El Azaña literario y desconocido, en el archivo descubierto en Madrid
No soy azañólogo. Pero un historiador no necesita ser experto en la figura y actividad del que fue presidente de la II República española para sentir una emoción profunda al contemplar y ojear los centenares de documentos que arrojan luz hasta ahora desconocida sobre las inquietudes literarias, culturales y humanas de don Manuel Azaña.Hay manuscritos ignorados por los historiadores. Una novela, aparentemente completa, fechada en Alcalá de Henares en 1904, cuando Azaña contaba poco más de 20 años. Hay manuscritos originales, con tachaduras y rectificaciones, como el de La velada en Benicarló, que permitirán seguir con precisión las incidencias de la labor de creación. Hay centenares de cartas que ilustrarán las relaciones de don Manuel con personajes del mundo político y cultural de su época.
Un primer vistazo hace pensar que predomina un tono más bien literario y personal en este archivo. Pero no se excluyen documentos oficiales. Informes confidenciales dirigidos a Azaña desde la Embajada española en Roma en la época mussoliniana. Papeles, amarillentos por el paso de los años, en los que el encono y el rencor se plasman en la prosa burocrática del tiempo: referencias al expolio del tesoro nacional o a la actividad nefanda de los vencidos en la guerra civil precedente.
Un archivo complementario de su cuñado y confidente, Cipriano de Rivas Cherif, completa el de Azaña. También en él se encuentran testimonios de una trayector¡a personal, abundancia de cartas, las estaciones de una existencia azarosa que culmina en una dramática confesión a lápiz en la cárcel en que el autor y otros compañeros (parte de los cuales fuero ejecutados posteriormente) dieron con sus huesos.
Se abre, pues, un amplio horizonte para los azañólogos. Habrá que cotejar documentos, diarios y correspondencia, comparar con lo que se haya publicado, identificar las diferencias, engarzar centenares de nuevos datos en la biografía intelectual, y personal de Azaña dentro de su época (como con gran maestría ha venido realizando a lo largo de más de 20 años mi admirado amigo el profesor Juan Marichal) y someter una vez más -reto permanente para el contemporaneísta- los conocimientos adquiridos y aparentemente consolidados, al ácido test de las perspectivas que generan nuevos documentos, nuevos datos.
Para el no azañólogo, el reciente descubrimiento plantea interrogantes sobre la gestión de los archivos durante el anterior régimen:
¿Qué sistema de control existía cuando un policía metido a historiador, como Eduardo Comín Colomer, podía, impunemente, llevarse a una nueva oficina -o a su casa, llegado el caso- documentos de los que en su momento se había informado al propio jefe del Estado?
¿Cuál habrá sido el destino de millares y millares de documentos de alto nivel que arrojarían luz sobre el funcionamiento interno del régimen precedente y su perfil histórico?
Y, ante todo y sobre todo, si los archivos del, otrora presidente de la República y jefe del Estado aparecen hoy en circunstancias tan accidentales como las que han narrado el ministro Barrionuevo y el comisario Prol, ¿qué habrá pasado con las toneladas de documentos que han constituido el archivo de la Jefatura del Estado español durante el régimen de Franco?
Hace tres años denuncié en uno de mis libros la volatilización de esos fondos documentales. No los papeles personales y privados del general Franco, sino, entiéndase bien, los de la Jefatura del Estado, a la que, desde 1936 a 1975, ministerios, organismos, servicios y personalidades habrán debido remitir millones de documentos.
Un azar permite al ministro socialista del Interior restituir a los españoles rasgos esenciales desconocidos de la figura del antiguo presidente de la República española. El gran interés del ministro de Cultura, Javier Solana, permitirá sentar las bases en una próxima ley del patrimonio histórico español para la apertura sistemática de los archivos del anterior régimen. El ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Morán, acaba de firmar una orden que desbloquea el acceso y la consulta de los documentos de su ministerio.
Más allá de la pasión y de las emociones que despiertan las tensiones políticas e ideológicas, hay un compromiso colectivo con la historia. Ésta, para ser científica, necesita apoyarse en el más amplio dispositivo empírico posible. El buen historiador, que no el propagandista, no teme a los nuevos datos que emerjan a la luz del conocimiento: hoy, en la universidad de Harvard, el profesor Marichal apenas si puede contener su impaciencia por venir a Madrid. ¿Tendrá Franco la misma fortuna que don Manuel Azaña? ¿Correremos la misma suerte los historiadores y una sociedad embarcada en la apasionante aventura de la libertad?
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.