Hala, no hay Masters
No es posible predecir si la llegada de la televisión privada vaya a curarnos de todos los absurdos males. Es previsible, sin embargo, que nos redima al menos de estos sofocos que nos administran los responsables de la televisión pública. Tomás Zardoya, que, aunque no lo parezca a raíz de sus propias declaraciones, es el responsable profesional de las transmisiones deportivas, argumenta que este año los españoles no veremos la final del Masters de tenis, entre otras cosas, porque: a) la hora de su celebración coincide con el Campeonato de Europa de Patinaje Artístico; b) no encuentra que tengan interés estos partidos, dado el bajo rendimiento que la representación española ha venido mostrando, y c) juzga que el tenis actual es menos espectacular que el de unos años antes.Así las cosas, y a tenor de las dos últimas razones sobre todo, es bien visible que este señor responsable de las transmisiones deportivas actúa de buena fe. Le parece de tan bajo interés cuanto pueda depararnos el más alto tenis actual que, con un criterio de protección hacia el bienestar del telespectador, le evita ese desagradable trance. Es, pues, muy de agradecer esta solícita disposición del responsable, autoridad indiscutible, a lo que parece, sobre las aficiones aconsejables a los españoles. Ya que el tenis no le parece de antemano e spectacular, prueba con el fino espectáculo del patinaje artístico. Nada que objetar al patinaje. Todos podían haber quedado satisfechos gracias a la ayuda de esa técnica moderna que ha escatimado en sus alegatos el responsable. Los extraviados aficionados al tenis se habrían consolado con una transmisión en diferido, e incluso no ya exclusiva o precisamente de la final. Una semifinal el sábado a última hora, sin molestar a nadie -solamente autopadeciendo el gusto de ver el tenis actual-, nos habría bastado. Pero nada. Puesto que no juega un español, la cosa se estima como de interés exiguo. Estamos -o mejor, cree de buena fe el señor Zardoya que estamos- en los tiempos de aldea pretelevisiva en que sólo se era aficionado al fútbol o a otro deporte en la medida en que se era seguidor del equipo del pueblo. Es decir, no se era aficionado, sino hincha tótem de la tribu. Y esto, o algo así, es lo que, al parecer, pretende salvat el responsable de transmisiones deportivas de TVE. Pasarnos un Salamanca-Sevilla o cualquier binomio sabatino de esta especie le cuesta al Ente 19 millones de pesetas. Haber transmitido la final del Masters de tenis no habría supuesto a Radio Televisión Española más de un millón y medio de pesetas.
El contraste de estos datos, la segura preferencia del responsable, la estulta explicación que nos da, su decisión sin mácula, nos sumen conjuntamente una vez más en el mayor desmayo e impotencia. Pero, ¿a qué conduciría, por otro lado, activar nuestra irritación inconmensurable? Lo mismo, en pleno fin de semana, llegaban hasta el virtuoso responsable los ecos de nuestro telúrico disgusto y causábamos en este bienintencionado profesional un cierto malestar inexplicable.
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