendo lugar también en otras capitales africanas no nombradas.

Los observadores entienden, sin embargo, que los países que se han podido prestar a tales negociaciones han de ser Costa de Marfil -en cuya capital, la Embajada belga mantiene una sección de intereses israelíes-, Kenia y Senegal.

El Gobierno de Senegal ha negado vehementemente que albergue la intención de reconocer a Israel, y lo mismo ha hecho el de Kenia -único país del África negra al que vuela El Al-

El Gobierno federal nigeriano, por su parte, se ha negado insistentemente a considerar siquiera la petición del Parlamento regional de Oyo para que se restablezcan urgentemente las relaciones con Israel, y otro tanto cabe esperar de los nuevos gobernantes militares. El panorama es, por tanto, desolador para las aspiraciones israelíes.

Objetivo prioritario

Contra lo que pudiera pensarse, África ha sido desde 1948 un objetivo prioritario de la diplomacia israelí. Ya Teodoro Herzl consideró muy seriamente la oferta del secretario colonial británico, Joseph Chamberlain, que en 1903 propuso asentar a miles de judíos en África.

En 1968, un tercio de todas las embajadas y consulados israelíes en el extranjero estaba en el África negra, sumando un total de 29 oficinas. En los años cincuenta y sesenta, Israel se presentaba en África como un pequeño país del Tercer Mundo habitado por una raza que había sufrido persecuciones de árabes y europeos, pretendiendo establecer una similitud con las desventuras de la raza negra.

Israel creó en aquellos años compañías como la Dizengoff West Africa Co., o la Black Star Line, así como instituciones como el Instituto Afro-Asiático de Estudios Laborales y Cooperativos, a través de las cuales formó a las elites de los sindicatos, funcionarios civiles, magistrados, etcétera, de buen número de países de África.

The Wall Street Journal reveló en 1977 que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) había suministrado a Israel en los años sesenta fondos que se contaban en millones de dólares para ser canalizados a países africanos. Hasta 1973, la mitad de los estudiantes extranjeros en Israel procedía del África negra.

Pero, sobre todo, la asistencia prestada por Israel se centró en el campo militar y de inteligencia. El Estado judío creó academias militares (Sierra Leona, Etiopía, Uganda), entrenó a las fuerzas especiales (Zaire, Kenia, Malawi, Gabón) y organizó las primeras fuerzas aéreas (Ghana, Costa de Marfil).

La ayuda árabe

En pocos años, todo este impresionante despliegue se vino abajo. Y no exclusivamente a causa de la guerra de octubre de 1973. Antes de que ésta tuviera lugar ya habían roto relaciones con Israel Guinea-Conakry, Mauritania, Uganda, Chad, Niger, Congo, Malí, Burundi y Togo. Veintiún países más rompieron relaciones en octubre y noviembre de 1973.

Y otros dos lo hicieron después. Ninguno de los nueve países que accedieron a la independencia desde 1973 reconoció tampoco a Israel.

La ayuda económica árabe ha sido una razón importante para sostener la decisión de estos países, pero no la única. Si hasta 1973 Israel trató de no potenciar descaradamente sus relaciones con Suráfrica, denunciando incluso públicamente el apartheid, desde entonces los dos países, han desarrollado hasta extremos insospechados -construcción de una bomba atómica incluida-, según se cree, su cooperación económica, política y militar.

Israel ya no pretende presentarse a los africanos como un pequeño país no alineado y capaz de prestar ayuda técnica, como hizo dos décadas atrás. Por el contrarío, los actuales esfuerzos por recuperar la antigua presencia en el continente utilizan argumentos mucho más descarnados.

Vender seguridad

Entre estos argumentos figura que Israel tiene intereses estratégicos en el África negra (retaguardia del mundo árabe, dorninio de los accesos al mar Rojo, zona de expansión económica para la industria israelí, apoyo en la ONU, etcétera) y puede prestar a una larga serie de regímenes prooccidentales una ayuda sustancial en materias militares y de inteligencia.

Israel, en resumen, vende ahora seguridad a regímenes que, por razones de notoria corrupción u oscura trayectoria en el tema de los derechos humanos, se ven desprotegidos por sus antiguos mentores (notoriamente Francia).

El Gobierno de Zaire restableció sus relaciones con Israel en mayo del año 1982 y poco después le cedió la reorganización de su Ejército y, especialmente, la división Kamanyola -guardia presidencial de 20.000 hombres-, mandada ahora por oficiales israelíes. Liberia lo hizo en agosto de 1983, tan sólo 10 días después de que se produjera un golpe prolibio en la cercana Alto Volta. A cambio del reconocimiento, el régimen liberiano afirmó que había obtenido "un voluminoso dossier compilado por el Mossad sobre los planes libios de desestabilización del África occidental".

Además de material de inteligencia, Israel vende ahora lo que se conoce como el primer escalón de seguridad a los regímenes que lo necesitan; esto es, el mantenimiento del régimen en la capital en las 72 horas siguientes al estallido de una insurrección militar o popular.

Se calcula que durante ese breve período de tiempo se pueden movilizar suficientes fuerzas extranjeras -ya sean africanas o no- como para garantizar la permanencia del régimen de que se trate.

Pese a haber numerosos clientes interesados en el producto, ninguno de ellos parece, por el momento, decidido a dar el trascendental paso que supone el reconocimiento del Estado judío, ni siquiera después de recibir constantes invitaciones a hacerlo por parte del Gobierno de Estados Unidos.

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