Síntesis, por favor
Las dos horas y diez minutos de esta nueva entrega de Victòria vienen a confirmar la sensación que ya producía la primera parte: estamos ante una película que no sólo es larga, sino, y sobre todo, alargada. Victòria (1 y 2) reclama a gritos un productor al estilo SeIznick, uno de esos masacradores de celuloide que impedía al director el acceso a la sala de montaje y creía que los filmes tienen que durar lo que el espectador es capaz de seguir en la butaca sin removerse.En Victòria, todas las secuencias comienzan y acaban para no ir a ninguna parte. El guión es caótico, acumulando datos, nombres y diálogos. Se parte de la seguridad de que el público relaciona toda la información dispersa que el filme proporciona, de que los nombres de La Cierva, Maura o Marcel-lí Domingo corresponden a figuras conocidas, de la misma manera que a los adjetivos africanista o juntero se les atribuyen virtudes clarificadoras. Aparte del íntimo convencimiento de que para la gran mayoría de los espectadores todo esto es música celestial, la verdad es que casi es mejor que así sea. ¡Que la política menuda, la especulaciones sobre el "qué hubiera pasado si tal asamblea llega a celebrarse tres días antes" tienen muy poco que ver con la historia!
Victòria-2
Director: Antoni Ribas. Intérpretes: Helmut Berger, Xabier Elorriaga, Norma Duval, Craig Hill, Pau Garsaball, Artur Costa, Carme Elías, Eva Cobo, Affred Luchetti. Guión: Miquel Sanz, Antoni Ribas. Local de estreno: Real Cinema.
Carácter magmático
Pero si el guión no consigue enlazar ficción e información, más temibles son los resultados del decoupage. Por ejemplo, toda la secuencia que transcurre en el cabaré Supertango es un auténtico desastre. Cada uno de los fragmentos -las vestales cantando, los estudiantes bailando, el comisario Bravo Portillo negociando- son inacabables; pero peor es que Helmut Berger aparezca y desaparezca, como el Guadiana; que Eva Cobo y Agustí Ros circulen por el edificio sin ningún respeto por el tempo dramático, etcétera.El carácter magmático del filme queda acentuado por la mezcolanza de géneros y de tipos de interpretación. En este último apartado podemos hallar desde la corrección de Carme Elías o Helmut Berger hasta las oscilaciones de Elorriaga, pasando por la divertida sobreactuación de Artur Costa o la muy ajustada de Pau Garsaball. Pero las que marcan el tono son las de los secundarios, casi todos ellos dignos continuadores del teatro parroquial.
Cuando un filme viene precedido de una cierta mítica patriótica -"la gran aventura d'un poble", la referencia a los 1.400 productores, el aval de nombres como los de Josep Espar i Tícó, etcétera- hay que ser exigente con determinadas cosas. El desastre de Victória (1 y 2) no estriba en que la platea del Liceo se vea llena de muñecos, sino en crear espejismos. Ni el planteamiento económico ni el artístico son razonables. En el libro de la película, publicado pocos meses antes del estreno, las secuencias aparecen ordenadas de forma distinta a como lo están en el filme.
La idea misma de hacer tres películas de una historia que se podría contar con la mayor claridad y precisión en poco más de dos horas suena a picaresca, a equivocado cálculo pesetero. Como equivocado es creer que pueden hacer números de baile sin coreografía, escenas de actores sin actrices o erotismo a base de pitarradas. Victòria es un riesgo desmesurado para la industria (?) catalana.
Por no tener, Victòria ni tan sólo posee la grandeza del riesgo suicida, de la operación personal hecha sin ningún tipo de concesión, metraje necesario, reparto hecho en función de los papeles y no de los nombres o cachets, ningún oportunismo erótico...
La variedad de suscripción popular con la que se ha financiado Victòria hace más angustiosa las proyecciones, porque se trata de 1.400 acciones, invirtiendo en algo que tiene muy poco que ver con lo que esperaban. A pesar de Victòria, la empresa productora ha podido acceder a créditos avalados por el CARIC (50 millones de pesetas) gracias a un informe favorable de la Generalitat. Ahí la responsabilidad de profesionales y especialistas al dejarse embarcar en el naufragio de Victòria sólo puede comprenderse si se trata de un caso de incompetencia delirante o de una nueva muestra de patufetismo.
Babelia
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